El premio Nobel de Economía Simon Kuznets dijo una vez que había cuatro clases de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y la Argentina. ¿Por qué les resulta tan difícil a los analistas explicar el paso del apogeo al derrumbe argentino? ¿Por qué subsisten fronteras dentro de debates superados en otros rincones del globo? Tal vez porque, más que en otros países, aquí nunca se detuvo el péndulo, pero los resultados siempre terminaron siendo críticos, sobre todo desde los años 70.

Desde 1976 se sucedieron la tablita cambiaria, el plan Austral, la convertibilidad, la apertura con privatizaciones, el piloto automático, los intentos frustrados de dolarización, el blindaje, la convertibilidad ampliada, el corralito y, finalmente, la difícil tarea de admitir en 2001 que todas las experiencias previas habían fracasado, a través del default de la deuda más grande de la historia moderna, que recién se está superando este año.

Entretanto, el país pasó de períodos de euforia a otros de hambruna en el ingreso de capitales. Hubo lugar para regímenes cambiarios con tipo de cambio flexible y fijo, tiempo para recetas populistas y ortodoxas, espacio para un feroz proceso militar y gobiernos civiles que incluyeron la alternancia de los principales partidos políticos. Los economistas preferidos del poder económico fueron ministros; también, aquellos resistidos por el establishment y que dieron una prueba de fe para desempeñarse con tranquilidad. Casi todos dieron el mal paso.

¿No tuvieron éxito por falta de ideas, de consenso interno para implementar sus programas económicos o por la "codicia" de los acreedores?

¿Fracasaron por cargar con la pesada herencia de sus predecesores o por la ausencia de las instituciones necesarias para que el país funcionara con normalidad?

La Argentina pasó de ser un objeto de admiración hace un siglo a transmitir una imagen de pena en la crisis de 2001, hasta generar desinterés por sus caprichos posteriores.

A pesar de encontrarse lejos de los centros de decisión global, durante los últimos 40 años el país sentó algunos precedentes internacionales: destapó con un default encubierto la crisis regional en 1982 que dio lugar a la "década perdida"; provocó un furioso enfrentamiento entre los organismos multilaterales de crédito en 1988 (el FMI y el Banco Mundial); anunció con el aplauso de sus legisladores la cesación de pagos de 2001, y generó durante casi nueve años una manipulación de las estadísticas públicas inédita para un país democrático. ¿Sorprendente? Más o menos, para una nación que casi provoca la quiebra de la Baring Brothers a fines del siglo XIX.