Mauricio Macri empezó a levantar una muralla defensiva antes de asumir. Colocó tres pilares: el armado de la línea sucesoria en el Senado y en Diputados. Federico Pinedo estará debajo de la presidencia de Gabriela Michetti en la Cámara alta; Emilio Monzó sucederá a Julián Domínguez en el comando de la Cámara baja. También urdió un acuerdo con el Frente Renovador y el Peronismo Federal para las semanas iniciales de gestión en las cuales el presidente electo buscará desarmar trampas que como herencia dejó Cristina Fernández. En aquel interbloque peronista tallará Sergio Massa. El mandatario electo deberá apelar, con seguridad, a Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). Estará obligado a evitar el bloqueo que podría imponerle en ese aspecto la primera minoría, que continúa en manos del Frente para la Victoria.
Tantas prevenciones de Macri tienen explicación. En la última semana recibió notificaciones inconfundibles: Cristina está dispuesta a ejercer una oposición intransigente contra él. “Con el cuchillo entre los dientes”, según definió un veterano peronista. Habrá que ver cuánto le dura el impulso y qué acompañamiento recibe con el tiempo de parte del PJ. Sin las cadenas nacionales ni tanto repicar de los medios oficiales. El partido de Juan Perón asoma aún perturbado. Los efectos de la derrota cercana no pasaron. Tampoco la dependencia política y psicológica en que lo sumió el largo liderazgo de los Kirchner.
La Presidenta estuvo de mal talante en la cumbre con los gobernadores pejotistas. Su fastidio pudo haberse ahondado cuando se enteró de una ausencia. La única. El salteño Juan Manuel Urtubey ni se asomó por la Rosada. Criticó además la falta de colaboración de Cristina en la transición con Macri. Osó juntarse con el radical jujeño Gerardo Morales para trazar planes futuros entre ambas provincias. No fue una señal cualquiera: Jujuy representó estos años un templo para fieles kirchneristas cuyos oficios correspondieron a la piquetera Milagro Sala.
La Presidenta cargó en esa cita con algunos sinsabores por las suaves rebeliones oficiales en Diputados y el Senado. Alguna se repitió. Tampoco la semana pasada progresó el proyecto de creación de cinco organismos para la juventud, en los cuales Máximo Kirchner pensaba conchabar militantes. No habría tiempo para su aprobación antes de la despedida. Pudo haber ocurrido que el rostro presidencial crispado por aquellos antecedentes hayan inhibido las pretensiones de los gobernadores. La única prenda que obtuvieron, de todas las que se habían propuesto, fue marginar a Aníbal Fernández para ocupar próximamente la Auditoría General de la Nación (AGN).
Nadie sabe si ese constituyó un éxito real de los mandatarios o una acción cavilada de Cristina para terminar imponiendo al jefe de la AFIP, Ricardo Echegaray. ¿Podía suponer la Presidenta que la postulación del jefe de Gabinete prosperaría estando cada vez más envuelto en el escándalo del fútbol? Su problema no parece sólo el manejo de los fondos de Fútbol para Todos, que sustancia la jueza María Servini de Cubría. Lo empieza a salpicar también la investigación por corrupción en la FIFA. Sobre su mano derecha y ex titular de Quilmes, José Luis Meiszner, pesa desde el jueves un pedido de captura.
Las ínfulas de Cristina no quedaron circunscriptas a la AGN. Su dedo eligió al laboralista Héctor Recalde para presidir el bloque de diputados. Naufragaron las ambiciones de José Luis Gioja. El sanjuanino fue uno de los pioneros de la candidatura de Daniel Scioli. El gobernador de Buenos Aires se mantuvo mudo. La Presidenta logró otro par de cosas. El radical K, Gerardo Zamora, quedó como vicepresidente del Senado. Ningún peronista pudo colar allí. En la jefatura del bloque fue ratificado Miguel Pichetto. Un interlocutor leal a la dama. Otro intento pejotista se frustró: empinar al santafesino Omar Perotti, que debió consolarse con una de las vicepresidencias.
Cristina contó para su estrategia con un grupo de aliados clave. Aunque, objetivamente, de baja monta. La secundaron Jorge Capitanich, intendente electo de Resistencia y Sergio Urribarri, mandatario saliente de Entre Ríos. Semejante sumisión no estaría pasando ya inadvertida en estamentos peronistas. En especial, de Buenos Aires.
La mayoría de los intendentes oficiales que quedaron con vida política luego de octubre se encontraron a mitad de semana. Estuvieron incluso dos camporistas. Allí se empezó a plantear la necesidad de “deskirchnerizar” al PJ. Fernando Espinoza, de La Matanza, y Alejandro Granados, de Ezeiza, llevaron la voz cantante. Una primera decisión podría afectar al diputado Eduardo De Pedro como apoderado del PJ bonaerense. Quedó en ciernes otro debate: la posibilidad de que el FpV quede a futuro afuera de la estructura partidaria. Después del verano deberán renovarse las autoridades. ¿Qué hará Cristina?
