Han transcurrido casi cinco meses de la gestión de Cambiemos. Son momentos en
que comienzan a arreciar las válidas críticas y protestas de parte de
sindicatos, partidos opositores, sectores de la prensa y de muchos ciudadanos
decepcionados por las últimas medidas económicas del Gobierno.
Sin embargo, la crítica ha soslayado -casi subestimado- por completo el
tradicional y efectivo estilo presidencial. Hace veinte años, cuando Macri llegó
a la presidencia de Boca trajo consigo a los entonces CEO del fútbol Carlos
Bilardo y -luego- Héctor Veira. Ambos formaron equipos que prometían grandes e
inmediatos resultados. A la vez, el Presidente inició una serie de cambios
estructurales que ni el club ni el fútbol habían experimentado antes con
seriedad: sinceró el valor de la cuota social, remodeló el estadio,
responsabilizó patrimonialmente a sus mandatarios, eliminó la reelección
indefinida, se propuso revalorizar la marca Boca Juniors y comenzó a gastar
responsablemente (lo que le valió el mote de cartonero Báez por parte de
Maradona).
Por dos años el club no consiguió resultados y todos, salvo el presidente, comenzaron a impacientarse. Fiel a su convicción, Macri entendía que si no saneaba y ordenaba los cimientos del club, no habría resultado sustentable alguno. En 1998, con el rumbo encaminado, llegó Carlos Bianchi y la historia posterior es conocida. Se trataba de un club de fútbol y no de un país, claro. Por eso, salvo ciertos domingos de intemperancia pasional y algunas críticas periodísticas, Macri no debió enfrentar movilizaciones populares, agudas críticas opositoras y cierta prensa que sobreactúa para no parecer complaciente; tampoco estaba en minoría parlamentaria. Pero el estilo del Presidente no parece haber cambiado un ápice. Como en su primera gestión públicamente visible, el primer mandatario está concentrado en aquellas cuestiones de base y de largo plazo, infaltables en la reconstrucción de una república, en medidas estructurales que son parte del pacto fundamental de los argentinos y en aquellas normas de convivencia social que permitan sentar bases seguras para la confianza pública, convencido de que sin ellas, ningún cambio resulta sustentable.
Por eso, vale la pena reparar en aquellos aspectos fundamentales que ya
cambiaron impulsados por la nueva administración, a la espera y con el objetivo
puesto en la llegada del Carlos Bianchi de la economía, que esta vez no pasa por
un nombre propio sino por la llegada masiva de inversiones públicas y privadas
que aporten sustentabilidad económica.
Está claro que el gobierno de Cambiemos, si se lo compara con el anterior, parece políticamente frágil y comunicacionalmente híbrido. Pero cuidado: aplicada a Macri, tal lectura podría ser errónea, porque es probable que esa suerte de endeblez política sea precisamente su principal fortaleza. ¿Quién votó con Macri a un político tradicional? Este es un gobierno que transmite la sensación de gobernar con la convicción de la gestión, sin impacientarse -como durante la campaña electoral- ante el estruendo de los primeros titulares adversos o la batalla sin tregua del mundo online y los diversos círculos, cualquiera sea su color. Registra los hechos, los buenos y los malos, con cierta tranquilidad y sin signos de sucumbir ante ese mal tan propio de estos tiempos: la ansiedad por lograrlo todo y ya. Igual que hace veinte años, Macri inauguró un estilo distinto, ahora en la vida pública nacional.
Estamos en un momento clave. Ha terminado la luna de miel y comienza la impaciencia por los resultados. Es ahora cuando cabe señalar, lejos de cualquier actitud voluntarista y como producto de un ejercicio reflexivo basado en hechos, lo mucho que ya se hizo en la búsqueda. Veamos:
1. Desde el primer día, la libertad de prensa y de expresión ciudadana han vuelto a ser un valor respetado desde el poder. Enorme intangible en el ejercicio de nuestra vida cotidiana.
