La búsqueda de productividad es siempre el objetivo que apremia, ya sea para responder a la demanda de alimentos que se expande por el crecimiento demográfico o para aumentar los márgenes de rentabilidad y crecer en las cadenas de agregado de valor. Lo cierto es que, para ambos fines, especialistas del INTA coinciden en que la intensificación de la agricultura es uno de los principales medios: ganar kilaje en menos superficie con sostenibilidad ambiental, es decir, sobre la base del uso racional, medido y cuidado de los recursos naturales.
La senda de la agricultura de secano, cada vez más eficiente por la incorporación de tecnologías de proceso y de insumos, es una de las alternativas para los fines buscados. De hecho, la última campaña 2016/2017 se desprendió con un volumen total de 130 M de toneladas de granos –trigo, soja, maíz y girasol, principalmente– en 40 M de hectáreas cultivables que tiene la Argentina, y se convirtió en la más rendidora desde tiempos coloniales.
No obstante, tanto la agricultura con riego complementario –que optimiza los sistemas de secano– como aquella con riego total –que permite producir en zonas que, de otro modo, serían prácticamente improductivas– también tiene su potencial conveniente: representa el 17 % de la producción agrícola mundial y proporciona casi la mitad de los alimentos consumidos. En la Argentina, hay 2 M de hectáreas bajo riego destinadas a producciones intensivas y extensivas y se trata de una superficie con posibilidad de triplicar su extensión.
Para Aquiles Salinas, especialista en riego suplementario del INTA Manfredi –Córdoba–, “esta superficie podría duplicarse, según el objetivo de la primera etapa del Plan Nacional de Riego, o triplicarse si se realizaran algunas obras de infraestructura y se aplicaran con mayor énfasis estrategias eficientes de manejo”.
En esta línea, resaltó el potencial de trabajo para hacer en zonas áridas: “La superficie irrigada actual podría duplicarse a partir de la adopción de tecnologías que optimicen la aplicación de agua en sistemas de riego gravitacional”. Es decir que, con la misma cantidad de agua, se ampliaría el alcance productivo bajo riego.
“En el país, la mayor parte de la producción agropecuaria se desarrolla en ambientes subhúmedos o semiáridos, donde la escasez de las precipitaciones y su inadecuada distribución son los principales factores que limitan la producción o generan una importante variabilidad interanual en los rendimientos”, señaló Salinas.
El 20 % de la Argentina, comprendido por el área mesopotámica –sobre todo–, es húmeda y concentra el 82 % de los recursos hídricos superficiales. El 80 % restante es subhúmeda, semiárida o árida y, por lo tanto, requiere la aplicación de riego para producir o evitar mermas en el rendimiento de los cultivos.
“Crece la demanda de alimentos, disminuyen las posibilidades de expansión horizontal de las tierras agrícolas, la calidad de agua es finita y se hace más fuerte la competencia por el uso de este recurso natural”, describió Daniel Prieto, coordinador del Programa Nacional de Agua del INTA, en relación con el contexto complejo que rodea a la cuestión del riego.
Aun así, el especialista sostuvo: “Bien manejada, la agricultura bajo riego es más productiva que la de secano y estamos convencidos de que, a escala mundial, jugará un rol cada vez más importante en la producción de alimentos”.
Para Juan Cruz Molina, director del Centro Regional Córdoba del INTA, el primer impacto positivo de utilizar riego en los sistemas de producción es aumentar la productividad por unidad de superficie. De esta manera, “es posible transformar así una de las limitantes del rendimiento, como lo es el agua, y cumplir con uno de los aspectos de la sostenibilidad”, resaltó.
Además, destacó que otro impacto técnico-productivo logrado a partir de la adopción de tecnología de riego “está vinculado con la posibilidad de achicar las brechas de rendimiento, entre los rendimientos potenciales y los logrados”. “Los cultivos con tecnología de riego disminuyen ese diferencial respecto de los cultivos en secano y ofrecen una certeza en términos de productividad, al tiempo que permiten minimizar los riesgos”, argumentó Molina.
De acuerdo con el especialista, estos sistemas valorados por su nivel de tecnificación. “Los sistemas productivos con especialidades bajo riego pueden empezar a hacer oferta de alimentos para el mundo; en el caso de nuestra provincia, el ejemplo es la superficie que viene ganando el garbanzo o el cultivo de semillas de maíz”, amplió.
“Las capacidades que tenemos como INTA tienen un rol fundamental, así como todas las referencias que tiene el instituto con instituciones del mundo”, añadió.
Basado en más de dos décadas de registro, un ensayo del INTA Manfredi demuestra que tanto el trigo como el maíz y la soja bajo riego aumentan los rendimientos en un 100, 50 y 30 %, respectivamente, en relación con los obtenidos en secano con manejo adecuado. Por las condiciones agroambientales en que se obtuvieron, estos resultados pueden considerarse como indicativos de un amplio radio: zonas de San Luis, Santiago del Estero, Tucumán, Santa Fe, norte de Buenos Aires y norte de La Pampa.