Sin el kirchnerismo no hubiera llegado nunca adonde llegó, pero con esa carga política ahora le es cada vez más difícil escalar hasta la última cima de la política: la Presidencia de la Nación. El combate interno de Scioli es necesariamente doloroso. Para ganarle a Mauricio Macri en el ballottage de noviembre debería empezar a romper con el cristinismo de manera clara y concreta. No puede. O debería él denunciar a los kirchneristas que lo están desgastando (desde La Cámpora hasta Aníbal Fernández). Tampoco puede. Hay algo en la personalidad de Scioli que le impide la pelea cuerpo a cuerpo. Es el aspecto que la sociedad siempre valoró en él, pero es también el sesgo personal que ahora le fija un duro límite a su ambición presidencial.

Scioli y el sciolismo han vivido en las últimas horas esos momentos que un candidato debe evitar siempre: la decepción, el derrumbe de las expectativas, la falta de ilusión. Esa caída del espíritu se explica, tal vez, en el convencimiento previo de que ganaría en primera vuelta o que, aun obligado a la segunda ronda, la diferencia sería tan grande que el ballottage se convertiría en un mero trámite. Nada de eso sucedió y, para peor, su competidor Macri se ha convertido en una especie de estrella de rock para vastos sectores sociales, incluidos empresarios, mercados bursátiles, dirigentes políticos opositores y periodistas. Es probable que la espuma exitosa del macrismo baje a su justa medida antes del 22 de noviembre, pero nunca será suficiente si Scioli no logra hacer subir su propia espuma.

Scioli está preocupado. No se necesitan más pruebas que sus propias decisiones. El candidato que se dio el lujo de no asistir al único debate que hubo antes de la primera vuelta aceptó en 48 horas no uno sino dos debates con Macri previos al ballottage. El sciolismo explicó aquella ausencia en el primer debate sosteniendo que el que va ganando no debate nunca. Es un pésimo argumento elaborado y difundido sólo por la política argentina. ¿Cómo explicar la predisposición de ahora a debatir, propuesta por el propio Scioli, si no como la aceptación de que no está ganando o de que, al menos, están en igualdad de condiciones con Macri?

No se equivoca; Macri está más cerca de llegar que él. Es el turno de Scioli de cambiar ese rumbo. Los casi 16 puntos que le faltan a Macri para llegar al 50 por ciento de los votos no son fáciles, pero son mucho más accesibles para él que para Scioli, que necesita sumar cerca de 15 puntos adicionales para alcanzar la mitad más uno de los votos. Casi un 65 por ciento de la sociedad votó por alternativas opositoras al kirchnerismo, desde Macri hasta Sergio Massa, pasando por Margarita Stolbizer, Rodríguez Saá y la izquierda. Macri puede pescar en ese océano; Scioli precisa romper con la continuidad para seducir a tantos opositores.

Extrañamente, Scioli reaccionó enojado ante los números esquivos. Es extraño porque Scioli no se enoja nunca. En la noche del domingo dijo un discurso de rabia contenida y no cambió en la conferencia de prensa del lunes. Es, quizás, la consecuencia de otro rasgo de su personalidad. Scioli no posa ni finge cuando habla de "fe y optimismo". Es realmente un hombre optimista que tiene fe. Por eso, sus reacciones se complican seriamente cuando suceden la frustración de las expectativas, la refutación de la fe o el vacío del optimismo. Lo confunden, fundamentalmente. Para peor, ni siquiera pudo despegarse después del domingo de su compañero tan poco atractivo, Carlos Zannini, con una cara más dispuesta a espantar votos que a seducirlos. Lo tuvo siempre a su lado, como un gendarme de la ortodoxia cristinista. Tal vez ni siquiera se propuso ser eso, pero se pareció demasiado a un comisario político.

Scioli (o el sciolismo, quién lo sabe) cree que Aníbal Fernández es el principal mariscal de una derrota ya consumada (la de la provincia de Buenos Aires) y un general destacado en el retroceso del oficialismo a nivel nacional. Aníbal cree, al revés, que Scioli trabajó para su fracaso. Es no conocerlo a Scioli. Nunca se metería en una riesgosa maraña de intrigas. Lo cierto es que Aníbal está más dispuesto a cavar la fosa de Scioli que a ayudarlo. Basta con escucharlo o leerlo. La Cámpora se expresa a través de Máximo Kirchner (¿también Cristina?) y del hijo presidencial no salió una sola palabra de elogio al candidato de su partido. Máximo se ocupó de criticarlo a Macri, que es como hacer una campaña a favor de Macri. El estilo Kirchner es lo que también provocó la marea de votos en contra del oficialismo. No fue sólo Scioli el culpable (ni siquiera el más importante) del retroceso electoral del partido gobernante.

Scioli puede contar casi con una certeza: la alianza de Massa con José Manuel de la Sota terminará jugando para Macri. Es cierto que Massa tiene entre sus dirigentes a algunos muy refractarios a caminar por esa vía. Roberto Lavagna, por ejemplo, es un antiguo crítico del macrismo y de Macri. No quiere saber nada con acercarse al líder de Cambiemos. Pero influye más la franja liderada por De la Sota, que propone un acuerdo programático con el macrismo sin integrar un eventual gobierno de Macri. De la Sota sostiene que los legisladores de Cambiemos y de la alianza UNA serían mayoría en el Congreso si votaran juntos. "Hay que seguir a la sociedad que votó por un cambio y recuperar las instituciones que destruyó el kirchnerismo", se despachó el gobernador de Córdoba. Massa no descarta un gobierno de coalición con Macri. De la Sota tiene otro proyecto: liderar la renovación del peronismo una vez que Cristina y Scioli se hayan ido a su casa. "Construir el peronismo republicano", precisa De la Sota. Y esto no se puede hacer participando de un gobierno no peronista. Massa conjetura sobre el mismo proyecto, pero no le cierra la puerta, por ahora, a ninguna alternativa, salvo la de un acuerdo con Scioli.

Massa tiene con Scioli una cuestión personal. Nunca le perdonará el asalto a su casa en Tigre en 2013, que fue una operación de desestabilización de Massa por parte del oficialismo, cuyos autores fueron condenados. Y Massa tampoco olvidará nunca que Scioli abandonó una alianza con él y Macri, en 2013 también, 24 horas antes de un anuncio que fue abortado por el gobernador bonaerense. La operación del hurto en la casa de Massa no fue culpa de Scioli. Estaban en juego proyectos más importantes. Cristina se jugaba su re-reelección, que la perdió cuando ganó Massa. La deserción de Scioli de una alianza opositora a Cristina fue, sí, obra de Scioli. Fue algo más que una decisión política; apareció en Scioli ese límite infranqueable que le impide tomar distancia de Cristina. El mismo límite que lo frena ahora, cuando esa distancia podría significar la única posibilidad de salvarse de una derrota definitiva.