El día anterior a esos comicios varias encuestas indicaban que alrededor del 65% creía que el próximo presidente sería Daniel Scioli. Hoy, el 55% cree que será Mauricio Macri. Macri nunca había contado con este capital imaginario. Es el principal problema para Scioli.
El kirchnerismo despertó ante ese giro de las probabilidades. Por primera vez
pensó en perder. Amenazado, apeló al método que le resulta más familiar en el
ejercicio del poder: la extorsión. Los gobernadores e intendentes siempre
supieron que si retaceaban su lealtad, perderían los fondos que les envía la
Nación. Los jueces debieron resignarse a ser vapuleados por la ex SIDE:
cualquier disidencia sería sancionada con un video o una grabación
inconveniente. Muchos se convirtieron en engranajes de ese mecanismo. Los
políticos opositores o los periodistas independientes debieron atenerse a que su
conducta derivara en una patraña judicial, un escrache o un asalto callejero.
Para los medios hubo también otro rebenque, es decir, la asignación caprichosa
de la publicidad del Estado.
A través de estos procedimientos, los Kirchner cometieron el mayor agravio infligido a la democracia desde 1983: hicieron que volviera el miedo. El miedo fue para ellos un arma central en la conquista del poder. No debe sorprender, por lo tanto, que decidan sembrar miedo ante la posibilidad de perder el poder. La campaña de Scioli apela a ese artificio: quien se niegue a votarme se arriesga a pasar hambre.
Desde 2003 Scioli apeló al marketing para diferenciarse del estilo de los
Kirchner. Llama la atención que haya renunciado a ese objetivo en el tramo final
de la carrera. Tal vez esté ocurriendo lo que es lógico. La inminencia de un
derrumbe vuelve insostenible la ficción. El miedo que se pretende inducir en el
otro es el propio miedo. Frente al límite, Scioli regresa a la lengua de su
grupo. El grupo que lo hizo vicepresidente, dos veces gobernador, candidato
testimonial a diputado y jefe del partido.
La gran incógnita de esta identificación estructural de Scioli con los Kirchner es si atraerá a los simpatizantes de Sergio Massa. Son el fiel de la balanza. Para atraerlos, Scioli apela a otra simbiosis. Les dice: "Yo soy Massa". Como no hay tiempo para sutilezas, el equipo oficialista elaboró un video donde se ve a Massa formulando algunas propuestas y, enseguida, a Scioli repitiéndolas. Un homenaje inesperado al memorable Zelig.
Para facilitar el camuflaje, Scioli dio un paso autodestructivo e intentó que
Massa lo perdone por la irrupción de un espía de la Prefectura en su domicilio,
durante la campaña de 2013. No esperó a que el agraviado regresara de sus breves
vacaciones en Brasil. Le dejó varios mensajes en el teléfono y, cuando consiguió
que lo atendiera, intentó arrancarle la disculpa. Massa le dijo que lo
consideraría después del ballottage. Pero Scioli necesitaba un título para los
portales de ese día.
La ansiedad del gobernador llegó a extremos nunca vistos: cuando desembarca del avión particular en San Fernando se hace llevar hasta La Ñata en un helicóptero de la provincia. Pasar 20 minutos dentro de un auto se le ha vuelto insoportable. Otro tema que tendrá que hablar con Massa si pierde el ballottage, pues el helipuerto de esa chacra carece de habilitación municipal. Scioli es uno de esos argentinos que perderían muchos beneficios si ganara Macri.
Es curioso que James Carville o João Santana no hayan advertido al candidato que la jugada hacia Massa es muy riesgosa. No sólo porque se incriminó con aquella maniobra repudiable, para muchos -salvo para sus víctimas- ya olvidada. Desnudó un oportunismo que quizá consiga irritar a Massa hasta hacerlo intervenir en la contienda. Anteayer, frente a un grupo de amigos, Massa se desahogó: "Que no me usen, porque si veo un final incierto, aconsejaré votar por Macri".
Massa se comunica con Macri a diario. Y frecuenta a Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli y Marcos Peña. Pero su alineamiento está dictado por la geografía. Muchos de sus aliados del interior, como el vicegobernador electo de Jujuy, Carlos Halquim, o el radical santacruceño Eduardo Costa, están alineados con Macri. Aunque el interés estratégico de Massa, el que condiciona cualquier negociación, es la provincia de Buenos Aires, que ahora tiene un nuevo líder.
La victoria de María Eugenia Vidal sobre Aníbal Fernández ha cambiado la dinámica general de la política. Una de sus consecuencias es que encierra a Vidal y a Massa en un dilema. El eventual triunfo de Fernández hacía especular que Massa sería un aliado del macrismo en Buenos Aires. Tal vez su candidato a senador en 2017. Esa hipótesis ya no funciona. Dentro de dos años, Vidal deberá ganar la provincia para su propia fuerza. Se abre, entonces, una incógnita: ¿Cambiemos privilegiará la relación con Massa, alimentando a quien será su competidor?
