El grano de soja de bajo tenor proteico que producimos en la Argentina es un factor de baja competitividad para la cadena de la soja, que determina la imposibilidad de obtener harinas de la calidad que el mercado requiere. Somos los principales exportadores en este rubro pero hay evidentes perjuicios económicos en el elemento que valoriza a la soja.
Desde hace muchos años, estamos en una pendiente decreciente en los valores de proteína en grano. Es bueno aclarar, que la preocupación no es única de la Argentina, ya que la problemática, se ha instalado en mayor o menor medida en todos los países competidores.
En el quinquenio 1997-2002 en la región central del país estábamos en un nivel de proteína de 39,3% y en el 2012-2017 los valores obtenidos fueron 37,1% (INTA). Esto no permite obtener harinas “High pro” que en los estándares internacionales deben contener un mínimo de 47% de proteína, y que el país ajustó a una base menor del 46,6%, a la cual difícilmente se llega.
En la cadena del cultivo nos hemos reunido en estos días por este tema y consideramos un desafío acercarnos a una posición de consenso para elaborar un plan de trabajo para aumentar el tenor proteico de la soja.
Se conoce la influencia que la interacción del genotipo con el ambiente y el manejo tiene en cuanto al rendimiento en grano, tenor proteico y del aceite, y la calidad de los mismos. Esto ha sido medido y categorizado muy claramente en el trabajo que lleva el INTA y en estos momentos con aportes de universidades (UNR-UCA).
El ambiente climático está definido por la latitud, sumas térmicas en determinados períodos de la soja, estrés térmico e hídrico, que conforman mapas comunes en todos los países productores. La regionalización de nuestro país en cuanto a la calidad de la soja, está hecha, pero es variable a través de los años. Comparativamente nuestra posición geográfica en un clima más templado y frío nos posiciona negativamente frente a países como Brasil y Paraguay, y somos muy similares a EE.UU. y China.
El factor decisivo en el planteo del productor es el rendimiento y no hay un claro incentivo para procurar calidad. Hacia allí apunta el principal objetivo en el mejoramiento genético y en la amplia mayoría de los estudios de respuesta a diferentes manejos y aplicaciones de tecnologías.
Pero el precario estado nutricional de nuestros cultivos, la baja fertilización, la falta de rotaciones, más allá del tema retenciones, y las fechas de siembra adelantadas, que obviamente generan mayores potenciales de rendimiento, suman mucho a la actual situación.
La mayoría de las nuevas variedades tienen una tasa de ganancia genética mayor y constante, y son más aceiteras y menos proteicas, salvo excepciones, como lo documentan los resultados de la Recso. En esta se estableció que el ambiente es el principal factor que influye en los tenores de proteína, pero estudios regionales recientes demostraron que el genotipo tiene más influencia que su interacción con el ambiente.
Si clasificamos las variedades disponibles, hay claros valores extremos y estables, en los porcentajes de aceite, proteína o ambos sumados. Esos mismos trabajos de las universidades demostraron que hay disponibles variedades de altísimo potencial y calidad. Esta es una oportunidad que existe, pero que poco se difunde o conoce.
En el proceso industrial se viene desarrollando una estrategia para evitar castigos en el precio o reducir los descuentos comerciales. Entre los más importantes podemos citar el descascarado del grano en altos porcentajes y la elaboración de harinas más secas. Esto genera menor rendimiento en harinas, un aumento en el costo de energía, menor capacidad de molienda, necesidad de mayores inversiones específicas y mayores mermas. Una estrategia compensatoria es el procesado de soja proveniente del Paraguay, que permite corregir la calidad. Los ítems mencionados, de acuerdo a un estudio de la Bolsa rosarina, cuestan al país 255 millones de dólares, aproximadamente un 3% del total exportado. Estas consecuencias económicas, seguramente se trasmiten a toda la cadena.
Tomando en cuenta a todos estos comentarios, hemos concluido, y sigue en estudio, la posibilidad de que la industria genere un incentivo para producir sojas de mayor contenido proteico, con adecuados niveles de aceite, que incluya un compromiso de sumar un tonelaje a nivel país que permita realizar una corrección en las harinas producidas.