La cuestión incomoda siempre a la conciencia norteamericana, porque en ella se libra una eterna batalla, que Niall Ferguson explicó como nadie, entre los valores de la república y las urgencias del imperio.
Existen muchas expectativas sobre el modo en que el presidente de Estados
Unidos manifestará lo que prometió en febrero: las "profundas diferencias" que
mantiene con el gobierno de Raúl Castro en materia de democracia.
En Buenos Aires, Obama asistirá al Parque de la Memoria para conmemorar los 40 años del golpe de Estado de 1976. Y anunciará que sacará a la luz documentación confidencial sobre aquella dictadura.
Esa exhumación puede aportar información impredecible. Sobre todo acerca del
gobierno de Isabel Perón y también sobre las relaciones de algunos dirigentes
montoneros con el aparato de poder de los Estados Unidos.
Con este homenaje a los derechos humanos, que incluirá una crítica a la política exterior estadounidense en relación con gobiernos militares, Obama neutralizará las críticas que ya recibe por no reunirse con disidentes del castrismo. Las dos visitas se equilibran en un sentido más general: al aplaudir a un gobierno pluralista y amigable con el mercado, como el de Mauricio Macri, el líder norteamericano intentará compensar los reproches de sus rivales conservadores por aproximarse al régimen de los Castro.
El viaje a Cuba está sostenido en una tesis que se fue consolidando en el Departamento de Estado: la enemistad con los EE.UU. no es un costo, sino un objetivo que La Habana cultivó para amalgamar el frente interno. Según esta doctrina, la pacificación bilateral irá quitando a los Castro uno de sus recursos para mantenerse en el poder. En síntesis: el acercamiento con Cuba debilitaría al gobierno y fortalecería a la sociedad de ese país.
La eficacia de esa estrategia sólo puede demostrarse con el tiempo. Mientras tanto, Obama debe satisfacer a quienes lo acusan de ser complaciente con un sistema opresivo. José Miguel Vivanco, de Human Rights Watch, acaba de recordar que la situación de los derechos humanos en Cuba ha cambiado muy poco desde que se restablecieron relaciones. Si bien hubo una liberación de presos políticos, no se permitió la visita de observadores internacionales a la isla. Además, se siguió hostigando a los disidentes con detenciones fugaces, pero intimidatorias. Durante la visita del papa Francisco, en septiembre pasado, fueron capturados más de 100 disidentes. A pocas horas de la llegada de Obama, el activista de derechos humanos Elizardo Sánchez fue demorado durante tres horas. Sánchez denunció que él y otros disidentes invitados a reunirse con Obama fueron visitados por la policía para que no salieran de sus casas.
Igual que Francisco, Obama no podrá verse con opositores. Por eso la Casa Blanca enfatizará el discurso que pronunciará por radio. Antes de elaborar ese mensaje, el minucioso Ben Rhodes, encargado de Comunicación Estratégica del Consejo Nacional de Seguridad, se entrevistó en Miami con intelectuales y líderes anticastristas.
Estas tensiones facilitaron el viaje a la Argentina. La iniciativa más temprana se debió a la canciller Susana Malcorra, que planteó la posibilidad de que Obama extendiera su excursión hasta Buenos Aires. La idea también entusiasmó al embajador Noah Mamet y a su segundo, Kevin Sullivan. Ambos tienen trato muy frecuente con Marcos Peña. Mamet y Peña, además, tienen un puente en Jim Messina. Fue el jefe de campaña de Obama y quien apadrinó a Mamet como embajador. Que Peña conozca a Messina no debe sorprender: para el equipo íntimo de Macri la marcha del líder demócrata hacia la Casa Blanca es la idea platónica de proselitismo.
Para entender la velocidad con que se planeó la visita hay que prestar atención, además, a otro entramado: Malcorra habló con dos de sus contactos privilegiados en Washington y Nueva York. La Consejera de Seguridad Nacional, Susan Rice, a quien conoció como representante de los EE.UU. en la ONU, y su sucesora en ese organismo, Samantha Power.
Obama llegará mañana a una Buenos Aires que querrá mostrar como el reverso de La Habana. Su intención es llamar la atención sobre una transformación que auspicia: el pasaje de una administración autoritaria y estadocéntrica, alineada con Venezuela, China y Rusia, a otra pluralista y competitiva.
La visita tendrá dos momentos llamativos. No tienen que ver con la diplomacia estatal, sino con el acercamiento de Obama a la sociedad local. Lo que en el Departamento de Estado denominan "democracia pública". Uno de ellos es el homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, en el Parque de la Memoria. El otro, el town hall meeting en la Usina del Arte, que por su informalidad permitirá a Obama salirse un poco del libreto prefijado. En alguna de esas presentaciones lamentará el papel de los Estados Unidos en el establecimiento de algunos gobiernos militares en América latina. Esa manifestación hará juego con la desclasificación de documentos con información sobre la última dictadura argentina.
