El gradualismo fiscal depende de que se pueda emitir deuda a tasas razonables. Y el nivel de crecimiento está determinado por la inversión privada. El Estado no puede dinamizar la economía. El gasto público ya es exorbitante. Estas prioridades explican el entusiasmo por la visita de Mariano Rajoy . Y la preocupación por la incertidumbre brasileña, agravada con Lula en la cárcel.
Rajoy confirmó lo que suele comentar su amigo Miguel Ángel Cortés, un senador español que conoce como nadie la Argentina: "El presidente tiene dos amigos principales en el mundo. Son Merkel y Macri". Llegó a Buenos Aires acompañado de hombres de negocios y funcionarios económicos para ratificar que la relación bilateral, que había colapsado con la estatización de YPF, está reconstruida. Rajoy aprovecha, también, a tomar aire. La crisis catalana parece interminable. Y su Partido Popular debe enfrentar el desafío de Ciudadanos, una fuerza ascendente que aspira a quedarse con su base electoral. La vida material marcha por otro carril. España lleva tres años de expansión a una tasa del 3% y, para sostener esa performance, debe internacionalizarse todavía más.
Para Macri la visita de Rajoy tiene dos atractivos. Uno es la posibilidad de aumentar los niveles de inversión de las empresas españolas en el país, sobre todo en energías renovables y turismo. El otro es el apoyo al Tratado de Libre Comercio del Mercosur con la Unión Europea. El presidente español se presentó como el principal abogado de ese acuerdo. En su gobierno creen que Europa debe aprovechar el repliegue anglosajón, como llaman al espíritu proteccionista de Estados Unidos y Gran Bretaña, para conquistar el mercado de América Latina. Rajoy, como Merkel, es un defensor de la apertura comercial. Uno de sus colaboradores, el presidente del Instituto de Crédito Oficial, Pablo Zalba, lo explicaba ayer con números: "Cada 1000 millones de euros de incremento en las exportaciones, se crean 14.000 nuevos puestos de trabajo".
Macri está obsesionado con el acuerdo con Europa. Supone, con razón, que uno de los motivos por los que la economía argentina atrae pocas inversiones es que está muy desconectada. También sabe que el costo político de la apertura es inferior si se justifica en un compromiso internacional y no en una decisión doméstica.
El tratado entre el Mercosur y la Unión Europea fue materia de una larga conversación el lunes pasado, durante la reunión entre el equipo de Producción, liderado por Francisco Cabrera, y el de la Secretaría de Comercio y Competitividad española, que conduce Marisa Poncela. Los argentinos contaron allí las reiteradas gestiones de Macri frente a Michel Temer para que Brasil se flexibilice en la negociación. La última de ellas fue graciosa. Ocurrió en Santiago de Chile, durante la asunción de Sebastián Piñera. Macri comenzó a quejarse de la rigidez del representante brasileño, Ronaldo Costa, hasta que un colega de ese diplomático lo interrumpió y, señalando a uno de los que formaban el corrillo, dijo: "Se lo presento, Presidente. Él es Ronaldo Costa". Una broma pesada de Itamaraty.
Los europeos comparten la presunción de que el anuncio de un entendimiento se demora por la intransigencia de Brasil, sobre todo en la discusión automotriz. Los funcionarios de Temer responden: "Somos los más duros por algo obvio, y es que ofrecemos el mayor mercado". Un diplomático español admitió ayer: "Tienen algo de razón. Además, no podemos descartar que, a último momento, los franceses creen un problema por el sector agropecuario". El próximo 23 habrá una reunión técnica en Bruselas. Para un anuncio formal, aunque más no sea político, habría que esperar hasta la reunión de mayo, en Paraguay.
Nadie puede descifrar qué significa el acuerdo para Temer . El presidente de Brasil está muy deteriorado. Tal vez por eso mismo lanzó, desde el piso del 6% de popularidad, su candidatura a la reelección. La prisión de Lula le juega en contra. Los jueces podrían tentarse con avanzar sobre alguien de centroderecha para demostrar que no encarcelaron al líder del PT por caprichos ideológicos. Temer sería, para esta lógica, un blanco formidable. Fue acusado de favorecer a una empresa con un decreto de regulación de puertos. Por ahora se protege con los fueros.
