Para el año 2050 los agricultores van a tener que producir un 50% más de alimentos que en 2012 para poder abastecer las demandas mundiales. Pero la salvedad es que esa mayor producción tendrá que realizarse con menos recursos. Por caso, con menos suelo debido a la disminución de la oferta de tierras cultivables por habitante en el mundo, producto de la combinación del crecimiento demográfico, la desertificación y la urbanización. Y también deberá darse con una menor utilización de insumos por unidad producida, buscando mayor eficiencia de los factores y menor impacto ambiental.

Sabemos que tenemos que lograr este objetivo de manera sostenible contemplando los tres pilares fundamentales de la sostenibilidad: el social, el ambiental y el económico. ¡No hay lugar para elegir solo dos de tres en este caso!

El concepto de agroecología sostiene básicamente la necesidad de producir alimentos con la menor utilización de insumos posible y con una visión holística de los planteos. Por lo cual, desde el punto de vista de las intenciones, busca lo mismo que todos los agricultores tratamos de resolver en el día a día en el campo.

Cierto es que en las últimas décadas la agricultura mundial consiguió superar numerosos problemas de manera sencilla y rápida. Tecnologías simples y masificadas que se fueron desarrollando permitieron una respuesta en productividad asombrosa. Por solo citar un ejemplo: la Argentina duplicó la producción de granos en los 90, para volver a duplicarla una vez más en la primera década de 2000.

Y este fuerte crecimiento lo hicimos bajando 70 veces el impacto ambiental de los agroquímicos aplicados en el campo desde fines de los 80 a la fecha y también reduciendo sensiblemente la erosión de los suelos a través de herramientas como la siembra directa.

Los agricultores de mi generación sentimos durante muchos años que estábamos en algo similar a una partida de damas: con movimientos relativamente sencillos lográbamos respuestas veloces, creando soluciones concretas y casi instantáneas. Parecía no haber necesidad de anticipar mucho más allá de dos o tres jugadas.

Varios acontecimientos, como la aceleración de los procesos de resistencia de las malezas a los métodos de control, tanto mecánicos como químicos, culturales y hasta de control manual, golpearon como un baldazo de agua fría los planteos técnicos en el mundo, particularmente en la última década.

El caso de la proliferación de malezas resistentes nos ayudó a tomar conciencia y a volver a situarnos en una realidad donde de hecho siempre estuvimos. Nunca fue una partida de damas; siempre fue una partida de ajedrez, en la que cada ficha que se mueve tiene que estar sujeta a un plan que contemple muchas más jugadas por delante y, a su vez, comprender que jugar con las blancas implica que las negras también tengan su estrategia.

Ahora, ¿es posible una agricultura eficiente y acorde con los desafíos de las próximas décadas con menor impacto ambiental? La respuesta es un sí definitivo. Pero también es cierto que no hay una receta simple que solucione todos los problemas y, sobre todo, no debemos caer en creer en soluciones mágicas. Podemos hacer el paralelismo de un cirujano que nos prometa una operación indolora, pero sin anestesia; una operación sin riesgos de infecciones, pero sin antibióticos, y un post operatorio indoloro, sin analgésicos. Convengamos que sería ideal, pero hoy por hoy sabemos que eso es imposible.

Por lo tanto, es sumamente importante para mejorar nuestra agricultura tener en cuenta que las ideas propuestas siempre tienen que ser viables, posibles y acordes con las demandas crecientes de la humanidad. Sin dudas, el concepto de Agroecología es loable. Todo aporte a mejorar la agricultura es bienvenido, siempre y cuando sea realmente una propuesta superadora, cuestión que debe demostrarse a través de los tres pilares de la sostenibilidad: el social, el económico y el ambiental.

El autor es productor agropecuario