Quizá suene exagerado, y de alguna manera lo es. “La soja” es la metáfora de un potentísimo complejo agroindustrial, que más que una cadena es un entramado con la complejidad de una molécula de proteína y con la energía que anida en sus azúcares. Hace unos años hablábamos de agroindustria, luego de agronegocios, hoy de bioeconomía, que deviene en economía circular, donde el valor agregado en cada fase se sustenta en la idea de lo renovable y amigable con el medio ambiente.
Como en estas pampas todo esto se fue plasmando, porque quedaba vida inteligente en la tierra, se construyó una base de tremenda competitividad. Que quizá hoy no se exprese tanto en la soja, paradójicamente. Porque los contrarios también juegan. A veces, son los rivales de afuera. Otras veces, son los enemigos internos, ese Caballo de Troya que infiltró en la sociedad el mito del yuyo. Un mito que caló hondo y es la base por la cual siempre ronda el fantasma de las retenciones.
La razón que esgrime para explicar la crisis el propio ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, fue la caída del ingreso de divisas como consecuencia de una mala cosecha. El clima se ensañó con el campo, pero también con el país. Pero antes lo habían hecho las retenciones.
La soja está estancada desde hace diez años, y no solo en superficie cultivada. Lo más complicado es que está comprometido el flujo futuro, porque también se atenuó el ritmo de incorporación de tecnología. Mucho tienen que ver en esto las falencias propias del sector, que todavía discute el reconocimiento de la propiedad intelectual en semillas, sin tomar cuenta del atraso que significa no contar con todas las herramientas para enfrentar su principal flagelo: las malezas resistentes a los herbicidas tradicionales.
Liberar al maíz y el trigo significó un salto enorme en la producción. Se sembró más, se sembró mejor, hubo aumento de los rindes y mejora de la calidad. A pesar de que, como consecuencia de los años de inanición K, a los productores les cuesta adoptar todo el paquete tecnológico disponible. Se fertiliza más, es cierto, pero todavía con dosis homeopáticas, sin reponer lo que el cultivo se lleva. Una hipoteca para el futuro. También es cierto que no hay mucha ayuda oficial para facilitar la intensificación razonada. Pero haberle quitado el yugo de las restricciones y retenciones a la exportación permitió retomar el crecimiento y volver al mundo. Para el año que viene, maíz y trigo aportarán 6.000 millones de dólares solo en exportaciones. Y el crecimiento de la producción compensa sobradamente el “sacrificio fiscal”, una bravata de los funcionarios amigos de la cuenta del almacenero.
El complejo agroindustrial es también sustitución de importaciones, a través de los biocombustibles, que ahorraron 10 mil millones de dólares desde que se implementó la ley de corte obligatorio. Además de lo que aportan en exportaciones.
Sumemos las proteínas animales, que son proteínas y energía vegetal convertidas en carnes. Valor agregado en origen. El mayor consumo per cápita del mundo, con 120 kg anuales. Y exportaciones por 2.000 millones de dólares si sumamos pollos, lácteos y carne vacuna.
Agreguemos, y lo conoce bien el nuevo Ministro de Producción Dante Sica, el impacto del complejo como factor de demanda de productos industriales. Corriente arriba, desde camionetas, camiones, maquinaria agrícola, fertilizantes, plantas de agroquímicos, combustibles. Y corriente abajo, el enorme parque industrial que procesa, empaqueta y embarca los frutos del país.
Más respeto con el yuyo.