Lula y Temer son, por lo tanto, socios. Ambos necesitan frenar el proceso Lava Jato. Un indicio: a comienzos de marzo, Lula elogió a Temer porque "resistió un golpe de la cadena Globo". Se refería a una denuncia del arrepentido Joesley Batista, por habilitar sobornos en el Congreso. Lula giró: hasta ahora, para el PT, el único que había dado un golpe era Temer. El impeachment contra Dilma Rousseff.
Así como Lula, con 35% de intención de voto, deja un vacío enigmático en la oferta de la izquierda, el centro no logra constituirse. Como Temer, también Geraldo Alckmin, quien acaba de dejar la gobernación del estado de San Pablo para competir como candidato del PSDB, puede quedar salpicado por denuncias. En este paisaje deprimente, el único dirigente estable es Jair Bolsonaro, un excapitán fascistoide que se propone como candidato antisistema. Los funcionarios de Macri miran a Brasil con preocupación. Temen que la inestabilidad política contamine una economía que comenzaba a reanimarse.
La de Lula en cautiverio es una imagen de época. La corrupción está afectando la estabilidad política en varios países de América Latina. Este viernes se celebrará la Cumbre de las Américas en Lima. Estará llena de rarezas. La más notable: el anfitrión original, Pedro Pablo Kuczynski, ya no estará. Dejó la presidencia acosado por denuncias de corrupción. Su antecesor, Ollanta Humala, está preso. Y Alejandro Toledo, también expresidente de Perú, sigue prófugo.
La epidemia es continental. Jorge Glas, el vicepresidente de Ecuador, fue destituido por negocios turbios con Odebrecht. Y los colombianos Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, enemigos acérrimos, se castigan uno al otro por haber recibido fondos de esa multinacional.
Los hijos del presidente panameño, Ricardo Martinelli, son acusados de recibir sobornos de la misma empresa. En Dominicana, Odebrecht pagó 92 millones de dólares en coimas. El régimen de Nicolás Maduro recibió 98 millones. Pero Maduro, en Venezuela, como es de prever, no está siendo investigado.
Signo de los tiempos: el tema central de la cumbre de Lima será la corrupción. Se ha convertido en una enfermedad estructural. Un equivalente de esa otra que, en las décadas del 60 y el 70, fue el golpismo militar. En aquellos años la literatura interpretó el problema a través de las novelas de dictadores. Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El recurso del método, de Alejo Carpentier; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, fueron algunas cumbres de ese género.
Hoy se asiste a un tratamiento similar de un mal histórico. Se multiplican las series que tematizan la corrupción. En la pantalla local, se vio El puntero, ambientada en la sórdida política del conurbano bonaerense. Pronto se lanzará El lobista. Netflix tuvo un gran éxito con Narcos, la historia de Pablo Escobar, que llegó a ser diputado nacional. Ahora se lanzó, del mismo autor, José Padilha, El mecanismo, que retrata, con algunas licencias literarias, el proceso Lava Jato y a sus protagonistas: Lula, Dilma, Temer, el juez Sergio Moro y varios de los arrepentidos. Para promover el ciclo, Netflix instaló en los aeropuertos brasileños unos showrooms que, a modo de tiendas, simulan ofrecer dispositivos para manejar dinero negro. Lojas da corrupção las llaman.
La Cumbre de las Américas no contará con la presencia de Maduro. No fue invitado. Su primera reacción fue intempestiva: dijo que igual asistiría. Ahora prefiere quedarse en Venezuela. Teme abandonar el país por ruidos en el frente interno. También habrá otro ausente. Donald Trump anunció, anteayer, que no concurriría. Se iba a reunir a solas con Macri y con Piñera. Es la primera vez, en 24 años, que un presidente norteamericano falta a una de esas reuniones. Es una inasistencia significativa. Para los Estados Unidos la falta de transparencia institucional es la amenaza más grave que llega desde la región. Por los canales del lavado de dinero se infiltran el terrorismo y el narcotráfico. Esto explica que el eje de las relaciones bilaterales con países latinoamericanos pase por la capacitación y el equipamiento de las fuerzas de seguridad. Será una de las misiones centrales del nuevo embajador en la Argentina, Edward Prado, que el 10 de mayo llega al país.
Es un servicio que los estadounidenses se prestan a sí mismos. Un detalle revelador de estas prioridades: a la última reunión del Comando Sur, el Pentágono invitó al ministro de Defensa, Oscar Aguad, pero también a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Las policías importan allí mucho más que los ejércitos.