No por decisión de la Justicia, que todavía no se ha expedido sobre su libertad en ninguna de las causas que investigan la corrupción de su gobierno. Es una condena social la que le impide caminar tranquila por las calles de Río Gallegos, de El Calafate o de Buenos Aires. Esa condena no escrita la obliga a recluirse en sus distintas residencias. Por más lamentable que sea el hecho, lo cierto es que la ex mandataria construyó con asombrosa obstinación la adversidad que la toca. Sin embargo, entre un 25% y un 35% de los argentinos sienten cierta simpatía por ella, que va del fanatismo a la mera afinidad. Ese presente sombrío de Cristina quedó definitivamente expuesto en las recientes protestas sociales en Río Gallegos, donde estuvo latente la necesidad de evacuarla de la residencia de la gobernadora, su cuñada. La evacuación habría sucedido si una manifestación de empleados públicos hubiera logrado derribar las puertas de la residencia oficial.
Cada tanto, Santa Cruz despierta a los argentinos con un conato de
sublevación social. Esas rebeldías las protagonizan los empleados públicos, la
mayoría de los cuales (extraña contradicción) fueron nombrados durante el largo
régimen de los Kirchner en Santa Cruz. El empleo público en la provincia casi se
triplicó durante el reinado del kirchnerismo. Fue una manera de disimular el
desempleo que ninguna política económica local pudo resolver. La crisis de Santa
Cruz es también la consecuencia de una jerarquía política ciega y sorda.
Cuando los Kirchner gobernaban la Nación, la culpa de las sublevaciones era,
según ellos, de grupos de izquierda provinciales o de alguna otra conspiración
local. Ahora, cuando gobiernan sólo la provincia, la culpa es del gobierno
nacional (o, para ser aún más inverosímiles, del periodista Malnatti). En la
monumental crisis de estos días, nunca hicieron una autocrítica por la demora en
pagar los salarios de marzo. No es necesario subrayar las complicaciones que
significa para la vida cotidiana de los asalariados que sus sueldos no lleguen
en tiempo y forma. Ningún Kirchner vive de un salario desde hace 26 años. Han
perdido hasta tal extremo el contacto con la realidad que les es imposible
ponerse en el lugar de los que deben sobrevivir con un sueldo.
Pero ¿sólo eso explica una provincia sublevada, que fue un antiguo feudo
kirchnerista? Hay otras razones, sin duda. Cuando Néstor Kirchner era gobernador
había corrupción, pero las apariencias eran austeras. Todos vivían según los
estándares de una burguesía provinciana. Ricos, pero sin ostentaciones. Las
cosas cambiaron rápidamente cuando el matrimonio se convirtió en una diarquía de
poder en el país. El kirchnerismo se hizo ostentoso en una provincia donde todos
se conocen. Lázaro Báez llegó a tener tres camionetas 4x4 de una de las mejores
marcas internacionales estacionadas en el frente de su casa. Por si alguna se
descomponía, justificaba. Construyeron residencias de nuevos ricos y dejaron de
preocuparse por los horarios de los aviones de línea. Ellos tenían sus propios
aviones.
El autoritarismo, que luego fue copiado en el escenario nacional, dejó a los
santacruceños sin representación política, sin Poder Judicial y sin medios de
comunicación independientes. Los mejores amigos de los Kirchner compraron
diarios, radios y canales de televisión. Una reforma política de Néstor Kirchner
le asegura al gobernador una mayoría absoluta en la Cámara de Diputados local.
Jueces y fiscales son amigos o familiares de los Kirchner. Sin representación
política y sin Justicia, las insatisfacciones de los santacruceños se dirimen en
la calle. Siempre fue así desde 1991, desde que gobierna la misma familia. Se
sabe muy poco de eso, pero el matrimonio de Mariana Zuvic y Eduardo Costa, los
que más combatieron contra los Kirchner, debió optar por un virtual exilio en la
Capital. La policía provincial y los servicios de inteligencia controlaban sus
vidas y las de sus hijos permanentemente. "Diez años de vida en condiciones muy
adversas es mucho tiempo", dice Zuvic.
Néstor Kirchner ya debió enfrentarse con los docentes de su provincia cuando él era presidente de la Nación. Los docentes santacruceños rompieron entonces con las federaciones nacionales de maestros, casi todas adscriptas al kirchnerismo. Llama la atención que, por ejemplo, la Ctera, el gremio nacional de los docentes, se haya limitado a un comunicado formal para referirse a la actual situación y a la represión en Santa Cruz. "Toda la acción de la Ctera está atravesada por una mirada kirchnerista", denunció el gremio docente de Santa Cruz. Por mucho menos, los gremios docentes le hubieran hecho un paro de 72 horas a María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires.
Santa Cruz tiene sólo 300.000 habitantes. Su demografía es parecida a la de un municipio mediano de la provincia de Buenos Aires. Cuenta con recursos petroleros y gasíferos. Tiene pesca y turismo (caro). Sin embargo, necesita del auxilio del gobierno nacional a un ritmo de $ 300 millones mensuales sólo para pagar sueldos. Unos US$ 1000 millones en depósitos en el exterior (de los que Néstor Kirchner se ufanaba durante el corralito y el corralón) se evaporaron sin explicación. Nunca nadie contó en qué se gastó esa fortuna. O si alguien se la llevó a una cuenta particular. Fue la provincia que más dinero recibió para obras públicas, que sólo beneficiaron a Báez y, por consiguiente, a los Kirchner. Un gobernador de Santa Cruz, Sergio Acevedo, renunció en la mitad de su mandato porque se negó a autorizar monumentales sobreprecios en las obras públicas. "No quiero terminar preso", dijo, y se fue.
Ineptitud y corrupción explican gran parte de la crisis de Santa Cruz. Es cierto que la caída del precio del petróleo significó un importante descenso en los ingresos provinciales por las regalías petroleras. Pero eso sólo no puede justificar el derrumbe de la provincia hasta los extremos actuales. En gran medida, Santa Cruz es un laboratorio que permite percibir lo que hubiera sucedido en el país si continuaba el kirchnerismo. El manejo populista de la economía termina siempre con el fin de todas las ilusiones. Es igualmente una versión provinciana, pequeña y light del drama de Venezuela, un país también potencialmente rico, pero arrasado por la impericia y la corrupción de los jerarcas del régimen.
Cristina Kirchner pertenece a esa estirpe de dirigentes políticos populistas, aislacionistas y antisistema que depositaron en Vladimir Putin la condición de santón de todos ellos. De hecho, ella se llevó muy bien con Putin. Cristina venía denunciando que Macri es un presidente ilegítimo, que expresa un neoliberalismo cruel que reprime con balas de goma y gases lacrimógenos las manifestaciones de oposición. Era la crítica perfecta para alguien que está en la oposición. Así sucedían las cosas hasta que las manifestaciones opositoras llegaron a la puerta de su casa y fue ella la que debió reprimir con balas de goma y gases lacrimógenos. Es otra eterna contradicción del populismo cuando ni siquiera es capaz de asumir sus derrotas.