En 48 horas, el Presidente dialogó con representantes de los países más determinantes para la Argentina. La agenda abarcó desde la crisis venezolana hasta las nuevas turbulencias que sacuden a Temer, alcanzado desde el viernes por el escándalo de Petrobras. Como toda política exterior es política doméstica, Macri ordenó las conversaciones alrededor de su obsesión: la atracción de inversiones para acelerar el despegue de la economía. Por eso, las entrevistas son una ventana inmejorable para entender cómo está observando el proceso que lidera. Kerry, que pasó por Buenos Aires el jueves pasado, estuvo reunido con Macri en la Casa Rosada.
Además, estuvo con la canciller Susana Malcorra en el Palacio San Martín. Las
conversaciones fueron absorbidas, sobre todo, por las finanzas. Al secretario de
Estado se le explicó con detalle lo que espera la Argentina de Obama en ese
frente. Lo más inmediato: que se intensifiquen los intercambios entre la Unidad
de Información Financiera (UIF) y su homóloga, la Fincen (Financial Crimes
Enforcement Network). El Gobierno espera que esa oficina presione a los
argentinos que atesoran dinero no declarado bajo su jurisdicción para que
también se plieguen al blanqueo. Sencillo: los Estados Unidos no están entre los
países que intercambiarán datos sobre activos ocultos a partir de enero próximo.
A Kerry el pedido le sonó conocido: Alfonso Prat-Gay se lo había formulado al
secretario del Tesoro, Jack Lew, hace tres semanas, en China.
Las relaciones entre la UIF, que conduce Mariano Federici, y la Fincen se acaban de recomponer. El organismo que persigue el lavado de dinero en los Estados Unidos las había suspendido porque el antecesor de Federici, José Sbattella, utilizaba los datos que obtenía para la persecución política. Una práctica propia de ese "Estado policial" sobre el que alertó al país Cristina Kirchner.
Macri, y con mayor precisión Malcorra, insistieron ante Kerry en otras
urgencias que también Prat-Gay trató con Lew. Por ejemplo, la expectativa de que
Washington ayude a que el Club de París mejore la nota de la Argentina. El Club
solventa costos de las empresas de países avanzados que invierten en mercados
emergentes. Axel Kicillof le pagó, sin negociación, la deuda. Pero, aun cuando
en abril se superó el default, no sirvió de nada. Entre otras cosas porque las
cuentas nacionales siguieron sustrayéndose, por una decisión del kirchnerismo, a
la auditoría del FMI.
La dificultad reaparece en las denominadas ECA, Export Credit Agencies, es decir, agencias que financian exportaciones en el marco de la OCDE. La recepción de inversión extranjera choca contra una paradoja: los países asignan a la Argentina una tasa de riesgo de alrededor del 7%, más alta que la del mercado financiero, que apenas supera el 5%. Puesto al revés: si el nivel de intereses que hoy fijan los países fuera realista, los bancos deberían estar cobrando más o menos 12%. Ninguna otra nación de la región presenta esa anomalía. El desbalance está demorando algunos proyectos. Por ejemplo, la central hidroeléctrica Chihuido, que debe realizar en Neuquén un consorcio liderado por Eduardo Eurnekian, con financiamiento ruso. La curiosidad es que la tasa fijada el año pasado desde Moscú, superior al 6%, era conveniente en relación con los riesgos que ofrecía el kirchnerismo. En cambio hoy, con un frente externo despejado, sería más barato pedir esos fondos al mercado.
Este contexto explica por qué es indispensable regularizar en septiembre la relación con el Fondo en los términos del artículo IV de su carta orgánica. La negativa, o la imposibilidad, de Kicillof para aceptar esa auditoría costó los US$ 4000 millones que debieron pagarse demás al Club de París. Son los sobreprecios de la mala praxis disfrazada de soberanía. La situación argentina ante esta asociación se definirá a comienzos de octubre, cuando la misión del FMI ya haya pasado por Buenos Aires.
Sería un error, de todos modos, pensar que Macri piensa al Fondo como lazarillo para el ordenamiento de la economía. Tanto él como Malcorra pidieron a Kerry que avale el ingreso de la Argentina a la OCDE, un club de países desarrollados del que, en América del Sur, sólo forma parte Chile. Malcorra y Prat-Gay solicitaron la incorporación en junio. El gobierno de los Estados Unidos es el más reticente a aceptar nuevos socios. Prefiere que la auditoría económica siga en la órbita del Fondo. Simple: allí su poder es equivalente a su tamaño y a su cuota; en la OCDE, en cambio, cada país vale un voto.
Cuando desembarque en Buenos Aires una misión del Fondo, el kirchnerismo denunciará una nueva traición a la patria. Sería un agravio para Rafael Correa y Evo Morales, que hace tiempo se encuadraron en el artículo IV. Sólo Venezuela quedó afuera. De ese país atribulado también se habló con Kerry. Macri y Malcorra corroboraron que Washington trata al régimen de Nicolás Maduro, a pesar de sus atrocidades, con prudencia. El secretario de Estado recomendó acompañar el diálogo entre el gobierno y la oposición, que hoy lidera José Luis Rodríguez Zapatero. Nada que sorprenda. Zapatero asumió esa tarea, que escandaliza al antichavista Felipe González, por pedido de Thomas Shannon, el diplomático al que Obama encargó monitorear la peripecia bolivariana. Por eso también Mariano Rajoy ofreció la embajada de su país para las conversaciones.
