LA MADRID, Tucumán.- En el sur de esta provincia inundarse se convirtió en una rutina. Al menos durante la temporada de lluvias que asolan al final del verano. También es moneda corriente entre los pobladores perder todo, palear montañas de barro, secar en las veredas los muebles, los colchones, la ropa y los electrodomésticos y resignarse a volver a empezar.
Pero, por más repetitiva que se vuelva esa gimnasia, la angustia, la
impotencia y el hartazgo de los 4500 habitantes de esta localidad, ubicada 100
km al sur de la capital provincial, alcanzó un punto de inflexión: "¿Hasta
cuándo deberemos soportar una misma tragedia, las promesas incumplidas, y el
oportunismo político de quienes nos reclaman el voto y luego desaparecen?", se
enoja Miguel, un jornalero de 53 años.
Las copiosas precipitaciones del sábado pasado y el desborde del río Marapa y de
otros afluentes sumieron en la desolación y el desamparo a más de una docena de
parajes y localidades del sur de la capital provincial. Desde Simoca hasta La
Cocha y Taco Ralo, el agua barrió con todo, incluidos los animales de granja
para la subsistencia, como pollos y cerdos; los cultivos de caña de azúcar, soja
y trigo, y, por supuesto, las posesiones de los vecinos.
Oficialmente, son 900 los evacuados en La Madrid, la localidad de 4500
habitantes más afectada por las crecidas. Sin embargo, el número de damnificados
se multiplica exponencialmente entre los pobladores, que improvisan acampes a la
vera de la ruta nacional 157 -el punto más alto en el área-, y los de otras
decenas de comunidades más aisladas y pequeñas, ubicadas campo adentro a ese
acceso.
Hileras de carpas, cubiertas por plásticos, de unos dos kilómetros de largo a
ambos lados de esa ruta, dan muestra del número y de la gravedad de la
situación. También de la solidaridad de muchísimos voluntarios tucumanos, que en
sus autos, con tráilers con canoas y gomones, o en la caja de camiones se
trasladaron con agua y comida, pagada de su propio bolsillo, para socorrer a los
vecinos en el ingreso de La Madrid.
Dentro del pueblo, la situación es caótica. No hay luz ni agua potable. Al desbordar su cauce, el río descargó su furia dentro de los hogares y en las calles, que continúan anegadas, formando espesas lagunas de lodo y basura.
Hay sectores todavía con 50 centímetros de agua, y si bien el grueso del caudal escurrió, el pronóstico no es alentador: para hoy no sólo se pronostican más lluvias, sino que con la retirada del agua afloran las alimañas, los insectos y las víboras.
En los puestos sanitarios ya se atienden diversas patologías: desde diarreas, fiebre y deshidratación en chicos hasta cuadros severos de estrés entre quienes han perdido todo. También son usuales los casos de enfermedades agravadas entre aquellos que no lograron llegar a los centros de atención con su medicación habitual.
"Esto que nos pasa es una calamidad, pero que se entienda bien: es una calamidad repetida año tras año", dijo a LA NACION Carlos Avica, mientras repartía guiso de pollo y arroz sobre un puesto improvisado en la ruta 157. Junto con su amigo Martín Luna, cargó ayer temprano su camioneta con víveres, agua, cacerolas y una cocina de gas. A las 8, junto con otros voluntarios, repartía un desayuno de bollos y mate cocido entre los afectados. Y al mediodía se puso a cocinar un guiso y repartió 200 raciones. "Ante esta catástrofe, no queda otra que ayudar. Pero que se entienda bien: acá a la gente la ayuda la gente y el gobierno sólo se encarga de proveer la logística y de repartir la solidaridad de todos los tucumanos", se quejó.
Los reclamos de los voluntarios y de los damnificados se repiten con diferentes argumentos. El más usual es la inacción del estado provincial por su imprevisión y por las promesas incumplidas en obras de infraestructura.
Desde 1987, el sur de Tucumán ha sufrido al menos seis inundaciones similares, aunque según apuntan aquí "todos los años hay crecidas de mayor o menor magnitud". Otros culpan por negligencia a los funcionarios por haber dispuesto la apertura simultánea de las siete compuertas del dique Escaba para escurrir el agua, cuando ya el nivel de la cota estaba al límite. "Si no lo hubiéramos hecho, la catástrofe podría haber sido mayor, ya que la presa, construida en 1930, podría haber cedido", se defendió Carlos Gómez, subsecretario del Ministerio del Interior provincial. Calculó que si las lluvias no agravan la situación, en una semana seguramente los vecinos podrán volver a sus casas. "Lo primero es la asistencia y la normalización de La Madrid. Recién entonces veremos qué tipo de ayuda podremos brindarle para la reconstrucción de los hogares", dijo. No descartó el riesgo de que algunas edificaciones, muchas de ellas precarias, cedan en sus cimientos por la humedad.
Advertencias
En otras localidades, como Niogasta, en el departamento de Simoca, pegada a La Madrid, las inundaciones fueron más severas. Aunque allí la población es más escasa y los hogares están más desperdigados y aislados. El desborde del río Chico y el del arroyo Barrientos diezmaron esa localidad. Sobre la ruta los pobladores de Simoca autoevacuados recordaron que años atrás las crecidas sepultaron literalmente dos pueblos: Sud de Lazarte y Esquina. Ellos temen correr la misma suerte. Por eso, le reclaman al gobernador Juan Manzur las obras civiles anunciadas dos años atrás.
Anteayer, el obispo de Añatuya, monseñor José Melitón Chávez, que preside la Pastoral Social del NOA, adelantó que los obispos pedirán limitar los desmontes, el uso de agroquímicos y la tala indiscriminada. "El problema no es que ahora llueve más -dijo-, sino que ya no hay más bosques nativos. En estado natural, la tierra absorbe 300 milímetros de agua por hora. Pero si se desmonta para ganadería el suelo sólo logra retener 100 milímetros en el mismo lapso y ese margen se reduce a 30 milímetros por hora en los campos sembrados con soja", alertó.
El mensaje del papa Francisco
El papa Francisco transmitió su "cercanía espiritual" a los miles de evacuados en la Argentina por las inundaciones. Así lo informó ayer el diario vaticano LOsservatore Romano.
"Te pido, querido hermano, que hagas llegar mi cercanía espiritual a las miles de personas que han tenido que ser evacuadas", escribió en un mensaje enviado al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor José María Arancedo. También transmitió su apoyo a aquellos que asisten a los damnificados.