La noticia de la compra de soja estadounidense por parte de firmas argentinas comienza a generar inquietud y comentarios entre los productores, que en algunos casos se muestran preocupados, molestos y hasta traicionados. En estos días, tras la confirmación por parte del USDA de negocios por 240.000 toneladas, se han llegado a escuchar comentarios como el siguiente: "¿Cómo van a traer soja de afuera? Si es solo uno el que hace eso vamos a procurar evitar venderle; que se dedique a la importación y vamos a ver cómo le va".
Entonces, frente a este tipo de reacciones, es bueno analizar la noticia y tratar de dilucidar si estamos ante un problema o ante una solución, siempre desde la premisa de integrar diversos puntos de vista sobre un mismo tema.
Primero, hay que tener presente que hoy sería imposible ingresar esta soja importada desde los Estados Unidos y que dependemos de la actualización de ciertos protocolos por parte del Senasa para lograr su ingreso, algo que, según dijo a LA NACION el presidente del organismo, Ricardo Negri, se logrará para el momento en que esta materia prima llegue a los puertos argentinos, entre octubre y noviembre. También, aparentemente, la Unión Europea no permitiría el ingreso de harina de soja que se haya producido con soja estadounidense, por la falta de autorización para consumo en esa región de algunas variedades transgénicas cultivadas en Estados Unidos.
Después, debemos tener en cuenta que estas operaciones no tienen como única alternativa de resolución el ingreso de la soja comprada en nuestro país. Tan es así que previo a su embarque la operación se puede cancelar o (al ser una compra FOB) puede transformarse en una venta FOB para que la mercadería tome otros rumbos. Pero, efectivamente, la alternativa de que esa soja llegue para ser molienda en la Argentina es concreta.
Tampoco hay que sorprenderse, el régimen de importación temporaria que en un momento el gobierno anterior dio de baja, volvió a entrar en vigencia bajo la administración macrista, y desde que eso ocurrió ingresa soja a las aceiteras locales desde los países vecinos, se muele y se exporta. Usualmente se importa desde Paraguay, Uruguay, Bolivia y desde Brasil, pero la noticia no la vemos en la tapa de los diarios, ni los industriales dejan por ello de comprar soja en el mercado local.
No hay que perder de vista que la soja es una materia prima; que el mercado está globalizado, y que las industrias de molienda de oleaginosas no son entidades sin fines de lucro. Entonces, si un productor al momento de comprar un insumo (que es una commoditie, ejemplo glifosato o urea) busca el mejor precio, y dentro del mejor valor, la mejor condición para el negocio, ¿por qué quien compra soja no puede hacer lo mismo? Entonces, si los márgenes de molienda de soja locales son similares a los obtenidos con la mercadería importada, debemos tener en cuenta que uno de los factores que aceleraron la concreción de las importaciones fue el hecho que afuera se puede conseguir mucho volumen en poco tiempo y cerrar el negocio. Esa es una ventaja comparativa significativa, ya que en el mercado local adquirir un volumen similar al confirmado por el USDA llevaría más de una jornada seguramente.
Si agregamos a esto que la capacidad teórica instalada de molienda de oleaginosas supera los 60 millones de toneladas anuales, frente a una cosecha diezmada por la grave sequía que atravesaron nuestras llanuras, se estará lejos de abastecer las necesidades industriales y, a menor molienda, los costos fijos por unidad son mayores y a mayores costos, son menores las posibilidades de pago de la materia prima.
Según cifras publicadas por la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina, la molienda de oleaginosas del año comercial 2016/2017 llegó a los 45,17 millones de toneladas, por ende, 240.000 toneladas de soja importada (negocios confirmados a la fecha) equivalen tan solo al 0,5% de lo que se procesó durante la campaña pasada o a no mucho más de 1 día de molienda con la capacidad teórica total actual.
Es evidente que la posibilidad de importar soja en mayores volúmenes que los que se vio en los últimos años marcan la cancha, ponen un techo futuro a los valores relativos entre nuestra soja y la estadounidense. Y, quizás, ese fuera uno de los efectos deseados por el importador. En el fondo, la idea es buscar alternativas para mejorar su performance y bajar costos de producción.
En conclusión, el ingreso de un mayor volumen de soja para procesar en la industria local debería ser visto como positivo por todos. Frente a una de las críticas habituales, en cuanto a que somos exportadores de materias primas, con la buena nueva de estas importaciones traemos una materia prima (soja) y exportamos harina y aceite, es decir, valor agregado.
Para el productor también es potencialmente positivo el hecho, ya que a mayor molienda se logran menores costos de proceso y una industria más competitiva está en condiciones de pagar mayores valores en el largo plazo por la materia prima que necesita.
Evidentemente, la noticia es reciente y muchas veces el impacto inicial de este tipo de cambio de hábitos genera una sobreactuación en las reacciones iniciales del mercado, para luego, con el correr de las jornadas, reacomodarse a la realidad. Hay que dejar que el carro se ponga en movimiento que, como dicen, los melones se acomodan solos.