Soy asesor de VMV Siembras y productor agrícola. A partir de la campaña 2010, difícil con mancha ojo de rana y orugas bolilleras, comenzaron a presentarse complicaciones con malezas resistentes, caída de eventos en maíz, crecimiento de trips, royas y tizón del maíz, enfermedades de raíz, y pérdidas de efectividad de fungicidas e insecticidas.
Comparamos a valores actuales el costo/esfuerzo del control de plagas, malezas y enfermedades de las campañas de 2002 y de 2016. Vemos que la última tuvo un costo 3,7 veces mayor que la primera. No solo aumentaron los herbicidas, también el uso de fungicidas e insecticidas, y contrariamente a lo esperable, crecieron las pérdidas de potencial por adversidades. Está claro: algo anda mal.
Si bien el aumento del uso de biocidas en los últimos 15 años no es lineal sino exponencial, como marca la evolución de malezas resistentes, el incremento anual acumulado es de 10%. Proyectando cinco años con una tasa igual, estaríamos hacia 2021 en 6 veces la realidad de 2002, lo que equivale a 1500 kg de soja invertidos en insumos. En esa situación, un 50% del área agrícola quedaría fuera del sistema. Hace un par de años mi amado auto comenzó a consumir 1 litro de aceite cada 8000 km, luego cada 6000 y a los seis meses cada 4000. La reparación o el cambio eran inevitables. Si seguimos resolviendo las problemáticas aumentado la dosis del factor que le dio origen, el destino de nuestro sistema de producción será igual al de mi amado auto. Debemos repensar/reparar los procesos de nuestro sistema de producción. La única dosis a aumentar es la de conocimiento invertido por hectárea.