El berrinche en medio del cual Cristina Kirchner está dejando la presidencia no alcanza a disimular que su salida del poder forma parte de un gran cambio de ciclo regional. Anteayer, el chavismo, con el que los Kirchner compartieron utopías mezcladas con negocios, perdió el control de la Asamblea Nacional. Y el miércoles de la semana pasada se abrió en Brasilia el proceso de juicio político contra Dilma Rousseff. El ascenso de Mauricio Macri integra ese contexto. Sobre todo si se analizan sus primeras definiciones de política exterior.

Las conversaciones que mantuvo en Brasil y Chile y las últimas declaraciones de Alfonso Prat-Gay y Susana Malcorra anuncian que las relaciones internacionales ocuparán un papel central en el relanzamiento de la economía. Y anticipan un nuevo juego comercial de la región.

Macri encontró a Rousseff sacudida por la tormenta. Eduardo Cunha, el presidente de la Cámara de Diputados, había aceptado 48 horas antes que se abra el proceso de impeachment contra ella, por haber violado la ley de presupuesto. El vicepresidente, Michel Temer, en vez de respaldarla, negocia con la oposición la formación de un nuevo gobierno encabezado por él mismo. La llegada de Macri fue un alivio. No sólo le daba un respiro en ese vendaval. Le permitía también corregir un error. La diplomacia brasileña había apostado sin reservas al triunfo de Daniel Scioli. Los líderes del PT enviaron asesores al candidato kirchnerista e impidieron que Dilma recibiera a Macri antes de triunfar, como habían recomendado los profesionales de Itamaraty. Esa estrategia, adoptada por consejo del asesor internacional de Rousseff, el bolivariano Marco Aurelio García, fracasó. Pero Macri fue piadoso. No hizo una sola alusión al desacierto.

La conversación se centró en resucitar la relación bilateral y, a partir de ella, el Mercosur. El primer problema es la coordinación política del bloque. Los brasileños estaban preocupados por la pretensión de Macri de pedir la suspensión de Venezuela por violar la cláusula democrática, una tesis que también defienden los opositores al PT. Sin embargo, cuando el presidente electo se vio con Rousseff la diferencia estaba saldada. El vicecanciller Sergio Danese, quien conoce la Argentina a la perfección, ya que entre 2001 y 2004 estuvo destinado en Buenos Aires, acordó con Malcorra, durante el viaje en auto del aeropuerto al Palacio del Planalto, que la posición sobre Venezuela se fijaría cuando se conociera la actitud de Nicolás Maduro frente a una derrota que, para ese momento, ya era previsible. Danese aclaró también que para Brasil había terminado la era de la incondicionalidad con el chavismo. Un dato relevante si el régimen de Caracas se vuelve, en la derrota, más autoritario. Los resultados electorales evitaron continuar la discusión. Malcorra declaró ayer que no se pedirán sanciones.

Las relaciones comerciales fueron el tema central del encuentro con Rousseff. Macri prometió abandonar la reticencia de Cristina Kirchner frente al acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Una forma de advertir que cualquier demora será en adelante responsabilidad de Europa, sobre todo de Francia e Irlanda, poco interesados en abrir su sector agroalimentario. De estos pliegues se hablará en las próximas horas con Valdis Dombroskis, el vicepresidente de la Comisión Europea, que asistirá a la jura de Macri.

También se analizaron las relaciones con China. Las empresas brasileñas siempre miraron con recelo el misterioso acuerdo que la señora de Kirchner firmó, a cambio de un salvataje monetario, con Xi Jinping. Temieron ser discriminadas sobre todo en obra pública. Macri analiza la revisión de ese contrato. Y es posible que la relación con China esté más coordinada con Brasil.

El tercer frente comercial que se discutió con Rousseff fue el de la Alianza del Pacífico. En el encuentro con Macri se fijó el objetivo de negociar con ese bloque hasta constituir un área de libre comercio para 2018 en toda la región. El abogado más entusiasta de ese proceso estaba en la reunión: es Armando Monteiro, ministro de Desarrollo brasileño.

Esta agenda será el eje principal de la gestión de Malcorra. Pero no hay que perder de vista a Marcos Peña. La política exterior es el área de gobierno que más le interesa. De hecho, ha sido hasta ahora el funcionario más influyente en la selección de embajadores.

Los opositores brasileños utilizaron los elogios a Macri como castigo contra Rousseff. Se notó en San Pablo: Paulo Skaf, el presidente de la Federación de Industriales, lo recibió como "nuestro presidente Macri". Una alegría comprensible. Había triunfado alguien del gremio. Y en sentido, porque Franco Macri ha tenido infinidad de negocios en Brasil. Además, la recuperación argentina puede compensar la pérdida de mercado que sufren muchas compañías brasileñas por la recesión local y el caso Petrobras.

