El extenso territorio argentino está formado por los 12 tipos de suelos conocidos, una característica que ubica al país dentro del 3 % de las tierras con mayor aptitud agrícola del planeta. El dato cobra mayor relevancia si analizamos que la Argentina produce alimentos para 400 millones de personas con costos relativamente bajos y con los estándares de calidad requeridos por los mercados más exigentes. En el Vol. 44 N.°1 de abril de la revista RIA, especialistas argentinos de instituciones vinculadas al estudio y conservación del suelo analizan los desafíos de cuidar un recurso natural fundamental para la producción de alimentos.
Sin embargo, los sistemas agropecuarios –basados en el uso del suelo– son la principal fuente de ingresos, motorizan la economía nacional y ejercen mayor presión sobre un recurso que no recibe los cuidados adecuados. De hecho, un estudio científico, realizado por especialistas del Instituto de Suelos del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA, determinó que alrededor del 26 % del territorio argentino presenta niveles de erosión hídrica que superan las tasas tolerables. De allí se desprende que al año se pierden alrededor de 1.500 millones de metros cúbicos de suelo, dicho de otro modo, una capa de 0,5 milímetros de espesor.
“Estamos perdiendo no solo aquellos suelos que son la base de las producciones agropecuarias del país, sino que descuidamos los servicios ecosistémicos que nos prestan, como el almacenamiento de carbono”, señaló Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del INTA, quien agregó: “Es el recurso que soporta la biodiversidad más rica que hay sobre la tierra y, además, funciona como un filtro y es un regulador de contaminantes inorgánicos y orgánicos, así como de microorganismos patógenos y virus”.
Para Taboada, la presión que se ejerce sobre el suelo está llegando a límites críticos. “Es importante entender que estamos hablando de un recurso que no se renueva en la escala de vida humana, debido a que recuperar un centímetro de suelo erosionado puede tardar hasta 1.000 años”, advirtió.
En la actualidad, solo un 11 % de la superficie del planeta corresponde a suelos con potencial agrícola. Estimaciones de la Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO, por sus siglas en inglés) plantean que, en los próximos 20 años, más del 80 % de la expansión de la superficie cultivada se producirá en América Latina y África subsahariana.
Formado –en promedio– por 45 % de arena, limo y arcilla, 5 % de material orgánico y 50 % de espacio poroso ocupado por aire, agua y microorganismos, el suelo es fundamental para la seguridad alimentaria del mundo. Según la FAO, de allí proviene el 95 % de los alimentos que se consumen. Sin embargo, alrededor de 2.000 millones de hectáreas están deterioradas en forma irreversible y, de las 1.500 millones que están en uso, una tercera parte posee procesos de degradación que varían de moderados a graves.
“Uno de los desafíos más significativos que afrontará la humanidad es el deterioro de los recursos naturales y, principalmente, el de los suelos cultivados”, vaticinó Roberto Casas, director del Centro para la Promoción de la Conservación del Suelo y del Agua de la Argentina (Prosa) de la Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Fecic).
A medida que aumenta la demanda mundial de alimentos, la situación se vuelve más compleja. Pero este, no es un problema nuevo. En 1957, un grupo de productores del centro oeste de la provincia de Buenos Aires se reunió para resolver una problemática común: detener la erosión de los suelos. Así nació CREA (Consorcio Regional de Experimentación Agrícola).
“En los últimos 50 años la producción agrícola del mundo aumentó un 30 % per cápita, es decir, que creció más rápido que la población del planeta”, expresó Gabriel Vázquez Amabile, líder del proyecto Ambiente de la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola (Aacrea), y aclaró: “Solo un 15 % de este incremento tuvo que ver con la incorporación de nuevas hectáreas, mientras que el 85 % restante se debió a la adopción de tecnología: genética de semillas, mayor conocimiento científico y conciencia por el cuidado del suelo”.
