La protesta fue bastante artificial. No era parte de un conflicto, sino de una negociación. Se realizó en el Ministerio de Desarrollo Social .
Allí adentro se dialogaba sobre la actualización de las prestaciones
asistenciales. El tumulto formó parte de una escenografía proselitista, más que
de una contradicción entre funcionarios y dirigentes populares. Cristina
Kirchner repudió algunas de esas agrupaciones como integrantes de su Unidad
Ciudadana. Pero se sirve de sus actividades. Para que su eslogan, "Así no se
puede seguir", adquiera densidad, es indispensable que ardan las plazas y las
calles. Que, al mismo tiempo, se esté negociando lo que se reclama es apenas un
detalle.
El Gobierno quedó ayer en la encrucijada. Para desmentir el sadismo social que le imputan las distintas variantes de la oposición, podría mirar para un costado y desistir de imponer la ley en el espacio público. Con esa opción no conseguiría la cinta azul de la popularidad. Pero se ganaría el malestar de la mayoría, tomada de rehén por quienes se quejan por lo que todavía no les han negado. La manifestación de ayer, además, tocó un nervio muy sensible: los piqueteros cortaron el carril del Metrobus, la herramienta sagrada del macrismo para llegar a los sectores populares. Se entiende, entonces, que la administración de la ciudad abandonara su posición hamletiana ante los cortes y desalojara la avenida. Para muchos de los que manifestaban fue la corroboración gozosa de un axioma: Macri es represor.
No debería sorprender que el juego electoral se volviera belicoso. La vida
pública está ante una novedad estratégica. Al cabo de 30 años de unicato del PJ,
en la provincia de Buenos Aires reapareció la competencia por el poder. La
incapacidad de la oposición a ese partido para discutir la gestión pública y
ofrecer una alternativa ha sido uno de los factores principales de la
descomposición del conurbano, para castigo de los más desamparados. El avance de
la droga, protegido o promovido por agentes del Estado, que ha sido la mutación
más corrosiva de las últimas décadas, estuvo amparado por una larguísima
ausencia de debate. Una de las incógnitas que podrían despejarse en octubre se
refiere a las consecuencias de ese proceso. ¿El triunfo de Cambiemos sobre el
aparato peronista en 2015 fue aleatorio? ¿O se trató de un cambio del
comportamiento electoral como reacción frente a esa inercia decadente? Se trata
de saber si la vida pública bonaerense está ante una reconfiguración de largo
plazo.
En Cambiemos celebran el diseño de la competencia. El inapreciable activo de 2015, la división del peronismo, se conserva. Ahora no va partido en dos, sino en tres. Pero hay un protagonista cuyo significado ha variado. Es Sergio Massa. Hace dos años, Massa se ofrecía como canal a un sector desencantado del kirchnerismo, pero reticente a apoyar a Mauricio Macri. Esta vez sucede lo contrario. Cristina Kirchner despierta simpatías y rechazos incondicionales. Por lo tanto, es probable que los adherentes a Massa jamás voten por la ex presidenta. Pero podrían hacerlo por Esteban Bullrich.
Los candidatos de Cambiemos están obligados por esta dinámica a evitar
cualquier hostilidad hacia Massa, para facilitar esa transferencia de electores.
Es la rivalidad más insidiosa: no estigmatiza al oponente para apropiarse de su
clientela. La cordialidad es más urgente en el caso de Margarita Stolbizer. Los
votantes de la denunciante de Hotesur son, en la encrucijada, votantes de
Cambiemos.
El Gobierno, en su versión nacional y provincial, trabaja desde hace más de un año en controlar el riesgo Massa. El idilio con el Movimiento Evita fue más allá del desvelo compartido por Mario Quintana, Carolina Stanley, Emilio Pérsico y Fernando "Chino" Navarro, llamados con cariño "La Pegasus", por la situación de los más necesitados. Aquellas efectividades conducentes de las que hablaba Yrigoyen impidieron que Pérsico y Navarro se alinearan con Massa. No se animaron a sumarse a Macri. Pero sostienen a Florencio Randazzo. Algunos funcionarios de Macri fueron determinantes para que intendentes como Gabriel Katopodis o Juan Zavaleta no abandonaran al ex ministro de Cristina para plegarse al ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner.
