Todo agricultor sabe que finalmente su producción terminará llegando, de una u otra manera, al plato de un comensal en algún lugar del mundo. Sin embargo, esta certeza tiene doble “sabor” cuando los extremos de la cadena se acercan.
Esta es la sensación que tienen un grupo de productores de la Cooperativa Agrícola y Ganadera Los Molinos, sita en la localidad homónima santafesina –a 80 kilómetros de Rosario- hace 68 años, que desde 2017 empezó a producir pastas con el trigo certificado y trazado que compran a sus asociados.
Como muchas, la cooperativa tuvo su mojón inicial pensada a partir de la necesidad de un grupo de productores de centralizar el acopio. Hoy es mucho más que eso.
Son unos 120 asociados que ponen en producción cada año alrededor de 10.000 hectáreas, de las cuales tienen 1.500 hectáreas en certificación (bajo los parámetros del programa de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa –Aapresid-). Cuentan con una infraestructura de 100.000 toneladas de acopio y una firme convicción de agregar valor e innovar.
Esa convicción es la que los llevó en la década del 70 a diversificar el negocio a partir de la fabricación de balanceado, de modo tal de revalorizar el maíz que reciben de sus socios y generar una alternativa al negocio agrícola para cuando las cosechas magras no hacen viable vivir sólo del acopio. Esta planta, Balcoop, que se modernizó hace unos años, genera entre 800 y 1.000 toneladas de fibromixer.
En 2017, después de tres años de “rumiar” el proyecto, dieron el puntapié inicial con Mulini (significa Molino en italiano), que son pastas fabricadas con su propio trigo.
“Invertimos 4 millones de dólares, con financiación privada nacional e
internacional, con la consigna de producir pastas de alta calidad, trazadas y
con el auténtico sabor italiano”, recordó el gerente de la Cooperativa, Arturo
Lombardich. Y agregó: “Para lograrlo, nos concentramos en dos pilares: el trigo
certificado cultivado con buenas prácticas y un pastificio dispuesto con
maquinarias italianas de punta”.
El acopio cuenta con capacidad para 100.000 toneladas y también producen
alimento balanceado.
Esperan para el próximo año vender unas 400 toneladas de pastas para lo cual necesitarán 580 toneladas de trigo. Aún queda mucho por desarrollar si se tiene en cuenta que la capacidad instalada es de 2.200 toneladas al año. La distribución es por ahora regional, en puntos de venta ubicados dentro de un radio de 250 kilómetros de Los Molinos.
“El hilo conductor de la cooperativa fue siempre tratar de llegar lo más cerca posible del consumidor, apostando a la profesionalización no sólo en sus instalaciones sino también del productor”, destacó Hernán Eljuga, que desde 2005 trabaja en la cooperativa y hoy conduce las riendas de Mulini.
“En nuestro caso, la conexión entre el productor y el producto final, las pastas, es bien cercana porque nosotros trabajamos con los productores para transmitirles a través de recomendaciones técnicas, manejo de fertilizaciones, control de plagas, malezas y enfermedades, que se cumpla con los límites de plaguicidas, todo para que nos llegue una materia prima superior, certificada y trazada”, resumió Eljuga.
“Que nuestro trigo sea convertido en pastas es un deseo hecho realidad. Y la verdad es que son cosas que se van logrando porque hay una idea firme, con fuerte arraigo detrás la calidad, la sustentabilidad y el agregado de valor para llegar a las góndolas”, opinó Marcelo Castelli, uno de esos productores que provee trigo certificado a la fábrica.
Castelli trabaja 300 hectáreas (mitad de la familia y mitad alquiladas) con los cultivos tradicionales de la zona: trigo, soja y maíz. “Veníamos de una rotación con 50% de gramíneas pero los últimos años estamos tratando de hacer 60-70% de trigo y maíz”, contó Castelli.
