Cuando Carlos Thays diseñó y seleccionó el llamado arbolado de alineación de la ciudad, aquel plantado linealmente en veredas urbanas, pocos se atrevían a desafiar o a refutar su elección: eran ejemplares muy rústicos, fuertes, que soportaban las inclemencias y brindaban un soporte vegetal estructurante.
El crecimiento de la ciudad y sus edificios en altura fueron factores que
pusieron en jaque el arbolado porteño. Es que las especies tienen cada vez menos
lugar para crecer y desarrollar su estructura de copa de forma natural.
La ley de arbolado porteña busca proteger e incrementar el arbolado público urbano, implementando los requisitos técnicos y administrativos a los que deben ajustarse todas las tareas de intervención que impactan sobre ellos, fijando también la obligación de incrementar los árboles a través de un plan maestro dirigido a evaluar el estado de los ejemplares y su número. Este año, mediante un convenio entre el gobierno de la ciudad y la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, se resolvió actualizar el censo de 2010, pero no se tomaron las medidas necesarias para frenar las podas a fin de tener un verdadero panorama de situación que permitiera luego actuar en consecuencia.
Cabe aclarar que, técnicamente, hay muchos tipos de podas: de despejes, de
balanceo, de limpieza o raleo. Últimamente las cuadrillas tercerizadas vienen
realizando una poda que se conoce como de "escoba invertida", por la cual se
saca el andamiaje de ramas de la parte inferior del tronco y se dejan las ramas
de la parte superior, generando un desbalanceo, y cuando el viento sopla, muchas
veces ocasiona la caída de ramas o del ejemplar completo, si es muy fuerte.
Lamentablemente, también hay que citar la falta de personal capacitado con un criterio técnico adecuado para llevar adelante tan importante tarea en la ciudad. No se puede desconocer que nuestro arbolado urbano de alineación es mayormente centenario y que debe ser reemplazado en algunos casos. A que esto no ocurre con la frecuencia deseada se suman las malas prácticas de los últimos años que agravan problemáticas como desgajes, pudriciones, extracción y caída de ejemplares.
La mayoría de las especies de la ciudad se podan en invierno, que es cuando
el ejemplar está en reposo y se prepara para el inicio de la brotación. Otros,
como nuestros tan característicos y maravillosos jacarandás, lapachos y tipas,
han de podarse fuera de época en función de su caducidad y floración, y hacerlo
fuera de término los daña y acelera su decrepitud, tornándolos también más
propensos a desarrollar plagas. A pesar de lo expuesto, en los últimos años
asistimos a podas en cualquier época del año, incluso en los meses más
calurosos, generando el triste descope de muchos ejemplares y viendo desaparecer
por completo la tan preciada sombra estival.
Afortunadamente, la sociedad comenzó a tomar posición activa respecto de temas ambientales y a combatir malas prácticas, organizándose y sumando nuevas y valiosas voces. Es en este contexto que se dictó una medida cautelar para frenar las podas y, principalmente, las mutilaciones evidentes del arbolado. La Cámara en lo Contencioso Administrativo y Tributario porteña rechazó recientemente la apelación presentada por el gobierno de la ciudad y confirmó la suspensión de la poda y tala ilegal del arbolado público que no cumpla con la ley de arbolado vigente. Enhorabuena.
El gobierno de la ciudad debería promover y desarrollar un plan de manejo del arbolado que no deje librado al azar o al arbitrio de gente no capacitada estas cuestiones. No se trata de activar podas en tiempos preelectorales para hacerse ver. Hoy hablamos de terrazas verdes urbanas y destinamos nuevos espacios a plazas y paseos con vegetación. Una mayor conciencia ambiental promueve plantar más especies mientras otras perecen inexplicablemente por impericia o desidia. Nadie discute hoy los enormes beneficios que los árboles aportan a las ciudades. Urge prestarles debida atención y diseñar políticas que los preserven y acrecienten en número.