¿Una nueva instancia de diálogo no resultaría, como ya ocurrió, una decepción que le daría más tiempo al régimen de Nicolás Maduro ? Todas esas preguntas son legítimas dentro de una crisis que tiene como principal protagonista a un presidente incapaz de reconocer cualquier límite constitucional o moral. Pero deben formularse también otras preguntas. ¿Qué puede proponer la comunidad internacional, y la diplomacia latinoamericana sobre todo, si no es la reapertura de un proceso de diálogo? ¿Qué otra instancia queda ante un régimen sostenido casi exclusivamente por militares aferrados a prácticas corruptas? ¿Acaso alguien supone que sólo la presión internacional modificará la terquedad de un gobierno capaz de reprimir manifestaciones opositoras pacíficas?
En las últimas horas se expresó sobre la crisis venezolana el papa Francisco.
Antes de que llegara la crítica fácil y rápida al Pontífice, ocho países
latinoamericanos liderados por la Argentina salieron en apoyo explícito del
líder mundial del catolicismo. La canciller argentina, Susana Malcorra, estuvo
hace pocos días con Francisco y hablaron largamente del colapso venezolano.
Mauricio Macri estuvo después en Washington, donde se comprometió a liderar un
intento de solución latinoamericana para Venezuela. Washington se relegaría a un
segundo plano para no encender las pasiones nacionalistas y antinorteamericanas
en el sur del continente.
Las ocho cancillerías latinoamericanas (la Argentina, Brasil, Chile, Colombia,
Costa Rica, Perú, Paraguay y Uruguay) apoyaron la propuesta pública del Papa de
que debía abrirse en Caracas una vía de diálogo "con condiciones" y "garantías
serias". Esta posición de Francisco fue criticada rápidamente sobre todo en la
Argentina -cuándo no-, porque podría ser una réplica exacta de la anterior y
frustrada experiencia dialoguista. Pero ¿qué puede proponer el Papa si no un
acercamiento entre las partes? ¿Qué otra alternativa hay? ¿O algunos le están
pidiendo al Pontífice que promueva un golpe de Estado en un país de América
latina? ¿Alguien puede suponer, sin falsos prejuicios, alguna identificación
ideológica del Papa con el chavismo venezolano? El pensamiento de Francisco
quedó claro cuando le reclamó el sábado pasado al autoritario presidente de
Egipto, Abdel Fatah al-Sisi, el "respeto incondicional a los derechos
inalienables del hombre, la igualdad entre todos los ciudadanos, la libertad
religiosa y de expresión, sin distinción alguna". El Papa es uno solo cuando
habla de Egipto o de Venezuela. ¿Hay alguna conexión entre esas ideas del
Pontífice y las de Maduro? Convengamos en una cosa: no hay ninguna.
El Papa dijo también en sus declaraciones públicas sobre Venezuela que hay divisiones en la oposición. Esta afirmación provocó desmentidas de la propia oposición venezolana. Sin embargo, no es lo que saben las diplomacias latinoamericanas. Hay unidad opositora en decirle basta al régimen de Venezuela. Esto es fácilmente comprobable. Pero las opiniones difieren entre los dirigentes opositores en qué hacer y cómo seguir. Ésta es, al menos, la opinión que predomina en diplomáticos latinoamericanos. Juntar al gobierno de Caracas con las distintas fracciones opositoras, y hacerlos converger en un acuerdo, es un monumental trabajo para el Vaticano y para las cancillerías de la región. Si todos ellos, claro está, aceptan dar el primer paso, que es aceptar hablar.
¿Por qué, además, sería efectivo el camino del diálogo en un país dura y violentamente polarizado? La muerte aleja el camino de la negociación. Esto es cierto. La alternativa, no obstante, es que haya más muertos. Las cifras de los últimos muertos difieren, pero van de 26 a más de 30 en pocos días. Se supone que una instancia de diálogo significaría de hecho una tregua para las protestas y, al mismo tiempo, para la feroz represión del régimen. La negociación podría abrir un canal para la ayuda humanitaria, que Venezuela está necesitando con urgencia.
¿Qué significan las "condiciones" para el diálogo y las "garantías serias" que reclamó el Papa y que suscribieron las ocho cancillerías? Tratar temas puntuales y colocarles a sus soluciones fechas específicas. La experiencia anterior, que desilusionó al Vaticano, a la diplomacia regional y a tres ex presidentes (liderados por el español José Luis Rodríguez Zapatero) que actuaban como mediadores, terminó porque nunca se llegaba a los temas concretos ni se cumplían las promesas que se hacían en la mesa de la negociación. Maduro es así o gobierna menos de lo que parece. Su gobierno es un régimen militar y su estabilidad depende más de los uniformados que de la voluntad de la sociedad.
El temario
Los temas que deberían formar parte del diálogo planteados por la diplomacia latinoamericana (en coincidencia con el Vaticano) no son difíciles de comprender. Veamos los más relevantes. El cese de los actos de violencia por parte de todos los protagonistas del drama venezolano. La liberación de los presos políticos. Leopoldo López es un símbolo, pero no es el único preso por razones políticas. El respeto al principio de la división de poderes y la devolución a la Asamblea Legislativa de todas sus prerrogativas, que la Corte Suprema chavista trató de arrebatarle. Y la definición de un cronograma electoral para elegir a un nuevo gobierno. Los temas son tan fáciles de explicar como difíciles de digerir para un gobierno que no quiere irse. La presión internacional es importante, pero sólo si contribuye a crear las condiciones previas de un diálogo entre las partes locales y a garantizar el cumplimiento de eventuales acuerdos.
Justo cuando se pronunciaban el Papa y las ocho cancillerías latinoamericanas, Maduro le dio un nuevo giro a su deriva autoritaria. Anunció que una Asamblea Constituyente ciudadana (¿qué es?, ¿cómo se formaría?) cambiaría la Constitución actual de Venezuela. El mecanismo está previsto por la actual Constitución, aunque la Constitución también dispone el respeto de los derechos humanos, que no se respetan. El anuncio fue, sobre todo, impertinente e inoportuno. Es lo que hay. Con esos elementos deben trabajar los diplomáticos metidos en la cuestión venezolana.
América latina corre el riesgo también de un masivo desplazamiento de refugiados venezolanos. Ya lo están sintiendo Colombia y el norte de Brasil. En el interminable conflicto de Venezuela Macri tiene tres compromisos. El primero: con el Papa, a quien le garantizó personalmente (y a través de la canciller Malcorra, habitual interlocutora del Pontífice) que buscaría una solución pacífica para el drama venezolano. El segundo: con el gobierno de Donald Trump, que lo reconoció como líder regional en condiciones de influir para que América latina (o sus principales países) tenga una sola posición. El último: con él mismo, que se comprometió desde el principio de su gobierno a terminar con la anomalía que Venezuela significa para la democracia latinoamericana.