Vale preguntarse qué empleos existen en la Argentina actual. Se encuentran empleos reales, pero también hay potenciales. Para efectivizar estos últimos se requiere un mayor grado de empresarialidad. La empresarialidad es la capacidad de creación y de desarrollo de nuevas iniciativas. Es aquella fuerza dirigida a emprender un nuevo negocio, que adopta riesgos calculados frente a una oportunidad o a una necesidad insatisfecha.
En la medida en que haya mayor capital social, tal fuerza contará con una
palanca especial para la generación de redes empresariales. La conformación de
redes se hace sobre la colaboración y la confianza. Y este es un fenómeno que se
advierte con claridad en la actividad rural. El capital social está ligado a
valores como la confianza interpersonal, la asociatividad, la conciencia cívica
y la ética.
Existe el capital social vertical y el horizontal. El primero crece a lo largo de la cadena de valor y contribuye a una mejor coordinación entre eslabones, lo que permite el aumento de la competitividad. El horizontal se desarrolla dentro de un eslabón y es ejercido por empresas y agentes del mismo eslabón. Quien invierte en una máquina de trilla y conforma un colectivo de dueños de cosechadoras revela un palpable capital social.
El capital social plantea que el intercambio no sólo depende del deseo por bienes y servicios físicos y por activos productivos. También depende de la búsqueda de bienes socioemocionales presentes en todas las relaciones. El análisis histórico de las empresas muestra cómo salen beneficiadas cuando expanden sus redes y fortalecen las relaciones existentes agregando otros actores a la cadena productiva.
Todo ello implica fortalecer la acción colectiva para crear vínculos personales mediante la capacitación y la provisión de otros beneficios y a fin de reducir costos. Un ejemplo se puede hallar en una empresa dedicada a la biotecnología como resultado de la acción de varios empresarios, totalmente integrada, que utiliza múltiples plataformas para desarrollar y comercializar soluciones para el incremento de la productividad en los cultivos y para agregar valor.
Un entorno institucional adecuado estimula la empresarialidad. La década de 1990 lo revela claramente: las nuevas tecnologías se adoptaron simultáneamente en los países más avanzados. Es el caso de la siembra directa. Pero cuando el entorno no es el adecuado, los costos de transacción empujan al desarrollo de corporaciones con tendencias monopólicas. Ello dificulta la emergencia de emprendimientos de menor envergadura que son los que abren el abanico a una gran diversidad de dueños (autoempleados), en lugar de a empleados. En la medida en que nuestro país logre un marco adecuado para reducirlos, mayor será el grado de empresarialidad que aliente a los emprendedores a concretar sus sueños
El autor es economista