Así como cuesta creer que los empleos en los que trabajará buena parte de la población infantil todavía no se crearon, también es desafiante imaginar los parámetros de lo que viene.

Cuando hablamos de futuro, enseguida le ponemos una fecha. Y lo debatimos como si fuera una colecta para pagar los cheques rebotados de todo lo que no hicimos en el pasado. Gestionar el presente ya es difícil, y por eso nos parece normal que haya pocos candidatos para pensar el 2050. Hay un mundo, sin embargo, que ya se dio cuenta que el concepto de largo plazo, como carpeta en la que guardamos todas las asignaturas pendientes, ya es obsoleto.

El ex presidente chileno Ricardo Lagos, quien cerró la noche de apertura del Coloquio de IDEA, abordó el lema del encuentro, la construcción de "Puentes hacia el futuro". Y aunque sus extensos comentarios impacientaron un poco a la platea más coyunturalista (el ingenio lo rebautizó Ricardo Largo), demostró que no hace falta ser joven para desprenderse del pasado.

Si el motor de un Rolls Royce se puede fabricar en cualquier país con tecnología 3D, asentar líneas de producción en un mercado determinado deja de tener sentido, dijo Lagos. También marcó que los emergentes aún miden el éxito en función del PBI per cápita, pero muchos países evalúan su aparato productivo por la cantidad de gases de efecto invernadero que generan. El calentamiento global crea nuevas directrices económicas, y las respuestas no son más sectoriales, sino transversales. Industria, campo y servicios hoy tienen nuevos patrones: la innovación y la sociedad del conocimiento.

Antes de volver al mundo, la Argentina debe aceptar que el mundo no es el mismo. Necesita puentes y satélites. Hospitales y fibra óptica. Y una generación que deposite el cheque en lugar de endosarlo una vez más. El 2050 es hoy.