Para los operadores y analistas financieros locales y del exterior, la crisis cambiaria está entregando una evidencia que los deja satisfechos: en medio de la escapada del tipo de cambio, Federico Sturzenegger retomó el control absoluto sobre la política monetaria. Las dos fuertes subas en las tasas de interés de política monetaria, una el viernes pasado y otra ayer, serían una prueba de ello.
Es que en el mercado se marcó el 28 de diciembre de 2017 como un “jueves negro”. Ese día, como se recordará, se anunció la recalibración de metas de inflación para 2018. Y la lectura que hicieron los inversores -que se vio reflejada también en innumerables informes de bancos de inversión- fue que la independencia del Banco Central había quedado subordinada a la Jefatura de Gabinete que conduce Marcos Peña.
Lo que ocurrió desde entonces con las tasas de interés fue un dato utilizado por los críticos como prueba de que algo había dejado de funcionar bien. Es que a la par de un ascenso en las expectativas de inflación para 2018, el Banco Central respondía con una baja en las tasas de interés. Fueron dos movimientos descendentes, el 10 y el 24 de enero.
Luego, en marzo, el Central abandonó el compromiso de dejar flotar el dólar y no intervenir en el mercado cambiario y apostó por la venta de reservas para controlar el precio del dólar. Con argumentos no del todo convincentes, por cierto.
Así transcurrió un período de cierta calma cambiaria que se desbarató a fines del mes pasado, cuando factores locales y externos terminaron de armar una tormenta perfecta: afuera, el temor a la inflación en los Estados Unidos, que sacudió a los mercados globales. Acá, la aplicación del impuesto a la renta financiera sobre tenedores externos de Lebacs y la discusión sobre las tarifas impulsada por la oposición.
El Central reaccionó con fuertes ventas de reservas hasta que el viernes consideró que tenía “manos libres” para mover la tasa al nivel que quisiera y liberarse del doble comando.