Para Rousseff, la llegada de Macri a la presidencia es también beneficiosa. A pesar de compartir algunas ensoñaciones ideológicas, ella y Cristina Kirchner sumieron la relación bilateral en un letargo nunca visto. La reunión presidencial prevista por el ritual diplomático cada seis meses no se efectúa desde la primera mitad de 2013. Con Macri ese vínculo dará nuevas señales de vida. Para Rousseff sería indispensable. La política exterior, sobre todo comercial, podría proveerle la gota de oxígeno que le niega el drama interno.

Con Michelle Bachelet sucedió algo parecido. Su imagen positiva se ubica en un mezquino 26%. Y por primera vez su política exterior es motivo de censura. Una consecuencia de que la Corte de La Haya aceptara tratar el reclamo boliviano por la salida al mar.

Macri llegó a Santiago con dos ventajas. La primera, se interiorizó sobre la relación con Chile con el senador Andrés Allamand, un chileno que, siendo funcionario del BID, lo invitó en 1998 a participar de un seminario de "futuros líderes latinoamericanos". Allamand y Macri comieron juntos en Buenos Aires el 20 de noviembre. El segundo beneficio fue la compañía de Malcorra, quien se hizo amiga de Bachelet en Nueva York, cuando la presidenta encabezaba el programa Mujeres, de las Naciones Unidas.

En La Moneda se habló de la aproximación del Mercosur y la Alianza del Pacífico. El uruguayo Tabaré Vázquez, que había visitado esa casa por la mañana, regresó para participar del encuentro. Al terminar el día, Macri y su comitiva comieron con Bachelet; el canciller Heraldo Muñoz; el ministro secretario de Gobierno y ex embajador en Buenos Aires, Marcelo Díaz, y su sucesor, el embajador José Antonio Viera-Gallo. Hablaron de la extradición del guerrillero Galvarino Apablaza, acusado de un asesinato y un secuestro. A pesar de que la Corte argentina la aceptó, el kirchnerismo concedió a Apablaza la condición de asilado político. Macri prometió estudiar el caso.

El resto del intercambio se refirió a asuntos comerciales. Sobre todo a uno: el gas. Para Macri es crucial: las importaciones de energía, incentivadas por la catastrófica gestión de Julio De Vido, están en la raíz de la escasez de dólares. Asesorado por el futuro ministro Juan José Aranguren, Macri propuso utilizar los gasoductos procedentes de Chile -uno en Mendoza, dos en Salta-para transportar gas natural licuado desde el Pacífico. Se evitaría así sustituir la escasez estacional de ese producto con gasoil, que es más caro, para generar energía eléctrica. Macri sabe del tema: su socio Nicolás Caputo es accionista de Central Puerto.

La relación entre escasez de energía y crisis cambiaria está en el núcleo del relanzamiento económico de Macri. Por eso es relevante la conducción de YPF. En principio, continuaría Miguel Galuccio, quien debería, eso sí, despejar una gran incógnita: los términos de su contrato con la empresa, más enigmáticos que los del acuerdo con Chevron.

Hay un motivo hasta ahora no expresado por el cual la relación con Chile es importante. El gobierno de Macri aspira a que la Argentina ingrese a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Chile es el único miembro sudamericano de ese club. Los demás socios del continente son Canadá, Estados Unidos y México. La OCDE ejerce un control de calidad sobre las gestiones de sus socios similar al del Fondo Monetario. Pero menos controvertido. Y trabaja en conjunto con el G-20, al que la nueva administración considera clave en materia financiera. Semanas atrás Prat-Gay analizó con las autoridades chilenas esta integración.

A pesar de esa preferencia por la OCDE, Prat-Gay no descartó que se suscriba la revisión del Artículo IV de la carta del FMI. "No tenemos inconveniente frente a ninguna auditoría", suele decir, aunque no se ha contactado con el Fondo. El último país latinoamericano en realizar esa consulta fue el Ecuador de Rafael Correa.

En el frente diplomático-financiero la relación con los Estados Unidos es la más importante. Como suele bromear un diplomático de ese país, "a la Argentina le faltan dólares y, por lo general, donde hay dólares estamos nosotros". El contacto inicial de Prat-Gay con el secretario del Tesoro Jacob Lew abre ese camino. Es posible que el gobierno de Barack Obama no pueda dar una señal de apoyo más que indirecta en la negociación con los holdouts, que se reabre esta semana con la visita de Luis Caputo, el secretario de Finanzas, al mediador Daniel Pollak, en Nueva York. Pero el voto norteamericano es clave en el Banco Mundial y en el BID, cuyo presidente, Luis Alberto Moreno, visitará Buenos Aires el viernes de la semana que viene. Las reuniones con Moreno inaugurarán una era de deshielo.