No se trata de una discusión a través de la cual la sociedad, en especial sus
elites, identifica las condiciones que hicieron posibles las miserias que ahora
se deploran. Ese debate, más o menos autocrítico, es sustituido por otra
fórmula: la selección de chivos expiatorios cuya condena permite evitar una
reforma. Cada sector va eligiendo al sujeto contaminante del que es
imprescindible deshacerse. La única terapia disponible parece ser la
extirpación. Es una receta engañosa. No está destinada a producir una ruptura.
Lo más probable es que garantice la continuidad. Es el principal dilema de
Mauricio Macri y de Cambiemos. La agrupación más preparada para cambiar de piel
es el peronismo.
Sobre todo por su destreza para manipular las clasificaciones. Durante cuatro años puso las categorías cristinismo/kirchnerismo al servicio de una primera diferenciación. Fue un salvoconducto para que Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey, Alberto Fernández, entre otros, se ofrecieran como una renovación al liderazgo de Cristina Kirchner, que se debilitaba.
El truco fue exitoso. Pero, como demuestran los escándalos judiciales, fue un
truco: las principales irregularidades se cometieron bajo la dirección de Néstor
Kirchner. Julio De Vido, José López, Lázaro Báez, Cristóbal López, Ricardo
Echegaray, Aníbal Fernández o Héctor Cappaccioli desbordan la etiqueta "cristinismo".
Sobre todo porque todavía no se descubrió a un Wado de Pedro o a un Axel
Kicillof revoleando termosellados en un convento. Hay que postular, urgente,
otro binomio: kirchnerismo/peronismo. En eso están José Luis Gioja, Daniel
Scioli, Gildo Insfrán, Eduardo Fellner y los demás directivos del PJ. Ya no les
alcanza con depurar a ese comando de cualquier vestigio de La Cámpora. Ahora
deben dividir los bloques parlamentarios del Frente para la Victoria. Los
esperan Diego Bossio y los diputados del Movimiento Evita, que ya partieron.
La metamorfosis presenta, como siempre, contratiempos. De repente el peronista Martín Insaurralde debe justificar que alquilaba un departamento costosísimo al gestor comercial de José López, Andrés Galera. El mismo que habría preparado la fuga del ex secretario de Obras Públicas, con sus caudales y relojes, en un Lear Jet, desde San Fernando: lástima que el despiste de un avión sanitario impidió la salida de ese Sobremonte posmoderno. Un inconveniente similar se le presenta al senador José Alperovich. No es su amistad con López. Además, alquilaba las aeronaves de Báez. Las licitaciones provinciales exhiben la epidemia: basta con seguir la pista de la constructora Rovella Carranza, que niega ser de López, para detectar repeticiones sospechosas.
A tono con el programa económico, el peronismo está embarcado en un blanqueo. Aprovecha una ventaja: quien podría ser su fiscal, Mauricio Macri, no puede gobernar sin su cooperación. Es la trampa inevitable en la que está instalado Macri. A cambio de gobernabilidad debe extender un certificado de buena conducta hacia aquellos con los que está destinado a competir.
La táctica de limitar los males a un activo tóxico no se reduce al peronismo. El empresariado apela al mismo trámite. El miércoles pasado, Adrián Werthein alentó a otros colegas reunidos en el Cicyp a "tener la frente bien alta" por no ser como "un Fariña, un Elaskar o un Báez". Werthein, acaso el líder más perspicaz de su sector, fue quirúrgico con la enumeración. No mencionó, por ejemplo, a Cristóbal López. Evitó así ofender a algunos de los que lo aplaudían. Por ejemplo, Jorge Sánchez Córdova o Marcelo Figueiras, que cedieron sus acciones a López en el banco Finansur. Los Sánchez Córdova siguieron siendo socios. Se ve que fue a desgano. Porque Juan, ese mediodía, tuiteó: "Tremendo discurso de Adrián Werthein. Vamos Argentina!".
Báez es un quiste. Cristóbal es la mancha venenosa. Werthein estuvo a punto de tenerlo como socio en 2010 en Telecom. Fue cuando Néstor Kirchner quiso quedarse, a través de Ernesto Gutiérrez, de Aeropuertos, con el 50% de esa empresa. Fariña intentó entrar en el negocio, a través del fondo Geneviève. Cuando en el Alvear Werthein dijo: "Fuimos conniventes", ¿se refería a ese episodio? Jorge Brito fue, en ese entonces, convocado. El miércoles también saludó a Werthein por la audacia para encabezar el cruce del Leteo, el río donde se pierde la memoria.
Que existan caricaturas como Báez o José López es providencial. Prestan a la política o al empresariado el servicio que Omar Suárez, "el Caballo", brinda al sindicalismo. Hoy el secretario de los marítimos declarará ante Rodolfo Canicoba Corral. Macri espera verlo tras las rejas. Pero para que se cumpla su deseo deben despejarse dos incógnitas: ¿cuál es el ánimo de Canicoba desde que el radical Ángel Rozas, de Cambiemos, lo denunció en el Consejo de la Magistratura por haber designado a su cuñado al frente de la obra social de Suárez? Y otra: ¿mandará a la cárcel a Suárez antes de que la Cámara convalide la intervención del sindicato? La interventora es la diputada Gladys González, íntima de Macri y esposa del legislador provincial Manuel Mosca. Es significativo: según comenta "el Caballo" ante sus amigos, Mosca fue socio de Juan Rinaldi, su antiguo abogado. Las persistencias hacen que circulen los secretos. La cuestión central es otra: ¿el sindicalismo será solidario con Suárez si va preso? ¿O lo aprovechará para sacudirse 12 años de oficialismo kirchnerista?
