Es innegable el mérito de Cambiemos de haber salido del cepo sin una crisis monetaria y cambiaria, haber sacado al país de la ignominia de uno de los defaults más voluminosos y largos de la historia económica mundial, en dejar de hacerle la guerra al campo, bajar algo las retenciones a las exportaciones, ajustar tarifas de manera gradual, haber normalizado el Indec y planteado una relación adulta y constructiva con el mundo desarrollado.
Confirmando una vez más que una de las cosas que gobiernan la ciencia económica son los "relativos", todo lo anterior, si bien no es gran cosa (el mundo civilizado ni se cuestiona lo escrito más arriba) respecto de dónde veníamos con el delirante kirchnerismo (teníamos menos pobres que Alemania y la Gendarmería en la City para bajar el dólar) constituyó un avance tan importante que encauzó la economía hacia un rebote económico que ha entrado en 2018 en su segundo año y no habría que descartar que continúe en 2019, último año del mandato de Mauricio Macri .
Pero aquella normalización, como les gusta decir a los cambiemitas, ocurrió en el primer semestre de 2016 (salvo el ajuste de tarifas, que todavía hoy continúa).
Desde entonces, hace ya dos años que todo ha sido marketing, duranbarbismo o kirchnerismo económico de buenos modales.
Se les ha dado una montaña de plata a los piqueteros; ídem a los sindicalistas. Precios Cuidados continúa, lo mismo Ahora 12; Rodríguez Larreta en la Ciudad es un festival de gasto en nimiedades y excentricidades como las frustradas cabinas antiestrés y la app para mascotas. Recientemente el gobierno nacional anunció ajustes en la planta de personal para parientes de funcionarios con el objetivo de dar un "gesto" de austeridad.
Más que cambiar, parecería que Cambiemos se siente cómodo con los desequilibrios heredados del kirchnerismo (a veces profundizándolos) mientras se pueda. Y si la tasa de interés internacional sube mucho y dificulta el proyecto, Dios proveerá y/o ya se sabrá a quién echarle la culpa de eventuales complicaciones de la economía.
Los desequilibrios de nuestra economía son mayúsculos y deberían ser atacados cada vez con más urgencia para no continuar hipotecando el futuro, como viene ocurriendo desde hace más de 70 años.
El sector privado sufre la presión impositiva (corregida por su PBI per cápita) más alta del mundo. Más de la mitad del año trabajamos solo para pagar impuestos y no nos damos cuenta cabalmente de ello porque nuestra cobarde clase política los ha puesto, en su gran mayoría, más sobre los bienes que consumimos e invertimos que sobre las ganancias generadas con nuestro trabajo.
Al igual que la presión impositiva, el gasto público es récord mundial (corregido por nuestro PBI per cápita) con 44% del PBI casi en su totalidad para financiar amiguismo, clientelismo y transferencias desde los activos y parte de la clase media hacia los pasivos, la clase media pícara para usufructuar del Estado, los vagos que se emplean en él y los planeros. El déficit fiscal resultante está en 7% del PBI (Dujovne nos miente de manera descarada con sus números fiscales), lo cual significa que la deuda pública crece a esa velocidad y solo se disimula por el atraso cambiario que tenemos. La inflación es 10 veces la internacional.
Para tener una idea del desafío por delante, el gasto público debería bajar mínimo 15% del PBI; el déficit fiscal, a 0, y la inflación, a nivel internacional. Ni hablar de la contrarreforma estructural que hay que hacer para desandar el camino de nuestra decadencia ya casi secular. Entre otras cosas, hay que reprivatizar todo lo que el kirchnerismo estatizó, eliminar la coparticipación federal de impuestos y que las provincias se paguen el gasto propio; sacarles a los sindicatos las obras sociales e ir a una red de hospitales públicos nacionales; quitar la obligatoriedad que existe (en los hechos) para la cuota sindical; renegociar ya los convenios colectivos de trabajo; ir a una apertura total del comercio sea firmando acuerdos de libre comercio con el grueso del mundo u optando por una apertura unilateral como la chilena de mediados de los años 80.
Si Macri no es un político más, como gustan decir sus fieles, tiene que reemplazar su bailecito en la Rosada del 10 de diciembre de 2015 por un discurso por cadena hablando de lo todo lo anterior. Toda otra cosa es pintarnos una "Alicia en el País de las Maravillas" que no es tal.