No sabía que estaba entrando a un nuevo continente y que lo hacía gracias a un importante cambio climático. Las aguas se habían congelado y al retraerse permitieron que los grupos caminaran por lo que luego sería parte del fondo oceánico. Sin más conocimiento que el empírico, lograron adaptarse y sobrevivir. Trece mil años después estamos viviendo otro cambio climático que pone en cuestión todo lo que habitamos hasta ahora. Debemos volver a aprender a convivir con el entorno natural y adaptarnos, lo que significa medir los riesgos a los que nos exponemos, conocer nuestro nivel de vulnerabilidad y tomar las medidas necesarias para vivir en el nuevo entorno.
Sabemos que estamos expuestos a los riesgos de los fenómenos climáticos
"anormales". Riesgos que aumentan si vivimos en una zona inundable o en
cualquiera de los espacios urbanos que crecieron sin planificación. Riesgos que
se pueden mitigar con obras de infraestructura. Como las que hubieran atenuado
el deslizamiento de lodo desde el cerro Chenque sobre Comodoro Rivadavia. Para
la mayoría de los argentinos el fenómeno tomó por sorpresa a los habitantes de
la ciudad, nunca antes había llovido con esa intensidad. Sin embargo, la
presencia de una topografía peligrosa, como es el cerro, ya requería obras, que
están planificadas pero no se llevaron a cabo. La ecuación del riesgo es
evidente: una ciudad emplazada en zona de derrumbes más el cambio climático da
como resultado vulnerabilidad social. ¿Cuántas vidas se llevaron los efectos del
cambio climático en la Argentina? Según un estudio realizado en 2014 por la
Corporación Andina de Fomento, en la Argentina, entre 1980 y 2013, se produjeron
39 desastres ambientales relacionados con el clima, de cuyas consecuencias se
estiman 312 víctimas mortales, más de seis millones de afectados y pérdidas
económicas del 0,067% del porcentaje promedio anual del PBI.
Se considera que la población argentina, en relación con el resto de los países
de América latina, muestra un índice medio de vulnerabilidad al cambio
climático. Este índice pondera el riesgo de exposición de la población, el nivel
de afectación y la capacidad de esa población y de sus instituciones de generar
las estrategias necesarias para adaptarse. En este sentido se habla de la
capacidad de resiliencia de los sistemas humanos y naturales.
El cambio climático como argumento atrasa. Hay que poner atención en la
adaptación. Los hechos ponen en evidencia la necesidad de ir más allá de las
medidas que mitiguen las emisiones de gases contaminantes y la firma de
protocolos proteccionistas que no se cumplen. Es necesario un exhaustivo
análisis del mapa de riesgos y vulnerabilidad en la Argentina, que muestre las
zonas en las que hace falta una intervención planificada; poner en marcha
sistemas de alerta temprana, y desplegar planes nacionales de adaptación.
Debemos dejar de sorprendernos con los fenómenos climáticos anormales y pensar
que la norma será lo incierto. No se trata de planificar para la incertidumbre.
Eso sería un contrasentido. La adaptación implica actuar en la inmediatez que
provoca un fenómeno creando soluciones que sirvan al largo plazo. Pensar en el
largo plazo significa la creación de infraestructura flexible. La que existe hoy
es rígida y obsoleta. Se construyó, en gran parte, durante el siglo XX. Un
período climático considerado seco con respecto al actual.
Hoy el sistema de rutas en la llanura argentina impide el escurrimiento del agua porque no está adaptado a los volúmenes actuales. Si se reparan las rutas para dejarlas tal como estaban, será una clara muestra de falta de adaptabilidad al cambio climático. La reconstrucción de la infraestructura después de un evento catastrófico debe dar cuenta de la adaptabilidad. El resultado de la adaptación se podrá medir dentro de 30 años. Mientras, no habrá más rédito que la población durmiendo tranquila. Que no es poca cosa.
Los desastres naturales se convierten en tales cuando hay víctimas humanas y pérdidas económicas. Algunos son desastres anunciados. La lluvia, el viento o un cerro no son peligrosos en sí mismos. Son anteriores a nuestro deambular por América. Ya no necesitamos otear el aire para predecir un fenómeno. Contamos con la tecnología y el conocimiento capaces de anticiparnos un desastre. Hagámoslo, salva vidas.