“Sobre los mismos suelos y con las mismas lluvias producimos muchos más granos por hectárea que hace 50 años atrás y esto es eficiencia de recursos”, resaltó Vázquez Amabile y agregó: “El riesgo de que un incremento de la agricultura genere mayor erosión o degradación de suelos es real, existe, pero lo que degrada el suelo es la forma en que se realiza la actividad”.
Sistematización de los lotes
El vasto territorio argentino alberga una delicada diversidad de tierras. Pero el problema de la erosión no es solo por las pendientes que tienen los suelos, sino por las lluvias: la cantidad de agua caída por minuto y la frecuencia marcan la diferencia y pueden hacer que el problema cambie de categoría –leve, moderado o severo–.
De acuerdo con Jorge Gvozdenovich, especialista en manejo y conservación de suelos del INTA Paraná –Entre Ríos–, “cuando llueve, la gota golpea contra el suelo y, el grado y la distancia que tenga la pendiente del paisaje hacen que el agua que no se infiltra en el lote tome velocidad y arrastre el mejor suelo que tenemos”.
“La lluvia se lleva la materia orgánica y los nutrientes que están en los primeros 20 centímetros. Es un proceso rápido y degrada la fertilidad del campo”, expresó Gvozdenovich y advirtió: “Si no se controla, la erosión reduce los rindes de los cultivos”.
Por esto, determinar el riesgo de erosión es fundamental para la conservación de los recursos, sobre todo porque la pérdida de unos pocos centímetros de suelo puede impactar de manera irreversible en el potencial productivo de los cultivos.
De acuerdo con Federico Fritz, especialista en suelos del área Ambiente de Aacrea, la pérdida de productividad de las tierras, no solo daría lugar a menores rendimientos agrícolas, sino también provocaría cambios socioeconómicos en muchas regiones. “Nuestro país todavía depende muchísimo de la producción agropecuaria para el empleo directo e indirecto, la cadena agroindustrial y la recaudación impositiva nacional, provincial y municipal, por lo que conservar el suelo es fundamental para la sostenibilidad de las generaciones futuras”, analizó y agregó: “Por esto, seguimos probando nuevos sistemas de producción e incorporando tecnología”.
Desde hace varias décadas, la Argentina centra la mayor parte de la discusión en temas vinculados al suelo y al desarrollo de tecnologías para conservarlo. “En otros países, no es común la gran participación de productores y técnicos a jornadas, charlas y congresos organizados por asociaciones privadas como Aacrea o Aapresid junto con el INTA, las universidades nacionales y asesores privados”, puntualizó Fritz. Y ponderó: “Esto muestra un gran compromiso y responsabilidad por proteger nuestros recursos”.
Para Juan Gaitán, especialista del Instituto de Suelos del INTA, el problema, lejos de revertirse, tenderá a agravarse en el futuro. “El aumento en la demanda mundial de alimentos impulsará una mayor presión de uso sobre los recursos naturales y, sumado al cambio climático que provocará eventos extremos de precipitaciones más frecuentes, acentuará mucho más la erosión”.
La consecuencia inmediata de la degradación “es una disminución de la productividad agrícola, debido a su deterioro físico, a la pérdida de nutrientes y profundidad y, en casos extremos, la pérdida total del suelo”, indicó Gaitán, quien explicó que “todo esto contribuye a incrementar la brecha que existe entre el máximo rendimiento potencial de los cultivos y el obtenido finalmente por los productores agropecuarios”.
“La expansión de la frontera agropecuaria, sobre todo en la región subhúmeda pampeana y chaqueña, mediante la incorporación de tierras al cultivo intensivo de granos –especialmente de soja– reduce la protección que tiene el suelo de la vegetación y, junto con el sobrepastoreo en zonas áridas y semiáridas, provocaron un aumento de la erosión hídrica en las últimas décadas en el país”, explicó Gaitán.
