Podría tener efectos casi tan negativos para el gobierno de Mauricio Macri como los que tuvo la renuncia de Carlos "Chacho" Álvarez como vicepresidente de Fernando de la Rúa en el año 2000, tras las denuncias sobre coimas en el Senado. Tanto el actual presidente como la líder de la Coalición Cívica son conscientes de eso y, por tal razón, no hay que esperar un divorcio entre ellos, al menos durante este año.
La diputada Carrió había sugerido anteayer que podría dejar Cambiemos si el
primer mandatario no se desprendía de la número dos de la Agencia Federal de
Inteligencia, Silvia Majdalani, a quien acusó de espiarla ilegalmente. Pero
horas más tarde emitió un comunicado tranquilizador, en el cual aclaró que no
había motivos para romper la coalición gobernante.
Al igual que cuando el año pasado denunció al entonces jefe policial bonaerense,
Pablo Bressi, y tuvo que esperar once meses hasta que éste fue despedido por
María Eugenia Vidal, Carrió sabe que la política requiere del ejercicio de una
larga paciencia y cree que, al final, se le dará la razón.
"Lilita" juega el rol que mejor le sienta: el del sabio tábano socrático,
capaz de invitar a la acción a Macri y de convocar al Gobierno a enfrentar la
realidad más dolorosa: la de un sistema de contrataciones del Estado plagado de
corrupción que pudo haber salpicado a allegados al propio Presidente.
Su actitud incomoda al Poder Ejecutivo, por cuanto lo fuerza a introducir con más frecuencia que la deseada cambios en su agenda. Pero, en forma simultánea, el oficialismo no deja de beneficiarse por tenerla como candidata en la ciudad, porque su papel como fiscal moral del Gobierno seduce a no pocos electores que tal vez no simpaticen completamente con Macri, pero tienen dificultades para encontrar mejores alternativas en la oposición.
Su rol cuestionador y su apoyo crítico al Gobierno la colocan en una
particular situación que contribuye a desdibujar a las principales fuerzas
opositoras. Se advierte esto en que buena parte del electorado presta menos
atención a las denuncias que hacen caracterizados dirigentes de la oposición,
teñidas casi siempre de un fuerte matiz electoralista, que a los certeros golpes
que da Elisa Carrió.
Con una intención de voto de 40 puntos en la Capital, según la consultora Giacobbe y Asociados, y con mejor imagen positiva que Macri, Carrió busca ofrecer a la opinión pública una alquimia diferente: una forma de control interno cerca del poder real, pero fuera de éste, y una garantía de que, con su presencia, el Gobierno no debería desmadrarse por la corrupción.