La necesidad de seducir a Massa no sólo requiere persuadir a Elisa Carrió, también a Macri. Su fastidio hacia el líder del Frente Renovador se ha vuelto profundísimo. Por momentos supera el que le provoca la señora de Kirchner. Hace tres semanas, en una reunión con colaboradores, comentó: "Ya le dije a Horacio que no quiero que le dé un solo peso a Massa". Gabriela Michetti lanzó esa puñalada que siempre está esperando: "¿Creés que si se lo da te lo va a decir?". A Macri le cambió la cara. Siempre lo irritó la antiquísima amistad de Massa con Larreta. Para dar el ejemplo, ordenó a sus ministros desprenderse de cualquier vestigio de massismo en el Estado nacional. En estas horas hay una purga silenciosa.
A Massa esa intemperie lo tiene sin cuidado. Las raíces por donde sube la savia del Frente Renovador están en la provincia. Sobre todo, en la Legislatura. Además, Massa está ante un inconveniente más doméstico. Su Daniel Scioli, el intendente de Tigre, Julio Zamora, pretende volar solo. Colocó a su esposa, Gisela, como primera candidata a concejal, secundada por Daniel Gambino, un ex vecinalista. La pubertad política de Zamora puede ser un mal augurio: ¿presume que Massa podría fracasar, volver al barrio y arrebatarle el cetro? Por suerte Tigre está tapizado con la leyenda Massa-Zamora. La casa está en orden.
La estrategia de Cristina Kirchner es bifronte. Se liberó de lastre en el armado de su lista de diputados nacionales para fundar una nueva fuerza sobre el modelo ibérico de Podemos. Es un espejo mucho más cómodo que el anterior, que hoy refleja a Nicolás Maduro y su salvaje policía, sobre la que el kirchnerismo encapuchado guarda un silencio vergonzoso. Esa ensoñación, más posmarxista que posperonista, cuya expresión criolla es Axel Kicillof, debe convivir con lo que Jorge Fernández Díaz ha llamado la "oligarquía del conurbano bonaerense". Son los tradicionales intendentes del PJ. Algunos, como Julio Pereyra o Alberto Descalzo, las entrañables "Tota" y "Porota" caracterizadas por el llorado Alberto Balestrini, disputan una banca provincial. Otros, como Walter Festa, Ariel Sujarchuk y Jorge Ferraresi, se hicieron representar por sus esposas en la lista nacional. Una ola de discutible feminismo que alcanzó a Martín Sabbatella, quien promovió a su mujer, Mónica Macha. La parodia de Podemos se completa con los fueros otorgados a Scioli, cuyas coincidencias con Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se limitarían al campo de la bioética y alarmarían al papa Francisco.
La apuesta de Cristina es obtener una senaduría y proyectarse, segura del derrumbe de la economía, a la candidatura presidencial de 2019. Por eso, interpretan sus allegados, eligió a la leal Juliana Di Tullio como suplente: "Ella cree que, en dos años, le deja la banca". La marcha de regreso sería, así, mucho menos pretenciosa que el "vamos por todo". Alcanza con ganar la tercera sección electoral, donde se concentra la población más castigada. Esto explica la sobresaliente presencia de La Matanza en las listas: no sólo Fernando Espinoza va en la de diputados nacionales. Verónica Magario pide el voto como concejal testimonial.
Esta conurbanización de la competencia obliga a prestar atención a una institución que está en la penumbra: la Legislatura bonaerense. María Eugenia Vidal y su mano derecha, Federico Salvai, fueron minuciosos en el control de las candidaturas provinciales. En Cambiemos sospechan que, triunfando con un 35% de los votos, podrían controlar la mayoría del Senado. Esa cámara se convertiría en la iniciadora de todos los proyectos. Si lo consiguiera, Vidal podría avanzar con la división de La Matanza y, tal vez, de Lomas de Zamora, donde acaba de estallar el caso La Salada; la reforma del Estatuto del Docente y la reestructuración de la policía bonaerense. Éste es el núcleo de lo que se discute en las elecciones: una modificación en la estructura de poder en el centro de gravedad del país.