El caso del gobernador bonaerense fue también motivo de inquietud de aquellos barones. Desarrolla una actividad frenética como si aún permaneciera en campaña. Busca el respaldo de ellos mismos para promover una imprecisa unidad pejotista. Confiesa que desea ser candidato a senador en las legislativas del 2017. Pero cumple a rajatablas las directivas de Cristina. Algo de esa conducta ambivalente no les cierra a los intendentes.
Scioli hasta saludó el DNU de Cristina que amplió a las 24 provincias el fallo de la Corte Suprema que dio la razón a Córdoba, Santa Fe y San Luis por la coparticipación mal liquidada desde el 2006. Una improvisación. El titular del máximo Tribunal, Ricardo Lorenzetti, aclaró que aquel DNU presidencial carecería de sustento jurídico. Habrá que ver si Macri lo pulveriza por su cuenta. O recurre a un mecanismo judicial. Lorenzetti aclaró además que el monto de la deuda con aquellas tres provincias ($ 6 mil millones) podría saldarse con la emisión de bonos. La jugada presidencial habría salido mal: no habrá mayor desfinancimiento del abundante que ya hay para el macrismo, ni la posibilidad de un conflicto potencial con la Corte.
Visto el comportamiento desagradable de Cristina, al macrismo lo habrían empezado a rondar algunos fantasmas. ¿Por qué motivo la Presidenta aceptó la continuidad de Lino Barañao como ministro de Ciencia y Técnica con Macri? ¿La habrá dejado el funcionario sin otra alternativa o estaría en elaboración, quizás, una bomba de tiempo? Los timbres de alarma sonaron cuando se conoció la renuncia del titular del Conicet, que depende de aquel ministerio. Roberto Salvarezza –de él se trata– elogió la continuidad de Barañao aunque dijo que el próximo Gobierno no garantiza el mantenimiento de las políticas científicas. Puso en duda que el Estado se ocupe de la soberanía tecnológica y de la autonomía científica. Casi palabras copiadas de Cristina.
Macri no estaría dispuesto a pasar nuevos sustos hasta que asuma el jueves. Bastante tiene con las sorpresas de Cristina. El presidente electo subrayó al presentar su Gabinete que, además de la gestión, había que ser eficiente en el modo de comunicar a la sociedad. No existe ningún parangón con el relato kirchnerista. Pero el macrismo ha sido puntilloso en ese terreno desde su amanecer en la política. El trabajo de ocho años en la Ciudad exhibió luces y sombras. Pero nunca fue escaso en orden, palabras y dinero. En esta transición, luego de ciertas turbulencias, habría reconquistado aquel orden. El encargado de reponerlo fue Marcos Peña, el jefe de Gabinete.
Los escozores sucedieron donde menos debían suceder. En el área económica, partida en seis por mandato de Macri. El ministro de Agricultura, Ricardo Buryaile, y el de Trabajo, Jorge Triaca, tuvieron opiniones sobre posibles medidas económicas (eliminación de retenciones) y salarios (discusiones paritarias), que fueron aprovechadas por el kirchnerismo para prolongar la campaña del miedo desatada en el último tramo electoral. Axel Kicillof, por ejemplo, se animó a responsabilizar al macrismo por el repunte inflacionario en diciembre. Scioli agitó los efectos de una hipotética devaluación.
La defensa pública llegó por el lado menos pensado. O no tanto. Hugo Moyano apuntó que la inflación y la devaluación competen al Gobierno de Cristina. El líder de los camioneros volvió a juntarse con Macri. El presidente electo lo necesita cerca ahora por dos razones. Las primeras decisiones económicas que alumbrarán después de la asunción y el inicio de las discusiones salariales previstas junto con los primeros pasos del Gobierno, alrededor de marzo. María Eugenia Vidal se está ocupando de la cuestión en Buenos Aires con los docentes. Sería un primer examen clave para su gobernabilidad.
También lo sería para el propio Macri. El Presidente electo ha conformado todos sus equipos para comenzar a gobernar. Hay en ellos tres rasgos distintivos: funcionarios que, en su mayoría, no provienen de los partidos tradicionales; una preponderancia de la tecnocracia; un corte etario que denuncia un claro recambio de generación. Sus promesas han sido hasta ahora generales y vacuas. Aunque siempre hizo hincapié en la eficiencia y la gestión. Una de las fallas más gruesas, sin dudas, del ciclo que se va.