Todos los astros se alinean en su contra: malestar económico, escándalos
judiciales, movilizaciones callejeras. Para que se produzca la caída sólo falta
que Dilma Rousseff quede en minoría en el Congreso.
Es decir, que pierda el apoyo de su aliado, el PMDB, cuyo líder principal es el vicepresidente Michel Temer. Todos los días hay una nueva señal que anticipa esa ruptura.
Ayer, por ejemplo, al oficialismo le costó muchísimo conseguir legisladores
dispuestos a defenderlo en la comisión que discute el impeachment de Dilma. El
equipo se formó con 28 votos a favor de ella, y 31 en contra.
El desenlace de la tormenta es determinante para la Argentina. Brasil es su principal mercado. Y es también su espejo. La crisis del PT se alimenta en los expedientes judiciales del petrolão y en las dificultades de la economía, sobre todo la expansión del déficit fiscal.
Dilma recibió de Lula un superávit primario de 3% del PBI. Como los intereses
de la deuda pública eran de 5%, el déficit global era de 2% del producto. Hoy
las cuentas presentan un déficit primario de 2% y los intereses suman un 8% del
producto, por lo que el déficit global es de 10%. La inflación obliga a ajustar
la tasa de interés, por lo que aumenta también el volumen de la deuda,
ampliándose el desequilibrio fiscal. El gobierno no puede cortar este círculo
vicioso. Al revés, lo acelera. La razón es evidente: es incapaz de conseguir que
el Congreso apruebe sus reformas.
Los mercados reflejan esta limitación en el precio de los activos. La debilidad del PT es aplaudida con subas de la Bolsa y caídas en la cotización del dólar. En las últimas horas las señales son más elocuentes. Las principales centrales de empresarios reclamaron la salida de Dilma.
La hoja de ruta está marcada por la Constitución: un gobierno encabezado por Temer, que negociaría una alianza con la oposición del PSDB, el partido de Fernando Henrique Cardoso y Aécio Neves. El nuevo orden tendría una figura clave: José Serra, ex candidato del PSDB, amigo de Temer y, tal vez, futuro ministro de Hacienda. Los especialistas interpretan que esa nueva administración podría relanzar la economía.
La Argentina depende muchísimo de que Brasil se reponga. El PBI brasileño se contrajo en 2015 un 4%. Y promete achicarse otro 4% este año. Es la mayor recesión en un siglo. Los expertos calculan que al PBI de la Argentina le cuesta medio punto.
Para entender ese impacto basta con repasar algunos números. De los autos que la Argentina exporta, un 80% va a Brasil. Con las manufacturas agropecuarias sucede algo parecido. Por ejemplo, los brasileños compran el 87% de la leche en polvo argentina que se vende al exterior. Y el 95% de las aceitunas o el 40% de la fruta.
La crisis de Brasil es una de las razones principales para que las exportaciones no aumenten a pesar de la devaluación del peso. También explica en parte la baja actividad. De modo que, para incrementar el ingreso de dólares y reanimar su economía, la Argentina depende de la recuperación de su vecino. Y esa recuperación es impensable con el actual gobierno de Rousseff.
El PT apeló a un último recurso. Ayer Dilma, transformada en una Medvedev tardía y tropical, incorporó al poder a Lula, su Putin. Con su mentor al frente del gabinete, calculó, compensaría su falta de liderazgo y mejoraría el diálogo con la oposición.
Calculó mal: la opinión pública entendió que Lula buscó en el gobierno un último escondite frente a una justicia que lo tiene cercado por su vinculación con Petrobras. La indignación aumentó cuando el juez que investiga el caso, Sergio Moro, divulgó una conversación entre Dilma y Lula sobre la designación. Estallaron más protestas. El PMDB, que es la principal fuerza parlamentaria, comenzó a analizar romper con el PT. Temer, su líder, ocuparía el lugar de Dilma.
La peripecia brasileña tiene rasgos que en la Argentina son reconocibles. Lula podría ser aquel Domingo Cavallo al que recurrió Fernando de la Rúa cuando la convertibilidad ya no respiraba. La bala de plata. La bala suicida. Y el pacto entre el oficialista Temer y el PSDB tiene un aire de familia con el acuerdo entre Duhalde y Alfonsín para reemplazar a De la Rúa. Como suele suceder, son falsos parecidos.
Hay afinidades más evidentes. Los brasileños, que siempre fueron dialoguistas, se dividieron en dos bandos. La corrupción incentiva la fractura.
Sin embargo, hay una diferencia estratégica. Es la independencia que exhibe la justicia federal de Brasil. No sólo el periférico juez de Curitiba, Sergio Moro, encarceló a media clase empresarial y acorraló a Lula. Ayer un magistrado objetó la designación del ex presidente en el gabinete. Y un ministro de la Corte, Celso de Mello, lo acusó de tener una "mentalidad autoritaria". El Poder Judicial brasileño va contra el poder. Y lo hace tan a ciegas que muchos se preguntan si, aun cayendo Rousseff, habrá un piso para la caída: numerosos congresistas brasileños, empezando por los líderes de ambas cámaras, que son del PMDB, están siendo investigados.
La relación de los jueces federales argentinos con los funcionarios es muy distinta. Como en los juicios de residencia del derecho indiano, las acusaciones sólo avanzan contra quienes han dejado el cargo. La lección de Yabrán sigue vigente: poder es impunidad.