Las inercias del statu quo son un gran desafío para Macri. Sobre todo en los dos obstáculos principales que enfrenta su discurso modernizador: la corrupción política y el proteccionismo económico. El primer déficit remite, entre otros males, a la baja calidad del fuero federal. Los jueces intentaron también desprenderse de un tumor: Norberto Oyarbide. Pero Oyarbide se resiste. El sábado, desde la mesa de Mirtha Legrand, envió un mensaje a sus colegas: "Lo que me reprochan a mí, haber sobreseído a los Kirchner por enriquecimiento ilícito, lo hicieron antes Ercolini y Canicoba. Pero nadie lo recuerda".
Macri tiene una posición ambigua. ¿Cuál es su plan? ¿Ensayar la reforma que propuso, en un comienzo, Germán Garavano? ¿Remover a algunos jueces, como Rafecas o Freiler, a través del Consejo de la Magistratura? ¿O fijarles objetivos políticos, como en el caso de Canicoba con "el Caballo" Suárez?
Las ambigüedades de Macri son las continuidades de Macri. Cambiemos incluye el regeneracionismo de Elisa Carrió, versión apocalíptica de Ernesto Sanz, Fabián Rodríguez Simón o el propio Garavano. Pero también cobija solidaridades con el orden anterior. El binguero Daniel Angelici, presidente de Boca, hace gestiones en los tribunales apoyándose en antiguos subordinados a Antonio Stiuso, como Juan José Gallea, que anidan en la AFI. Silvia Majdalani compite con Angelici, sirviéndose del fiscal Eduardo Miragaya. Al frente de todos está Gustavo Arribas, broker de jugadores de fútbol.
El titular de la policía bonaerense, en cuyo seno, confiesa el ministro Cristian Ritondo, anidan mafias, es Pablo Bressi, responsable de narcotráfico con Scioli. Comprensible: Ritondo pactó el control de esa fuerza con su antecesor Alejandro Granados. Por eso no puede ofrecer soluciones a María Eugenia Vidal, quien es intimidada con episodios extrañísimos cada semana.
A diferencia del PJ, el empresariado o el sindicalismo, en el área de la Seguridad, el espionaje o la Justicia, el agente de un cambio simulado es Cambiemos y su dicotomía. Es paradójico, porque en el origen del poder de esa fuerza hay un mandato de saneamiento institucional. Sin él, Vidal no sería gobernadora ni Macri presidente.
La economía es otro campo para la ambivalencia. El jueves pasado, Macri insinuó un giro aperturista al participar de la reunión de la Alianza del Pacífico en Frutillar. Fue una señal simbólica. Al mismo tiempo, su administración dio dos pasos en el sentido contrario. A instancias del Ministerio de la Producción, que conduce Francisco Cabrera, impulsó una ley por la cual el Tesoro resignará recursos para premiar a las autopartistas que incorporen piezas locales. Cuando Dilma Rousseff, en 2012, adoptó una medida similar, los analistas lamentaron que "Brasil está tomando el camino de la Argentina". La Argentina de los Kirchner.
Mientras se aprobaba esta medida, el Ministerio de Comunicaciones, que dirige Oscar Aguad, anunció un subsidio, a través del programa Ahora 12, para la adquisición de los celulares que se ensamblan en Tierra del Fuego. La excusa es promover el uso de teléfonos 4G porque las bandas 2 y 3G están saturadas. Sería como facilitar la compra de autos más veloces para compensar la falta de autopistas.
Las plantas de ensamblado fueguinas cuentan con varias capas de protección: no pagan aranceles, ni Ganancias, ni IVA; cobran el IVA a sus clientes, pero no lo transfieren a la AFIP, y, además, se benefician con un impuesto tecnológico que encarece en 30% los productos que compiten con los que ellas "fabrican". Aun así no les alcanza para sobrevivir: por eso el sector de celulares tendrá un respirador adicional. Es lógico. Rivalizan con países donde la mano de obra es baratísima y el mercado, gigantesco. En la India acaban de lanzar un smartphone de 4 dólares.
El enfoque oficial sobre el régimen fueguino repite el del kirchnerismo en la versión Débora Giorgi. Y también el que habría adoptado Daniel Scioli: el importador Rubén Cherñajovsky, líder de los ensambladores de la isla, fue clave en su campaña. Cherñajovsky puede descansar. La principal productora de celulares en la isla es Mirgor, la empresa de Nicolás Caputo, álter ego de Macri. Mirgor también es autopartista. Quiere decir que Caputo recibió dos buenas noticias la semana pasada. Los economistas kirchneristas critican este beneficio. Es raro que lo adviertan. Porque les sigue costando comprender fenómenos mucho más sencillos, como los retornos de Báez y Cristóbal a los Kirchner a través de los contratos de Hotesur.
¿A qué apuesta el mercado? ¿El Gobierno va hacia una apertura o profundizará la protección? Una respuesta tentativa: la acción de Mirgor subió desde noviembre más de 200%. El índice Merval, 7%.