2. El Gobierno ha entendido y puesto en práctica una noción elemental que se basa en el respeto ciudadano: el Estado está para ayudar y brindar un servicio a los ciudadanos que pagan sus impuestos y no para apretarlos o esconderles información. La erradicación del miedo y la clandestinidad estatal, y el interés por comprender el problema puntual que lleva el administrado, constituyen un cambio real. Es por ahora un camino apenas incipiente, pero la dirección es clara.
3. No existe una sensación colectiva de desconfianza en materia de transparencia gubernamental. Más aún, aquellas sombras que supuestamente tiñen la vida empresaria de Macri han sido llevadas a la Justicia por el propio Presidente.
4. Tampoco se percibe en estos meses, donde el Presidente y varios de sus colaboradores ya han sido denunciados penalmente, intentos de interferir en la Justicia.
5. El Gobierno ha mostrado una inusual capacidad de enmendar sus errores ante las críticas que recibe de distintos sectores. Ejemplo de esto fue el retroceso en la decisión de nombrar por decreto jueces de la Corte Suprema en comisión o la rápida creación de distintos programas de empleo ante la crítica gremial.
6. Se ha recuperado el valor del diálogo político y social. Se podrá argumentar que fue por necesidad política, pero todos los gestos hablan de una verdadera vocación por eso, como se prometió innumerables veces durante la campaña electoral. Y si es cierto que no se privilegia el color político a la hora de hablar y acordar con los gobernadores, estaremos ante un salto mayúsculo y casi inédito en nuestra vida política.
7. El Gobierno ha encarado con llamativa eficacia la salida del default. La forma de hacerlo puede despertar críticas o consensos, pero lo cierto es que ha sido más que expeditivo en esa diligencia, sacando al país de la cesación de pagos luego de nada menos que 15 años.
8. En pocos meses la Argentina -Cancillería mediante- ha pasado de uno de sus períodos de mayor ostracismo internacional a ser un país nuevamente considerado y visible para los países centrales, y ha mantenido la política de otorgar prioridad a las relaciones con sus socios estratégicos, como Brasil.
9. Casi desde antes de asumir, se instaló un eslogan políticamente atractivo para cualquier oposición: "Macri gobierna para los ricos". Está claro que el perfil del Presidente y parte de su gabinete se prestaba para semejante rótulo. Pero si discutimos políticas, y no personas, esto es muy discutible. Porque la universalización de beneficios, tales como las asignaciones para monotributistas, la devolución del IVA para jubilados y beneficiarios de asignaciones, la ampliación de las asignaciones familiares y la convocatoria al Consejo del Salario Mínimo Vital y Móvil, además de la tarifa social y el mantenimiento de políticas sociales que venían de la anterior gestión, habla más bien de una voluntad -aún perfectible- de cuidar y atender a los sectores más vulnerables.
10. Por último, el factor María Eugenia Vidal. Con su particular estilo y carisma, la gobernadora de la provincia de Buenos Aires representa un cambio en sí mismo. Cuando Vidal asumió su cargo, mandó un mensaje a sus funcionarios que eleva muy alto la vara para cualquier otro miembro de la actual administración. "Yo no quiero bolsos", señaló, en lo que debe haber sido su sello inicial más contundente. Desde el primer día, la gobernadora envía inequívocas señales de un ejercicio político diferente y novedoso, digno de ser observado.
Todo esto no es poco para pocos meses. ¿Tendremos como sociedad la paciencia que sugiere y reclama el estilo presidencial? ¿Comprenderemos el significado de robustez que persiguen los objetivos de largo plazo? ¿Entenderemos que la reconstrucción y fortalecimiento institucional es indispensable para el sustento de cualquier plan económico? ¿O pediremos resultados inmediatos? Si reflexionamos sobre estas preguntas, podremos encontrar quizá las respuestas que el futuro demanda.
Abogado, máster en derecho en la Universidad de Tulane, Nueva Orleans