Macri confió en que, como le había prometido Jaime Durán Barba, al día siguiente de esas internas el caudal de Massa comenzaría a diluirse en una polarización entre el primero y Scioli. Tampoco sucedió. Massa aún retiene a sus votantes. Aunque tampoco consiguió lo que pretendía: ascender hasta el segundo lugar y, superando a Macri, transformarse en el challenger de un ballottage. La mejora en la imagen de Massa no se trasladó a la intención de voto.
El experimento electoral de este año está condicionado por factores inusuales. Por lo tanto, sus efectos son poco conocidos. La primera rareza son las primarias abiertas. Un lugar común las presentó como la encuesta perfecta. Lo fueron. Pero fueron más que eso. Fueron elecciones oficiales. De modo que, además de reflejar con nitidez las preferencias de los votantes, establecieron entre éstos y los candidatos un vínculo más firme que el de un mero sondeo de opinión.
Es posible que quien salió de su casa un domingo, en muchos casos soportó la lluvia, esperó delante de la urna, seleccionó la boleta y votó, se haya ligado a su favorito mucho más que si hubiera opinado a favor de él en una encuesta. Esta fidelización podría explicar por qué la imagen del 9 de agosto, al cabo de dos meses, sigue fija. Las primarias, en vez de desencadenar una polarización, quizás la demoraron.
Esta peculiaridad tiene para Macri su pro y su contra. Lo perjudica porque, al no derrumbarse Massa, se le vuelve más dificultoso sacar 33 o 34% y forzar así la segunda vuelta. Pero también lo beneficia. Macri salió segundo en una elección, no en una encuesta. Por lo tanto, quedó casi oficializado como tal. Desde el punto de vista de las expectativas, Macri no está segundo. Es segundo. Por eso a Massa le cuesta salir de su rol de tercero. No se derrumba, pero tampoco avanza. Su diferencia con Macri quedó congelada en 3 o 6 puntos, según la investigación que se consulte.
La otra novedad de esta elección es que por primera vez se vuelve operativa la cláusula constitucional del ballottage. La ecuación es tan excéntrica que para explicarla hace falta un Power Point. Mucho más difícil resulta que los votantes entiendan la dinámica política que entraña.
En esta dificultad está Macri. Él debe achicar la diferencia con Scioli a menos de 10 puntos. Pero choca contra el límite de Massa, que no se desmoronó. Al revés: desde su 20%, se propone reemplazarlo en el segundo lugar. Por eso Massa desafía a Macri a un debate y promete, en un ballottage, ser un verdugo más eficiente frente a Scioli.
Sin manual
Macri presta una colaboración inesperada a esta estrategia de Massa: polemiza con él. En todos los laboratorios académicos está probado que, cuando el segundo cae en la tentación de discutir con el tercero, el primero avanza con mayor velocidad. Este desacierto de Macri se potencia por un segundo error: decidió no criticar a Scioli. El ballottage fue inventado no para promover sino para evitar la llegada de alguien al poder. En su lógica está implícita la demonización del primero, que es la forma elemental de provocar la polarización.
Macri ha evitado esa confrontación. Al contrario, hasta hace poco decía que Scioli era un amigo personal. El argumento es que, como Scioli tiene una imagen aceptable, quien lo ataca termina dañándose a sí mismo. "En las encuestas cualitativas la gente ve a Scioli como un conejito y a Mauricio como un león bueno: imagínese qué mal caería ver a un león atacando a un conejito", solía adoctrinar Durán Barba a sus discípulos. La explicación es una autocrítica. Denuncia que en los últimos doce años la oposición nunca imaginó la posibilidad de, algún día, tener que enfrentar a Scioli. Y eso que no hacía falta mucha imaginación: bastaba leer los diarios o mirar televisión.
Ya que Macri es un león herbívoro, el equipo de Cambiemos encargó la tarea a la leona: Elisa Carrió entró en escena para denunciar que el aparente conejito Scioli es, en realidad, el narcotráfico. Un salto un poco abrupto para quienes sufren de vértigo.