Esta campaña, en la que la sequía complicó a los cultivos de verano, Castelli apuntó que “se notó la diferencia entre el que venía haciendo bien las cosas y el que no”. Apunta a 100 quintales por hectárea de maíz, 45-50 quintales de trigo. “Este año fue fantástico y cosechamos 70 quintales de trigo y 37 quintales de soja”, contó.
Puntualmente, en lo que respecta a la producción de trigo, Castelli está probando variedades de calidad versus potenciales de rinde, tratando de detectar la fertilización justa para obtener rendimientos y calidad equilibrados.
“La cooperativa siempre busca la diversificación a partir de ideas innovadoras”, remarcó el productor. Además de la fábrica de balanceados y la producción de pastas, Castelli destacó las 4.000 a 5.000 hectáreas adheridas al servicio de monitoreo que brinda la cooperativa hace dos años y que facilita la toma de decisiones a partir de información precisa cada semana.
Hacer los deberes Diego Ciminari, otro de los productores asociados, dijo que saber que “nuestro trigo llega a las familias en forma de pastas, con la marca Mulini, es un orgullo”.
Los Ciminari son longevos en la cooperativa, una historia de tres generaciones. En unas pocas hectáreas de campo propio y alquilado apuntan a rotar 30% de trigo, 20% de maíz y 50% de soja de primera. Hace unos años están probando con arveja.
“Siempre nos gustó hacer trigo, por cobertura, tenemos campos con pendiente en los que la única forma de frenar la erosión hídrica es con cultivo, y nosotros elegimos el trigo”, explicó Ciminari.
Siembran ciclos cortos y largos con algún lote de ciclos intermedios. Las fertilizaciones están guiadas por un análisis de suelo previo. Usan fosfato monoamónico a la siembra y después fertilizante líquido.
En cuanto a la certificación, Ciminari apunta a “darle un sello a las buenas prácticas” que ya venían haciendo y a darle trazabilidad a la fábrica de pastas. A campo venían haciendo casi todo como se debe, pero tuvieron que ajustar más cuestiones de gestión, seguridad y también capacitarse.
Como productor certificado la pregunta que se hace Castelli es si esta inversión tiene una retribución. “En ordenamiento, administración y gestión el beneficio es inmediato, ahora falta que llegue la retribución económica”, resumió.
Justamente, Castelli prefiere seguir machacando en la eficiencia para mejorar la rentabilidad de cada hectárea que pone en producción.
“Buscamos satisfacer a un consumidor responsable como proveedores que garanticen la calidad en toda la cadena productiva, por eso, además de tenemos una estrategia para crecer en el mercado regional a partir del 2019”, cerró Lombardich.
En este sentido, en un año esperan poder alcanzar las 6.000 hectáreas certificadas.
La cooperativa es un sello distintivo de una localidad que tiene menos de 2.000 habitantes. Se la valora por el empleo que genera y por el volumen de negocios que se mueven a su alrededor.
Los socios de hoy esperan que sus hijos continúen ese legado y sigan poniendo un mojón en la historia con el valor agregado como bandera, para seguir creciendo con calidad y sustentabilidad.
Para paladares exigentes
Cuando se pensó en qué tipo de pastas producir, la Cooperativa Los Molinos se decidió por tres: dos clásicos y una novedad. “Son tres pastas cortas, dos típicas como penne rigatti y fusili, y una novedad, las rueditas o route, una forma no tan habitual en la Argentina pero que sirve tanto para platos calientes como para ensaladas”, explicó Hernán Eljuga.
El target al que apuntan son los niños, “porque son pastas que no necesitan cortar y pueden comer solos”. Pero no es sólo eso, porque también son fideos típicos de ensaladas, lo que también configura un potencial consumo de mujeres, madres.
“Nuestro desafío es llegar con nuestros trigos trazados, certificados y de calidad al plato de la gente, pero además buscamos contagiar los valores de la cooperativa, como solidaridad, compromiso, e incorporar a los jóvenes. Como tenemos un buen producto creemos que vamos a tener resultados satisfactorios en un mercado muy competitivo”, cerró Eljuga.