Los resultados han sido, hasta ahora, nulos. Pero hay dos factores que mantienen la cautela demócrata. Un descalabro venezolano tendría consecuencias nefastas para todo el norte de América del Sur. En especial para Colombia, en cuya pacificación los Estados Unidos están más que empeñado. Un indicio: Kerry dejó en Buenos Aires una donación simbólica para equipar a los militares que intervendrán en ese proceso en el marco de la ONU. Además, si en Caracas se desencadenara un estallido, Trump tendría otro argumento para castigar la política internacional de sus rivales.
Kerry, que es católico, confesó que simpatizaría con un mayor compromiso del Vaticano en las negociaciones venezolanas. Sobre todo porque el papa Francisco insinuó que le gustaría intervenir. El límite en este caso es Antonio Parolin, el cardenal secretario de Estado. Ex nuncio en Venezuela, Parolin no desea exponerse a que un fracaso condene a la Iglesia local a la persecución chavista. Con Kerry se coincidió en otra iniciativa: que la mediación sea acompañada por un grupo de países de la OEA. Es para sacarla de los límites de la Unasur, donde Maduro consigue algunas adhesiones. El tristísimo trance venezolano reapareció en Río de Janeiro. Macri dialogó con Temer sobre la crisis que se desató en el Mercosur por la presidencia rotativa. Brasil y la Argentina se niegan a que la ejerza Maduro. Paraguay va más allá: pretende expulsar a Venezuela por violar la cláusula democrática del Protocolo de Ushuaia. Temer y Macri acordaron lo que ya habían conversado sus ministros Malcorra y José Serra: que entre el viernes que viene y el próximo 23 se identifiquen los incumplimientos económicos que obligarían al chavismo a renunciar a la presidencia. Maduro tendría una coartada: echar la culpa a la Asamblea Nacional, dominada por la oposición, que no aprobó algunos de esos requisitos.
Desde que el chavismo denunció el desplazamiento de Dilma Rousseff como un golpe, Brasil se ha propuesto que Venezuela no presida el Mercosur. Esa negativa es más urgente porque, en vez de fortalecerse, Temer se debilita. El viernes, cuando proclamó el inicio de los Juegos, se cuidó de que su imagen no apareciera en las pantallas. Sirvió de poco: apenas escuchó su voz, el estadio lo abucheó. Se ve que el pirotécnico estaba entrenado: ante el primer silbido, atronó con los fuegos artificiales. Igual es imposible ocultar el tamaño de la crisis. Kerry dejó el estadio antes de tiempo y se fue al aeropuerto sin estrechar la mano del presidente. Nada que sorprenda: mientras el Maracaná se electrizaba, salía a la calle la revista Veja con la cara de Temer en la tapa. El poderoso arrepentido Marcelo Odebrecht reveló que el reemplazante de Dilma también había recibido fondos de la corrupción para su campaña.
La nave brasileña navega sin rumbo. Pero Macri igual es optimista. A la economía de Brasil parece alcanzarle con que no repongan a Rousseff para normalizarse. El dólar, en vez de llegar a 5 reales, como muchos vaticinaban, bajó de 4 a 3,20. Quiere decir que las exportaciones argentinas ganaron un 20% de competitividad sin que, en rigor, suceda nada. El Presidente sigue al minuto los altibajos brasileños. Como le ilustró con números a Kerry, son una variable estratégica para la recuperación local.
El drama de Brasil sólo tiene un beneficio, simbólico, para la Argentina: la comparación. Macri puede ufanarse de ser el líder de un cambio consistente. Acaso quien mejor definió esa imagen fue Prat-Gay, hablando ante los ministros del G-7: "Macri representa lo contrario de lo que ustedes temen. El mundo está amenazado por el proteccionismo y el populismo. Y a Macri lo votaron para emancipar a la Argentina de esos males". Buen vendedor, Prat-Gay.
Con el canciller de Obama sólo un tema estuvo ausente: la aspiración de Malcorra a la Secretaría General de la ONU. Washington no quiere abrir la boca sobre una cuestión que tiene a Macri cada día más inquieto. Sobre todo desde que Fulvio Pompeo le anunció que en la última votación Malcorra había salido tercera. El Presidente dudaba de que su ministra llegara tan lejos. Ahora Malcorra es la única mujer detrás de dos europeos: el portugués Antonio Guterres y el serbio Vuc Jeremic. Si la disputa queda bloqueada en el viejo continente, tal vez por el factor ruso, el camino podría despejarse para ella. Hasta ahora no hubo vetos. Pero en septiembre habrá otra votación. La carrera se definiría en octubre, cuando Rusia presida el Consejo de Seguridad. Hoy llega a Buenos Aires Ban Ki-moon, antiguo jefe de la canciller. Estará en el CARI. ¿Tocará el tema? Si Malcorra triunfara, Macri elevaría muchísimo su perfil externo. Aun cuando quede en la encrucijada, para él, más fastidiosa: la de tener que cambiar su gabinete.