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José Alperovich sabía poco de peronismo hasta que descubrió la escuela de los Kirchner. Ese antiguo radical se convirtió después en un alumno perfecto, capaz incluso de superar a sus maestros. El Estado ya no fue para él sólo el instrumento de un gobierno o de un partido (lo que tan bien hace el kirchnerismo para desgracia de la democracia), sino el servidor fiel de un capricho personal. Todo en Tucumán se mueve entre sus manos. Dividió a la sociedad entre amigos y enemigos, fracturó la política, aumentó satelitalmente la fortuna familiar, degradó o vapuleó a la Justicia y alentó el método fascista de escraches a disidentes y críticos, incluidos los jueces.

Ese tren de acumular poder con voracidad duró hasta que a Alperovich, como a Cristina, se le terminó el tiempo constitucional. Ahora, en el otoño de su gloria, el único lujo que no se puede dar es el de entregarle el poder a un opositor. Decidió que su delfín (y posiblemente su único hombre de confianza), Juan Manzur, debía ganar las elecciones por los votos o por el fraude. O por las dos cosas. Tomó entonces todas las experiencias de fraude que había en el país y las aplicó en su tumultuosa provincia. Las preguntas que tienen en vilo a la Justicia, a la política, a los empresarios y a los sindicalistas son dramáticas: ¿los maestros no podrían terminar como el alumno? ¿Por qué no, si Alperovich no hizo más que copiar a los Kirchner? ¿O es que, acaso, el caudillo tucumano copió mal?

Manzur no fue el arquitecto de ningún fraude, como no lo fue Daniel Scioli en las primarias nacionales. Ellos son sólo herederos consentidos de un poder todavía sólido, arbitrario y mandón. Es razonable, entonces, que ambos se preocupen por las consecuencias que podrían tener los desvaríos de ahora para eventuales gobiernos suyos. Las cosas serían mucho más fáciles si el conflicto se encerrara en el Macondo de Alperovich. No es así. El mismo día que una Cámara de Tucumán anuló los comicios de esa provincia, la Cámara Nacional Electoral tomó otra decisión inédita. Dio no menos de 20 instrucciones para asegurar la limpieza y la rapidez de las elecciones presidenciales de octubre. Guardando el debido sentido de las proporciones, los dos tribunales hicieron cosas que nunca habían hecho.

Dos semanas antes, una noticia pasó inadvertida. Una presencia sorprendió en la primera reunión que tuvo la Cámara Nacional Electoral con los apoderados de todos los partidos. Entre los tres jueces de ese tribunal apareció, para sorpresa de los visitantes, el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti. Fue un mensaje corporal, sin palabras. La máxima instancia de justicia del país ya estaba preocupada por las posibles derivaciones de las denuncias de fraudes presuntos en el país. Esa inquietud no ha hecho más que crecer con la marea tucumana: Lorenzetti habló varias veces en las últimas horas con los otros jueces de la Corte y con los principales dirigentes políticos.

El caso tucumano llegará a la Corte Suprema de Justicia de la Nación irremediablemente. Al revés de lo que decían algunos políticos y ciertos jueces, ese tribunal está en condiciones de aceptar el conflicto de Tucumán después de que éste haya agotado todas las instancias provinciales. No es cierto que la Corte Suprema no tenga antecedentes de haber decidido sobre los resultados de elecciones provinciales. En 2007, consideró que las denuncias de Luis Juez no tenían fundamento para cuestionar el triunfo de Juan Schiaretti por la gobernación de Córdoba. Aquél fue un error que condenó a Juez a una inexorable decadencia política.

Tampoco es cierto que no haya tiempo para realizar las nuevas elecciones tucumanas el 25 de octubre, junto con las presidenciales, si es que la Justicia anulara definitivamente los pasados comicios. La única condición es que exista un acuerdo político en Tucumán para repetir las elecciones. La Justicia por sí sola no podrá resolver nunca los problemas que crea la política. Manzur necesita que su triunfo sea legítimo, además de legal. ¿Qué ganaría si se convirtiera en el gobernador más ilegítimo del país? La oposición provincial y nacional y una parte, al menos, de la justicia tucumana están pidiendo nuevos comicios.

Si la Corte Suprema tucumana resolviera rápidamente la anulación apelada, la Corte nacional podría abocarse al asunto de inmediato. La Corte nacional necesitará, con todo, entre 25 y 30 días para notificaciones de las partes y para el pronunciamiento de la jefa de los fiscales, Alejandra Gils Carbó. Es falaz el argumento de Alperovich de que se necesitarían cuatro meses para hacer nuevas elecciones; sería así si se tratara de nuevo un proceso electoral. No es el caso. Están los padrones y los candidatos. Sería cuestión de repetir una elección, nada más.

La Corte Suprema nacional podría resolver la cuestión en pocos días, después de los requisitos ineludibles. Si la Corte Suprema tucumana ratificara la anulación de las elecciones (posibilidad con pocas chances, pero que nadie descarta), es casi seguro que la Corte nacional suscribiría la posición de las dos instancias provinciales. La elección tendrá que hacerse de nuevo. Si la Corte provincial revocara la anulación, la decisión de la Corte nacional sería más imprevisible, porque debería arbitrar entre dos posiciones enfrentadas de la justicia tucumana.

Si hubiera un acuerdo político no sería necesaria la intervención a Tucumán. Las cosas podrían resolverse antes del 28 de octubre cuando venza el mandato de Alperovich. La única intervención que no puede haber, desde ya, es al Poder Judicial de Tucumán, como amenazó Carlos Kunkel con su habitual patoterismo verbal. Ése sería, sí, un golpe de Estado contra un poder de la Constitución. ¿Es capaz de hacer eso el cristinismo en el exasperado tramo final de su autoritarismo? El kirchnerismo es extraño. Acusa y descalifica a los mismos a los que luego recurre para sus patrañas electorales. La Justicia es "sediciosa" cuando anula una elección fraudulenta en Tucumán, pero es propicia y amiga para iniciarle a Mauricio Macri varios juicios todos los días. La infatigable campaña cristinista contra el líder de Cambiemos notificó al antikirchnerismo social de un dato esencial para las elecciones: el enemigo del cristinismo es Macri y nadie más.

Otra información pasó inadvertida. La diferencia en Tucumán entre el escrutinio provisional y el definitivo, según los números del propio gobierno, se achicó en casi tres puntos. Con ese error se podría consagrar erróneamente presidente a un candidato en la primera vuelta o cambiar los resultados de una segunda ronda presidencial. Eso es lo que llevó a la Cámara Nacional Electoral a ordenar que se les pongan GPS a los camiones que trasladan las urnas. ¿Por qué? Porque en Tucumán los camiones fueron desviados para abrir las urnas y cambiar su contenido. También instruyó que no se envíen telegramas desde el Correo, sino directamente las actas escaneadas o un duplicado de ellas. ¿Por qué? Porque en Tucumán el Correo cambió en los telegramas lo que decían las actas. Cambió, en definitiva, el escrutinio provisional, el de la noche de un domingo de elecciones.

Alperovich, como Cristina, despreció la política. Ungió hasta el culto a la personalidad el liderazgo propio y desconoció a la oposición en cualquiera de sus variantes. Solos entre fanáticos, ninguno de los dos está en condiciones ahora de pedir ayuda para una despedida digna después de una gloria larga e inmerecida. Los dos han chocado en su ocaso con una ruina previsible: el fracaso de la política.