Malcorra y Mamet conversaron sobre esas revelaciones mucho antes de que las exigieran los organismos de derechos humanos. Los archivos del Departamento de Estado, de Justicia y de Defensa son una caja de Pandora. Pueden remodelar la imagen de muchos acontecimientos cuyo signo está todavía en discusión. Por ejemplo, demostrar que el "carnalismo" de Menem tuvo un antecedente durante el gobierno de Isabel Perón, sobre todo por la predilección de Henry Kissinger por el canciller Alberto Vignes. En 1976. La conspiración, que acaba publicar, Juan Bautista Yofre incluyó algunos documentos que corroboran el apoyo norteamericano a aquel gobierno peronista. ¿Habrá otras sorpresas? ¿Se conocerán detalles de las relaciones de Montoneros con Washington, uno de cuyos responsables era Fernando Vaca Narvaja, fugaz consuegro de Cristina Kirchner? Los historiadores esperan esos materiales con un inventario de preguntas. Hay una principal: ¿cuál fue el papel del Pentágono en Malvinas?
La dimensión administrativa se centrará en la reunión entre Macri y Obama. En la Casa Rosada repasarán el estado de la región. Obama llega a América del Sur en plena crisis brasileña. En el Departamento de Estado esa tormenta genera preocupación. Más allá de que a Obama, en particular, pueda producirle sentimientos encontrados. Su relación con Lula da Silva, que comenzó siendo un idilio, se arruinó por la aproximación de Brasil a Irán. A tal punto que Lula se negó a asistir a la comida oficial que Dilma Rousseff ofreció en Brasilia, en marzo de 2011, para agasajar al norteamericano. Más tarde la que se enojó fue ella, a raíz de que la Agencia Nacional de Seguridad espió sus comunicaciones. Y las de Petrobras.
En la charla con Obama, Macri reiterará su solidaridad con el gobierno brasileño. Pero también su resistencia a enfocar las investigaciones judiciales, al estilo de Evo Morales, como un golpe. Macri tiene interés en conocer los detalles de la visita a Cuba de su huésped. La Argentina se integrará al juego con inversiones y un programa de seguridad alimentaria para la isla. También colaborando con tecnología agropecuaria al proceso de paz de Colombia, que coordina Castro. A propósito: una de las incógnitas del paso de Obama por La Habana es si habrá un anuncio de suficiente magnitud que le permita mostrarse junto a los negociadores colombianos. Sería impactante, porque los EE.UU. mantienen a las FARC en el listado de organizaciones terroristas.
En el diálogo de Macri con Obama predominarán dos temas bilaterales: energías renovables y lucha contra el narcotráfico. El Presidente pretende impulsar las exportaciones de biodiésel. La Argentina es el primer productor mundial de soja transformada en gasoil. Pero en el mercado estadounidense ese combustible se consume mucho menos que la nafta. Macri conoce ese negocio, en el que ha hecho algunas inversiones.
La charla sobre narcotráfico será, si se quiere, estilizada. A Washington no le interesa aparecer como un policía internacional que custodia sus propios intereses. Por eso se ampliará el registro a cuestiones de seguridad ciudadana. Se firmarán convenios de cooperación técnica, capacitación y, sobre todo, sistemas de cooperación entre las fuerzas locales de seguridad. Otros acuerdos: un protocolo de defensa, para ampliar la participación de la Argentina en las misiones internacionales de paz, y otro de educación, para favorecer el intercambio de alumnos.
Pasado mañana a la noche Macri ofrecerá una comida, antes de la cual Obama se verá con dirigentes de la oposición. Aunque la lista no terminó de confeccionarse, seguro estarán Sergio Massa, el peronista disidente Oscar Romero, Margarita Stolbizer y, el que más interesa a la Casa Rosada, Miguel Pichetto.
Después del homenaje a los desaparecidos, Obama viajará a Bariloche, siguiendo los pasos de muchos de sus predecesores: Teddy Roosevelt, Herbert Hoover, Ike Eisenhower, James Carter y Bill Clinton visitaron esa ciudad antes, durante o después de sus presidencias. Carter siguió haciéndolo hasta hace pocos meses, para pescar en el Nahuel Huapi.
La estadía en Bariloche fue organizada por Michelle Obama y sus hijas como una visita familiar. No está contemplado siquiera que el hombre de la casa juegue cuatro hoyos en el Llao Llao. El golf será tema durante todo el viaje: Macri podría divertir a Obama contándole cómo, en su turbulento litigio comercial con Donald Trump, durante los 80, debía dejar que el republicano le ganara los partidos para no arruinar la negociación. Sin embargo, a diferencia de Menem con Clinton, Macri no probará suerte con Obama. Lo más probable es que lo acompañe hasta Bariloche y se despida.