Hay dos dirigentes del oficialismo dispuestos a colaborar con Macri y con Carrió para que se polarice el último tramo de campaña. Son Aníbal Fernández y Cristina Kirchner. El jefe de Gabinete es un activo tóxico para Scioli. Los encuestadores descubrieron que cuando se consulta a los bonaerenses por la dupla presidente/gobernador la diferencia entre Scioli y Macri se reduce de 12 a 6 puntos. Por si faltaba algo, Aníbal Fernández amenaza con protagonizar otros escándalos. Como reveló Francisco Olivera, existen indicios muy convincentes de que envió a dos personas de su máxima confianza a negociar con los condenados por el triple crimen de General Rodríguez, entre ellos Martín Lanatta, que lo involucró en el tráfico de efedrina y lo identificó como "la Morsa". Los emisarios fueron el abogado Antonio Sorivaret, que comparte con Fernández la amistad y la verborragia, y Mirtha González, militante del PJ de Quilmes. La reunión se habría producido el 22 de agosto. Durante su transcurso Sorivaret habría sugerido a Lanatta que atribuyera sus anteriores acusaciones a que se las había pagado Julián Domínguez. En el Gobierno temen que la conversación haya sido filmada. Carrió pidió ayer a la jueza María Servini de Cubría que investigue esta información.
Scioli ve en Fernández un problema de largo plazo. Por eso uno de sus recursos para armar el gabinete es limitar al eventual gobernador. Domínguez (Producción), Diego Bossio (Infraestructura), Fernando Espinoza (Municipios) no toleran a Fernández. Uno de los cometidos que tendrán, si llegan al poder, es impedir que teja una urdimbre propia.
La campaña bonaerense de Macri contemplaba explotar este problema enfocando a Aníbal Fernández como la figura principal del oficialismo. El plan fue interrumpido por la denuncia contra Fernando Niembro, que sumergió en el estupor a María Eugenia Vidal. En el entorno de Scioli admiten que el ataque fue una venganza. Al parecer el gobernador se indignó cuando vio que los activistas de Macri en las redes sociales divulgaban una foto suya fumando un puro, junto a una aburridísima Karina Rabolini, en el hotel Cala di Volpe, durante las inundaciones. La escena era falsa: aparecía Giorgio Nocella, un amigo de Scioli que murió en abril de 2011. Lo curioso es que Nocella era íntimo de Macri y de su padre. La respuesta de Scioli fue clarísima. Niembro puede asegurar que los conejos también muerden.
Más allá de la zoología, es un misterio cómo influirá la mala imagen de Fernández en el destino de su candidato a presidente. Tal vez ya causó todo el daño posible. La performance de Scioli en su propia provincia es muy mediocre: no supera el 38% de intención de voto. Su carrera depende, por lo tanto, del caudal que llegue del Norte. Por eso los opositores temen que, atemorizados por la ansiedad del bonaerense, los gobernadores peronistas "se vean en la obligación moral de hacer fraude", como suele bromear un caudillo radical de Parque Patricios.
Sobre Scioli pesa otro fantasma, además de Fernández: la Presidenta. En julio los asesores del candidato prometían: "Terminan las internas y Daniel sale del clóset". Querían decir que se separaría del kirchnerismo. Ocurrió lo contrario: Scioli jugueteó durante una década con que él era "otra cosa" y en el momento de pedir el voto decidió mimetizarse con la Presidenta. En los estudios cualitativos ya no aparece como un infiltrado de la oposición en el oficialismo. Lo ven como uno más de una cúpula en la que conviven la señora de Kirchner, los gobernadores, Aníbal Fernández y La Cámpora.
Los ensayos de diferenciación fueron contraproducentes, como quedó demostrado con la misión de Juan Manuel Urtubey a Nueva York: visitó a banqueros; se entrevistó, gracias a una gestión de Susan Segal, con los holdouts; criticó el cepo, la inflación y la política energética, y anunció el regreso al endeudamiento con el sistema financiero. Todavía no había regresado y el Gobierno ya lo había desmentido. Scioli, obediente, guardó silencio.
Cristina Kirchner no está dispuesta a ceder la orientación de la campaña. Es posible que hoy utilice de nuevo la cadena nacional para hacer nuevos anuncios para Santa Cruz. La intranquilidad está justificada. Allí debuta Máximo Kirchner. "Mi Gordo", diría ella. Y lo hace en condiciones preocupantes: el gobernador Daniel Peralta se desfonda en todas las encuestas. ¿Adónde irán sus votos? ¿A Alicia Kirchner o a Osvaldo Pérez, el candidato a gobernador de Sergio Massa, que integra el lema del radical Eduardo Costa? Scioli desea el triunfo de Costa. Pero no puede pedir que la Presidenta se modere. En Santa Cruz están en juego Máximo y Alicia Kirchner. Y Scioli sabe que, a pesar de la retórica, el kirchnerismo ha sido un proyecto familiar.