La primera es que tendrá en vilo a propios y extraños hasta último momento y que el misterio sólo se develará pocos días antes del cierre de listas de postulantes para las primarias abiertas, que se producirá el 24 de junio. La segunda certidumbre es que cuanto más dilate su decisión la ex presidenta, más se beneficiará electoralmente el macrismo.
Altos funcionarios entienden que las dilaciones de Cristina, que tan
nerviosos están poniendo a muchos dirigentes e intendentes del peronismo
bonaerense, no hacen más que restarle tiempo a la oposición para organizarse de
cara al proceso electoral.
Varios de los hombres de Macri desearían que Cristina fuese, finalmente, candidata a senadora o diputada por el justicialismo en la provincia de Buenos Aires. Su cálculo es que su presencia en los comicios de octubre polarizará al electorado y fortalecerá la intención de voto a Cambiemos, potenciando el número de bancas de diputados por cosechar.
Están, sin embargo, los que dentro del macrismo consideran que si Cristina
termina no siendo candidata el oficialismo contará con otra ventaja: enfrentar a
opciones políticas menos competitivas, por cuanto la ex mandataria es la
dirigente peronista que exhibe mayor apoyo electoral en las encuestas. Claro que
este escenario, sin Cristina en un primer plano, podría favorecer una
despolarización del electorado que no sería conveniente para los planes del
macrismo.
El frustrado acto de unidad del peronismo bonaerense, impulsado el martes pasado por sectores kirchneristas encabezados por Máximo Kirchner, desnudó la crisis que envuelve a esa fuerza. El encuentro, convocado en un polideportivo sito en la calle Venezuela -todo un símbolo del rumbo que quiere el kirchnerismo-, fracasó tras el retiro de un buen grupo de intendentes, molestos ante la presencia de dirigentes "impresentables" -así los denominaron- como Amado Boudou y Luis DElía. Algunos de esos jefes comunales exigen que Cristina sea la candidata para acompañar al kirchnerismo.
La situación de la principal fuerza opositora regocija a dirigentes macristas. Es que no hay registro de una crisis de liderazgo como la actual en el peronismo por lo menos desde 1985, cuando ese movimiento se dividió entre renovadores (Carlos Menem y Antonio Cafiero) y ortodoxos (Herminio Iglesias). Asimismo, el peronismo no afronta desde 1987 una competencia electoral en semejante inferioridad de condiciones como hoy: tiene un liderazgo que muchos perciben en extinción y no gobierna la Nación ni la provincia de Buenos Aires, al tiempo que su número de intendentes bonaerenses es sensiblemente inferior al que tenía dos años atrás.