Uno de los interrogantes más repetidos ahora es si se trata de una única fuga o si es el principio de una sucesiva fragmentación. Todo parece indicar que la fractura será más profunda. Y que más tarde o más temprano el Frente para la Victoria (FpV)podría quedar reducido a una organización residual o testimonial, mucho más cerca del 15% de los votos que del 49% que obtuvo Scioli en la segunda vuelta.
Los motivos están a la vista. El primero, sin lugar a dudas, es la delirante
posición política de Cristina Fernández, su hijo Máximo, Héctor Recalde y Carlos
Kunkel, por citar sólo a algunos de los referentes más mediáticos. Palabras más,
palabras menos, para ellos, la presidencia de Mauricio Macri es casi ilegítima y
podría ser considerada una usurpación, ya que la banda no fue entregada por la
jefa del Estado en ejercicio. Y para el estrambótico relato de este grupo de
irreversibles el cambio efectivo de gobierno tampoco sucedió. Porque no hubo
fotos ni entrega de los atributos de mando. No se registró la imagen de la
transición como ellos suponen que debería haber sido.
Estalinismo puro. Los militantes más radicales del cristinismo fantasean que Macri no ganó y que la ocupación de la Casa Rosada es sólo un "accidente político" que será reparado, a lo sumo, dentro de cuatro años. Por eso todavía algunos "resisten" o piden indemnizaciones, como si el pedazo del Estado que ocuparon aún les perteneciera. Y con idéntico nivel de locura comparan al nuevo gobierno con una dictadura, denominan la suba de precios hiperinflación, presentan la interrupción de miles de contratos irregulares y en negro como una ola de despidos y organizan actos públicos con consignas parecidas a las de los partidos políticos al final de la dictadura militar, en 1982.
Por un lado, todos los días se "les escapa" del núcleo duro algún dirigente
más o menos racional. Y por el otro, continúan intoxicando de odio y
resentimiento a miles de chicos que creen en "el proyecto" porque por primera
vez se habían sentido contenidos. El otro motivo por el que se podría aventurar
que el FpV se reducirá, más tarde o más temprano, a su mínima expresión es que
Cristina ya no es más presidenta: ya no tomará más el teléfono para mandonear a
ningún ministro o colaborador. Y no lo hará sencillamente porque no tiene más
poder para hacerlo. Ni el poder de la conducción política ni el poder de la
seducción. Antes, cuando podía y lo hacía, muchos de sus colaboradores sentían
miedo. Miedo de verdad, miedo físico. Preferían evitarla. Les empezaba a doler
el estómago o la cabeza. Eso es lo que contó a más de un periodista el ex
responsable de la Anses Diego Bossio, uno de los ideólogos de la ruptura. Y es
lo mismo que admiten desde el ex vicepresidente Amado Boudou hasta el ex jefe de
Gabinete Sergio Massa, en conversaciones privadas.
Parece que Ella, hace un mes, pretendió hacer lo mismo con Miguel Pichetto. Sin embargo, el senador no se amilanó ni tuvo miedo. Y tampoco le hizo caso. Pero la principal razón de la progresiva desintegración del FpV es que la ex mandataria tampoco maneja más la chequera, el gran elemento disciplinador y de seducción con el que tanto Néstor Kirchner como su compañera construyeron poder desde el principio de sus vidas políticas. Y ahora que se están abriendo las "cajas de la felicidad" con que contaba "el proyecto", se entiende por qué reclutó tantos aparentes incondicionales. Y también se entiende por qué los gobernadores peronistas, quienes hasta hace muy poco no se atrevían a contradecirla en lo más mínimo, ahora no le atienden el teléfono ni la aceptan como la única jefa del Partido Justicialista. Entonces, si una parte de sus fieles se le va por razones estrictamente políticas y otra parte acomete la fuga por razones económicas, ¿qué les va a quedar al final a la ex presidenta y a los representantes de su "secta política"? Sólo el relato.
Pero ¿durante cuánto tiempo podría mantener el FpV la consistencia de su
relato? ¿Cuánto va a tardar el "No fue magia" en transformarse en un eslogan
humorístico, como se terminó convirtiendo en los años noventa el "Menem lo
hizo"? No tardará demasiado. Será durante el tiempo que demore la mayoría de la
sociedad en darse cuenta de que desde 2003, a pesar del marketing político, no
se impulsaron las decisiones adecuadas para mejorar la estructura social y
cultural del país.
¿Nos dejaron Néstor y Cristina, a los argentinos, una economía en crecimiento o un país más desarrollado? Todo parece indicar que no. ¿Ayudaron a bajar la pobreza estructural que instauró a su turno el menemismo? ¿Lograron una mejora de la educación y la salud públicas? ¿Mostraron una genuina voluntad para combatir la inseguridad o el narcotráfico? Tampoco. Y luego, ¿cómo reaccionarán los fiscales y los jueces federales a los que el kirchnerismo humilló una vez que encuentren en sus expedientes las razones jurídicas para llamar a declaración indagatoria a personajes como Boudou, Guillermo Moreno o la propia ex presidenta? Lo que le está pasando a Milagro Sala en Jujuy es una primera muestra. Porque, más que el gobernador Gerardo Morales, son los fiscales y los jueces de la provincia los que avanzan para probar los delitos.
Quizás el FpV sea recordado como el emergente político de diciembre de 2001, cuando la consigna "Que se vayan todos" reveló la profundidad de la crisis de la clase dirigente y el nivel de hartazgo de la mayoría de la sociedad. Pudieron haber dado un paso más grande y más audaz, pero eligieron venderse como revolucionarios, aunque no revolucionaron nada. Pudieron haber dejado un Estado con las cuentas en orden, pero optaron por malgastar hasta el último peso, con la intención evidente y mezquina de perjudicar al gobierno que venía. Pudieron tener la grandeza de contagiar diálogo, convivencia, debate de ideas y diversidad verdadera, pero prefirieron la pelea, el escrache, la imposición de supuestas verdades y el pensamiento único. Es decir: la negación del otro. La cerrazón. El atraso. El subdesarrollo. Más cerca de la viveza criolla que de la transformación real. Más cerca del menemismo que de su relato épico. Como un intento fallido de pasar a la historia como una de las mejores cosas que pudieron haberle sucedido a la Argentina.