Con Massa, Vidal puede componer una mayoría en la Legislatura bonaerense. A cambio de gobernabilidad, el líder del Frente Renovador se convertiría en la oposición de su majestad, con posiciones en el Banco Provincia, el Instituto Previsional, IOMA. Massa puede reclamar para su fuerza la vicepresidencia de la Cámara y, desde allí, convertirse en el restaurador del peronismo provincial. Del propio y del que quedaría sin destino si se produjera una derrota kirchnerista.
Vidal no puede decidir si quiere pactar con un rival. O si prefiere ser la rescatista de legisladores e intendentes que podrían quedar desamparados. Antes debe saber si el 22 gana o pierde Scioli. La segunda opción la podría acercar a Horacio González, el presidente de la Cámara de Diputados bonaerense. El trato tiene riesgos. El miedo a fortalecer a Massa puede asociar a Vidal con aquello que, se creía, venía a desplazar.
Vidal ejerce, como gobernadora consagrada, un papel peculiar. Anticipa qué novedades pueden esperarse de un triunfo de Cambiemos en el ballottage. Mientras el dilema Massa espera solución, ella dio vuelta un naipe importantísimo: nominó en Seguridad a Cristian Ritondo. Si los antecedentes tienen algo de predictivo, Ritondo garantiza una conducción convencional de la bonaerense. Fue viceministro del Interior con Eduardo Duhalde. Su designación es clave. La policía de Hugo Matzkin es, junto con la publicidad, el instrumento principal de la política de Scioli. Sobre todo, de su campaña electoral.
El juego
Vidal debe decidirse ante un tercer nudo gordiano: el juego. Su llegada arruinó los planes de Cristóbal López. Pero entusiasmó a Daniel Angelici, álter ego de Macri en Boca y concesionario de bingos en la provincia. Angelici es socio de Daniel Mautone, a quien Aníbal Fernández atribuye haber financiado a Martín Lanatta, quien lo identificó como "la Morsa". Angelici tal vez deba moderarse. El episcopado católico se ha propuesto lanzar una campaña contra el juego. Y, como se sabe, Vidal llega al gobierno atada a una alianza con la Iglesia.
Para López ese triunfo significó una frustración inimaginable. En su condición de jerarca kirchnerista, ya había ofrecido la conducción de la Lotería provincial a su funcionario predilecto, Carlos Gallo. La promesa fracasó. Habrá que ver si se cumple la segunda: López aseguró a Jorge Rodríguez la Lotería Nacional, si gana Scioli. Rodríguez conduce esa dependencia en la provincia. Lo llaman "Piedrita". Raro en alguien que trabaja con la suerte.
A propósito de la suerte, ¿Cristóbal no debería consultar a una adivina? No pudo quedarse con los bingos de Codere, que logró evitar la quiebra. Los dueños de la empresa contrataron como lobbista a un íntimo de Scioli. Y financiaron, a través del alegante Lautaro Mauro -célebre por el escándalo Ciccone- varios partidos de futsal.
A López le fue mal en Chubut. Su candidato Martín Buzzi perdió frente a Mario Das Neves. Es su provincia. Allí libra una peligrosísima batalla con Carlos Bulgheroni, que ganó. En Pilar, el hijo de su socio, Federico Achával, quedó desalojado del poder: es el secretario de Gobierno del derrotado Humberto Zuccaro.
En la ciudad de Buenos Aires López corre el mayor riesgo. Macri bloqueó una licitación de bingos que él había promovido desde Lotería. Y suspendió el convenio por el casino de Palermo. Si Macri gana el ballottage, los peligros para el amigo de la Presidenta son mayores. Podrían revocarle la concesión de esa megasala de juegos, extendida por Néstor Kirchner hasta 2032. Y obligarlo a pagar Ingresos Brutos. Frente a estos infortunios, López intentó negociar con Macri, como informó ayer LA NACION. Según todas las versiones, la conversación terminó pésimo.
En el derrumbe, Cristóbal se ha vuelto peligroso hasta para sus amigos. Con tal de cobrar algunas facturas muy controvertidas de su empresa La Corte, lanzó un ataque inesperado contra Scioli. Amenazó con denunciar irregularidades en el fideicomiso inmobiliario Estrella del Sur, un escándalo que alcanzaría a Nicolás Scioli, el hermano menor del candidato.
López puede arrastrar también a Marcelo Tinelli, su aliado en la producción televisiva y en la conducción de San Lorenzo. Detrás de la candidatura del showman a la AFA asoma el meganegocio de las apuestas deportivas. Como Cristóbal, Tinelli también se equivocó al calcular los resultados de la primera vuelta. Ofreció a Scioli su ShowMatch como cierre de campaña. Y agregó así dos obstáculos en su carrera hacia la AFA: Mauricio Macri y Sergio Massa.