La tensión en el oficialismo alcanza temperatura de ebullición. Se cruzan
culpas por la derrota en la Provincia y por el achicamiento dramático de la
ventaja con que Daniel Scioli va al balotaje contra Mauricio Macri. Se debate
sobre cuánto influyó en el mal resultado la imposibilidad personal y política de
Scioli de diferenciarse de Cristina y el kirchnerismo duro. Y se discute, con
más intensidad todavía, sobre la necesidad de cambiar el discurso para mantener
la ilusión de ganar. En este contexto explosivo, Carlos Zannini plantó ayer una
advertencia que altos dirigentes sciolistas tomaron como una amenaza. El
candidato a vice le habría dicho a Scioli que si cambia el discurso, alejándose
del relato kirchnerista, él estaba dispuesto a renunciar a su candidatura y
abandonar la fórmula.
Sucedió, según relataron fuentes del peronismo bonaerense, minutos antes de
que la comitiva oficial emprendiera vuelo a Tucumán. Allí la fórmula, junto al
jefe de Gabinete Aníbal Fernández y diez gobernadores justicialistas, acompañó
la asunción de Juan Manzur como nuevo mandatario tucumano.
¿Qué efecto produjo la dura advertencia del vigía que Cristina le puso a
Scioli en la fórmula? Es dificil determinarlo todavía. Por naturaleza, Scioli
minimiza o niega los conflictos. Zannini, al llegar a Tucumán, recitó el libreto
del buen político: dijo “vamos a ganar por 4 ó 5 puntos” el balotaje. Pero está
claro que ningún candidato sobrevive electoralmente a la hecatombe de su
fórmula. Ese es el abismo que Zannini le mostró a Scioli tratando de mantenerlo
alineado.
La sujeción de Scioli a Cristina es una clave que ayuda a explicar el
terremoto que atraviesa el escenario electoral del país. La sociedad venía
alentando una corriente de cambio, que se empezó a expresar en las PASO de
agosto, donde 60% de los votos fueron para candidatos opositores. Ante eso, las
promesas de diferenciación y recorte de un fuerte perfil propio, que la gente de
Scioli anunció a lo largo de la campaña, quedaron en gestos insuficientes que no
fueron registrados por sectores amplios del electorado.
Scioli cosechó hasta acá los votos puros y duros del kirchnerismo. No
alcanzaron para ganar porque hace rato dejaron de ser mayoría. Y si no junta
porciones considerables de apoyos fuera del universo oficialista, corre el
riesgo de terminar todavía peor en el balotaje. El tramo final de su campaña
arrancó empantanado en los conflictos internos. Y resulta difícil convocar al
público que ya votó otras opciones, si detrás del candidato campea una
escenografía de agrias disputas y rencores mal disimulados.
Hay allí odios macerados largo tiempo entre los que convivieron bajo la
sombra dominante del kirchnerismo. Hoy esa sombra se esfuma cada día un poco
más. La intemperie política puede ser la próxima estación en este viaje
descendente. Para algunos también podría ser intemperie judicial.
Algo abrumadas por la situación, fuentes cercanas a Scioli reconocen el
estado de convulsión que reina en la campaña. No es para menos.
Cristina dejó correr sin freno las expresiones desangeladas de los
integrantes de Carta Abierta contra Scioli, su campaña, su discurso, sus formas
de hacer política y sus gustos culturales. Son la expresión del kirchnerismo no
peronista, el que más cerradamente defiende la pureza del relato porque no tiene
otro diseño de futuro político, como en cambio sí lo tiene el peronismo que
hasta acá es kirchnerista. Desde el entorno de Scioli cruzaron con dureza
desacostumbrada esas expresiones.
También fue sugestivo que se alentara, en Internet y las redes sociales, la
dispersión del rumor sobre que Scioli renunciaría a su candidatura. La intención
sería cargar sobre el candidato todo el peso de la dificultad que afronta el
oficialismo para retener el poder. Al mismo tiempo, salvar cualquier
responsabilidad de Cristina, para permitirle una retirada envuelta en trompetas
de gloria. Como si además de los errores y las insuficiencias de Scioli no
fueran ella misma, su gobierno, sus políticas, sus derrotados paladines de La
Cámpora, parte sustancial de la contrariedad política y electoral actual.
