Mauricio Macri decidió interrumpir, abruptamente, con la dulzura política de sus primeros días. Su decisión de designar por decreto, en comisión y sin acuerdo previo del Senado, a dos integrantes de la Corte Suprema –Horacio Rosatti y Jorge Rosenkrantz-- sonó disruptiva respecto del clima construido con sus pasos previos. Entre varios, el encuentro con los ex candidatos a presidente y con los 24 gobernadores que el sábado asistieron a Olivos.
Aquella disrupción quedó a la vista. El radicalismo, su principal socio en Cambiemos, asomó dividido en las opiniones. Sergio Massa pidió a Macri que revea la postura. Margarita Stolbizer casi lo comparó con la vieja prepotencia de Cristina Fernández. El salteño José Urtubey también resultó crítico. Igual que el gobernador socialista de Santa Fe, Miguel Lifschitz, uno de los más elogiados por el macrismo en la cita cumbre. Lo del kirchnerismo fue, en cambio, previsible aunque perdió autoridad por la identidad de su portavoz. Escuchar a Héctor Recalde, el jefe del bloque de diputados del FpV, formular exaltadas menciones a la República pudo asemejar a invocaciones conciliadoras del multimillonario republicano Donald Trump o de la ultraderechista francesa, Jean Marie Le Pen.
La determinación legal de Macri de cubrir las vacantes en la Corte sería quizás menos cuestionable que el formato político. Aunque donde existe una norma afloran siempre distintas interpretaciones. De hecho, hay especialistas que aseguran que en 1917 una comisión del Senado realizó un dictamen sobre la aplicación del artículo 99 de la Constitución, en el cual se fundamentó el decreto de Macri. Convalidó su instrumentación sólo partir del momento en que se produce una vacante en el máximo Tribunal. Esa situación se cristalizó con el alejamiento de Carlos Fayt, el mismo día de la asunción presidencial. Raúl Zaffaroni había renunciado el 31 de diciembre del 2014. En suma, de acuerdo con esa lectura, Macri podría haber cubierto el lunes sólo una de las dos vacantes.
El plano político de la jugada macrista ofrecería múltiples consideraciones y enigmas. El PRO fue uno de los partidos de la oposición que resistió, con buen criterio, la ofensiva de Cristina para completar el Tribunal antes de su despedida. Uno de los argumentos preferidos fue que ese derecho correspondía al gobierno venidero, con debido consentimiento parlamentario. Debe haber existido alguna razón potente –que difícilmente alcanzaría a justificarlo-- para el cambio parcial de rumbo. Es parcial, al fin, porque los pliegos de Rosatti y de Rosenkrantz deberán ser, de todas formas, aprobados por el Senado ni bien reanude sus actividades luego del tiempo estival.
Razones políticas hay, aunque puedan ser sometidas a discusión. El punto de partida podría fijarse el 25 de noviembre, tres días después de la victoria de Macri en el balotaje, cuando Ricardo Lorenzetti, Juan Carlos Maqueda y Carlos Fayt –no votó Elena Highton-- fallaron a favor de Santa Fe, Córdoba y San Luis por una deuda sobre coparticipación mal liquidada desde el 2006. Un golpe financiero inesperado para la nueva administración. Casualidad o no, el Tribunal había tenido una conducta parecida en el 2013, cuando Sergio Massa derrotó en las legislativas al kirchnerismo en Buenos Aires. Entonces decretó la constitucionalidad de la Ley de Medios y facilitó a Cristina el escape circunstancial del tembladeral político.
Lorenzetti habría tenido fuerte incidencia en la oportunidad para resolver ambos conflictos. Algo que nunca pasó inadvertido para Elisa Carrió. La diputada de la Coalición se ocupó de alertar a Macri. La acompañaron algunos radicales silenciosos. Existió otro episodio en el medio debidamente apuntado por la oposición. Fue cuando Lorenzetti anticipó su reelección como titular de la Corte hasta el 2018. También Cristina bramó por la maniobra. Detrás de todo ese malestar se habría gestado una cocina política: el abogado de Rafaela hizo lo que hizo luego de un pacto con Daniel Scioli. Creía que el ex gobernador de Buenos Aires iba a ser el candidato del kirchnerismo, que fue. Y que ganaría las elecciones. Ese tramo del pronóstico falló.
Macri fue acumulando antecedentes y obró discretamente en consecuencia. Luego de los inútiles tironeos con Cristina por la cesión de los atributos del mando sorteó la posibilidad de que fuera el propio Lorenzetti quien se los terminara de imponer. Hubiera sido, tal vez, otro despropósito de la transición. La intervención del titular de la Corte sucede en ocasiones de vacío de poder. No era lo que estaba ocurriendo en la Argentina. Había sólo una áspera disputa. Quedó zanjada con la intervención del presidente provisional del Senado, Federico Pinedo, tras el fallo de la jueza María Servini de Cubría que consagró que el mandato de Cristina fenecía el último minuto del miércoles 9.
Lorenzetti no es un hombre que masque vidrio con facilidad. Ayer, parabólicamente, convalidó el decretazo de Macri y dio la bienvenida al par de magistrados designados en comisión. No está dispuesto a fogonear ningún pleito potencial. Suele ser su estrategia dilecta. Pero no tiene el tablero que tenía. Con el alejamiento de Fayt habría perdido la mayoría que solía amasar en cada situación clave. Highton no siempre estuvo dispuesta a acompañarlo.
Lorenzetti deberá ahora compartir el cuatro piso de Tribunales con Rosatti y Rosenkrantz. Dos constitucionalistas que no merecieron hasta ahora ninguna objeción pública. Rosatti fue, incluso, ministro de Justicia de Néstor Kirchner. Se fue de ese cargo aduciendo que se tramitaban cuestiones oscuras. Fue tentado con embajadas y con la posibilidad de participar en la política peronista de Santa Fe, su provincia de origen. Prefirió mantenerse en su universo académico. Que matiza siempre con la literatura y el deporte. Ha compuesto un par de libros de cuentos y poesía. Es además un boquense empedernido. Fuera ya del poder, escribió una recordada contratapa sobre su club en el diario deportivo Olé.
No se conoce ningún vínculo cercano de Macri con ambos jueces. Lo cual llevaría a inferir que antes que intentar plantar una influencia propia en la Corte buscó alterar sus tradicionales reglas de juego. También impuso un golpe de autoridad por afuera de teatro de cordialidad que había montado desde la asunción. Como para demostrar que no le pesaría el liderazgo que pueda ejercer Cristina desde su pretendido liderazgo opositor. En la búsqueda de esos objetivos, sin embargo, habría incurrido en alguno de los peores vicios de la ex presidenta.
Su apuesta está todavía sometida a riesgos evidentes. Los pliegos de Rosatti y Rosenkrantz deberán ser aprobados por el Senado donde el macrismo es minoría y el peronismo tradicional clara mayoría. Los ultra K son allí apenas un puñado. El verano deberá ser la estación para que Macri articule las alianzas que no hagan naufragar el proyecto con el cual sorprendió. Ese sería un lujo que no se podría permitir en la inauguración de su mandato.
El acuerdo en torno a aquellos constitucionalistas podría apuntalarse con la ampliación de cinco a siete del número de integrantes del máximo Tribunal. Se trata de otra carta bien guardada. Si todo eso ocurriera, retomaría la normalidad que pregonó en la campaña y aplicó en los días iniciales de su Gobierno. El decretazo pudo haber turbado ese estado de cosas.