Cada centímetro de suelo fértil que se pierde tiene un costo económico. Patricia Carfagno, una de las autoras del trabajo que estima la pérdida de suelo en la Argentina, señaló que “la soja rinde 95 kilos de granos menos por hectárea, el maíz 273 kilos y el trigo hasta 71 kilogramos menos”. Y agregó: “Si a estos números se los analiza en términos económicos, la pérdida total superaría los 29,9 millones de dólares al año”.
En ese contexto, la fórmula para una producción más sustentable es una agricultura que proteja y aproveche mejor los recursos. “La sistematización de los lotes con terrazas de evacuación es una estrategia sustentable y está comprobado que reduce hasta un 90 % la erosión”, aseguró María Fabiana Navarro, especialista del INTA y coautora del libro publicado por el instituto en diciembre de 2017.
Preocupados por la erosión que afectaba a los suelos, en 1989, un grupo de productores impulsó la evolución del paradigma agrícola mediante la difusión de la siembra directa. Así, desde hace más de 30 años, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) adopta e impulsa la difusión de una agricultura sustentable, basada en el uso racional e inteligente de los recursos naturales mediante el acceso al conocimiento y la innovación tecnológica.
“La siembra directa por sí sola no alcanza para controlar la pérdida de suelo”, aseguró Pablo Guelperin, profesor de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER) y técnico de Aapresid, y añadió: “Cuando uno recorre los lotes puede ver que el ritmo de la erosión es considerablemente menor, en comparación con campos en los que se usaban arados para labrar y remover el suelo”.
Sin embargo, “no debemos perder de vista que hay señales, como los pequeños surcos originados por el relieve, más las huellas que dejan las máquinas que generan cárcavas que permanecen de una campaña a otra”, alertó Guelperin y agregó: “Con una buena rotación de cultivos y cultivos de servicio –llamados cultivos de cobertura–, se mejora el sistema, protege el suelo y aporta nuevas soluciones a otras variables, como el control de malezas y la incorporación de nutrientes y materia orgánica al suelo”.
Terrazas
En la Argentina, como consecuencia del aumento en la producción de granos y carnes productores e ingenieros agrónomos tuvieron que profundizar el estudio y conocimiento del suelo y de los procesos erosivos.
La agudización del ingenio, los llevó a darle mayor difusión y poner en práctica la siembra de cultivos en contorno para controlar la erosión. “Fue una técnica sencilla, eficaz y básica para la conservación; aumentaba la producción, disminuía la escorrentía y reducía la pérdida de suelo”, describió Gvozdenovich.
Años más tarde, las investigaciones se orientaron hacia terrazas a nivel y terrazas con caída progresiva y otras técnicas de conservación, como franjas de cultivos, rotaciones y el efecto del manejo de los rastrojos.
Según datos del Prosa, en la Argentina, por el tipo de paisaje e intensificación de las actividades agropecuarias, sería recomendable la realización de cultivos en terrazas, en unas cuatro millones de hectáreas.
Sin embargo, la realidad es otra. “En la actualidad, se estima que la superficie sistematizada con terrazas para el control de la erosión llega a unas 900.000 hectáreas”, confirmó Casas y analizó: “Es imperioso que la aplicación de esta tecnología se extienda a las tierras onduladas de Salta, Jujuy, San Luis y algunos sectores de Santiago del Estero, además de continuar su difusión en la región pampeana, principalmente en el sudeste de Córdoba, sur de Santa Fe y norte y sur de Buenos Aires”.
La Estación Experimental Agropecuaria del INTA en Paraná –Entre Ríos– es pionera en el desarrollo de tecnologías para el control de la erosión hídrica. “En la provincia, la construcción de terrazas en los lotes hoy representa solo el 25 % del área agrícola”, destacó Gvozdenovich y agregó: “Si tenemos en cuenta que casi el 70 % de los suelos aptos para cultivos tienen distintos grados de erosión, vemos que todavía tenemos un largo camino por recorrer en la preservación del recurso”.