A fines de 2004 estaba conversando con Kenneth Thompson, el entonces embajador de Irlanda en Argentina. Le pregunté si no creía que la apertura de la economía que había iniciado Irlanda a fines de la década del 50 no había sido clave para el actual desarrollo económico de su país. Thompson me dijo que Irlanda había estado viviendo dentro de sí misma y para sí misma durante muchos años: “hemos vivido como un caracol y eso no funcionó”. Pero Thompson también me confirmó algo que se verifica en todos los países que han salido de la pobreza y el estancamiento económico. Una vez que un país se incorpora al mundo, logra anclar sus instituciones a la de los países desarrollados y es entonces cuando se logra la credibilidad de los inversores y de los agentes económicos en general.
En la década del 80, Irlanda tuvo una crisis económica muy grande y la situación del país era insostenible. Como en la mayoría de los países decadentes, Irlanda tenía una economía cerrada, alto gasto público, elevado endeudamiento, falta de competencia y de inversiones. El contexto era tan desalentador que llegó a tener una emigración de un séptimo de la población por falta de oportunidades para trabajar.
En 1987 Irlanda estaba sumergida en otra de sus periódicas crisis económicas. El entonces primer ministro Charles Haughey, un populista que ya había gobernado entre 1979 y 1982 tuvo que encarar una profunda reforma fiscal para poder cumplir con las pautas que había establecido para entrar en la UE. Fue así que un populista tuvo que reducir el 6% el gasto en salud, recortó el 7% el gasto en educación. Además se redujo la burocracia cerrando reparticiones públicas y se redujo el empleo público en 10.000 puestos. Pero ahí no terminó la historia, porque el presupuesto del año siguiente se preparó con un nuevo recorte del gasto público.
Además, en la década del 90 se inició una fuerte baja de impuestos para atraer inversiones. Hoy día el impuesto a las ganancias a las corporaciones es del 12,5%. A todo esto recordemos que Irlanda tiene un territorio algo menor al de la provincia de Entre Ríos pero su capacidad de exportar es sustancialmente mayor a la nuestra. Hoy día exporta U$S 154.000 millones versus los U$S 57.700 millones que exportó Argentina en 2016.
Como puede verse en el gráfico 1, las exportaciones de Argentina e Irlanda en
dólares constantes de 2010 se mantuvieron casi iguales hasta mediados de la
década del 80, pero ya en la década del 90 Irlanda se despega de Argentina y
sale eyectada al crecimiento mientras nosotros quedamos empantanados en el
populismo.
La realidad es que Argentina logró ser una potencia exportadora a principios del
siglo XX. Las exportaciones Argentina representaban entre el 2 y el 3 por ciento
del total de las exportaciones mundiales y hoy en día representan el 0,3% del
total mundial. Si Argentina no se hubiese cerrado al mundo y hubiese mantenido
su participación en el comercio mundial, como lo hicieron Canadá y Australia,
hoy debería estar exportando U$S 518.000 millones anuales.
Si comparamos las exportaciones argentinas con las de otros países como Australia y Canadá, veremos que ellos crecieron en dólares constantes gracias a su incorporación al mundo y nosotros nos quedamos estancados en dólares constantes.
Es evidente que el crecimiento sostenido lo vamos a encontrar incorporándonos al mundo como a fines del siglo XIX y principios del XX o como han hecho otros países que tienen sus economías más abiertas que la nuestra. Claro está que para poder incorporarnos al mundo y ser competitivos hay que llevar a cabo una serie de reformas estructurales en el sector público, en materia impositiva y en legislación laboral. Los problemas no se van a solucionar solos por el simple paso del tiempo.
Tenemos dos opciones, o nos lanzamos a las reformas estructurales y logramos ingresos per capita de U$S 70.000 anuales como actualmente tiene Irlanda o seguimos viendo como nos siguen pasando el resto de los países del mundo que logran ingresos por habitante superiores al nuestro y continuamos empantanados en el populismo y progresismo que solo nos puede ofrecer pobreza y continuar con la decadencia que venimos teniendo desde hace 70 años.
Es más, si logramos incorporarnos al mundo, nos aclararemos a instituciones más sólidas y lograremos acelerar nuestra tasa de crecimiento porque la confianza se recuperará más rápidamente.
Para mejorar el nivel de vida de la población hay que hacer un esfuerzo. Nada es gratis, pero la recompensa está al final del camino. Vale la pena comenzar a transitar el largo camino de la recuperación.
Fuente: Economía para Todos