Desde afuera se puede ver como un espectáculo divertido, pero políticamente es un desastre. “Esto es un hormiguero zapateado”, grafica un dirigente con acceso al comando de campaña de Scioli. Y revela que además de los cruces públicos y privados entre kirchneristas y sciolistas, hay discusiones duras al interior del sciolismo.
Se producen entre los que vinieron propiciando un cambio de discurso y los
que –hoy ganadores de la pulseada– proponen mantener el alineamiento hasta el
final.
Expresiones de ese debate entre seguir atados o despegarse de Cristina
llegaron a plantearse en la cara del propio Scioli, en reuniones con sus equipos
de trabajo y con posibles ministros de un eventual gobierno suyo. En todos los
casos el candidato reclamó disciplina, trabajo cohesionado y confianza en que él
sabría cómo llevar las cosas a buen puerto.
Uno de los problemas de Scioli –si se quiere también de Macri– es que la
decisión sobre quién será el futuro presidente ya no depende de quiénes los han
votado hasta ahora. Los que definirán, obligados a elegir entre uno y otro,
serán básicamente los 5.200.000 votantes de Sergio Massa y, en menor medida, los
casi 1.900.000 ciudadanos que eligieron a Nicolás Del Caño, Margarita Stolbizer
y Adolfo Rodríguez Saá. Es tanta la discordia oficialista, que ni siquiera hay
una postura común frente a esta realidad que no requiere demasiada sutileza para
ser entendida.
Scioli ya intentó hablarles a los votantes de esos cuatro candidatos; pero
sobre todo le mandó mensajes a Massa y dejó trascender la posibilidad de
acuerdos políticos que se reflejarían en cargos de un futuro gobierno. Zannini,
en cambio, trató con desdén a Massa: “Salió tercero, poco puede importar lo que
diga”, declaró ayer.
Por cierto, Massa no había contemplado los requiebros de Scioli. Desde el día
después de la elección empezó a emitir señales en el sentido de apoyar la
corriente de cambio y rechazo a la continuidad que se expresó en la votación. El
miércoles llegó a decir “no quiero que gane Scioli”.
Quizás Scioli pensaba insistir con su seducción, o con la de los dirigentes y
votantes peronistas que están con Massa. No hay espacio de pelea que se pueda
resignar en las actuales condiciones. El destrato de Zannini hacia Massa no
facilita el intento.
En el peronismo, con más resignación que grandeza, los gobernadores y los
intendentes que ganaron y salvaron la ropa se proponen “ayudar a Scioli”.
Algunos todavía creen que la elección se puede ganar.
“Los de adentro no se dan cuenta de lo que está pasando y los kirchneristas
le están tirando ácido en la herida”, graficaba ayer un intendente bonaerense
victorioso que, como sus compañeros, apuesta a salvar todo lo que se pueda del
peronismo si el naufragio es inevitable.
“Todavía se pueden dar señales que la sociedad perciba”, decía junto a otro
colega triunfante. “Scioli tiene que decir cosas, mostrar que es el jefe, pedir
renuncias”, se entusiasmaban brevemente.
No sabían de la advertencia severa de Zannini a Scioli si se atreve a cambiar
el discurso. Ni habían escuchado aún los discursos de anoche de Cristina en la
Casa Rosada, en su primera aparición después de las elecciones, para recordarnos
que a ella la eligieron dos veces presidente con el 45% y el 54% de los votos.
Le refregó a Scioli cuatro veces ese recuerdo.
La Presidenta, con generosidad desacostumbrada, también felicitó a María
Eugenia Vidal por su triunfo en la Provincia y a su esposo, Ramiro Tagliaferro,
que alcanzó la intendencia de Morón. Entre los asistentes aplaudieron,
disciplinados, los derrotados en esas pulseadas electorales: Aníbal Fernández y
Martín Sabbatella.
Eso fue antes de que dedicara largos, apasionados, sustanciosos párrafos de
su mensaje, a la defensa sin fisuras de todo lo hecho en estos doce años
kirchneristas.
En su reaparición, con aire de despedida, Cristina dejó claro que se quiere ir entera. Para ella todos los demás son de afuera. Y los de afuera son de palo.