La semana pasada, la presidenta de la Nación habló sobre la conveniencia de la “sustitución de exportaciones”. Ojo: no se refirió a sustitución de importaciones. Sino de exportaciones. Curioso planteo…
No debería sorprender pues, en rigor, la disparatada propuesta viene siendo aplicada de forma más bien solapada, desde el momento en que se instala el cepo cambiario.
Y el cepo es resultado de la tasa de la tasa de depreciación del peso menor a la de inflación.
El tipo de cambio ajustado en mucho menor ritmo al de la inflación permite que el peso se aprecie, en términos reales. De esta forma la competitividad de la economía se va yendo al tacho.
Obviamente, se hace cada vez más barato importar y más difícil exportar.
Por eso, además del cepo cambiario, las autoridades deben recurrir al cepo importador a fin de obstaculizar la entrada de productos del exterior para resguardar las escasas divisas, pues el sector exportador no logra recogerlas en la dimensión necesaria.
A ello se une la mesa de los argentinos. Es decir la combinación de derechos de exportación (retenciones) y restricciones a la exportación que agravan la capacidad competitiva de la exportación.
Basta considerar las metas del Plan Estratégico Agroalimentario (PEA) realizado por el mismísimo gobierno, para caer en la cuenta de que se han dejado de producir al menos 100 millones de toneladas de granos, carnes y lácteos, algo que representa cerca de 35 mil millones de dólares.
Buena idea ésta de la sustitución de exportaciones ¿no? Y no se ha tomado en cuenta, la baja en las exportaciones de productos provenientes de las economías regionales.
La realidad es contundente: nuestro país tiene un pequeño tamaño relativo con ingresos medios y escaso número de habitantes. Por lo tanto, la única alternativa racional para la producción se basa en considerar al mundo como nuestro mercado. Más claramente: en aprovechar las ventajas arancelarias y geográficas con los países vecinos, en primer lugar.
El caso de Brasil y el trigo ha sido patético. La política aplicada y el clima abren serias expectativas sobre el próximo volumen de cosecha inferior a 10 millones de toneladas. En tal caso, se trataría de la tercera vez en los últimos cuatro años que la cosecha resulta de sólo un dígito.
Dichas estas cosas, el lector puede sacar sus propias conclusiones sobre el nivel del tipo de cambio para fin de año.
Vamos ahora al mundo.
Durante agosto pasado, los fondos tuvieron una participación decisiva en la baja de los precios internacionales.
La súbita devaluación del yuan y el imprevisto informe del USDA –oferta y demanda mundial- encendieron la chispa del temor en los mercados. Así, los fondos, alertas a cualquier noticia, “salieron corriendo”.
De esta forma, comprobamos cómo los fondos de inversión, estando con posiciones netas compradas tanto en maíz como en soja, liquidaron sus posiciones, masiva y abruptamente.
Vale ahora preguntarse si tal actitud, por parte de los fondos, puede mantenerse en el tiempo.
Pues bien, considerando que la demanda sigue firme, dado el bajo nivel de precios, y que el informe del USDA puede cambiar en los próximos meses, resulta racional apostar al reingreso de los fondos.
En definitiva, la devaluación del yuan no debería afectar mayormente las importaciones de soja por parte de China. ¿Por qué? Porque el nivel de éstas apenas representa algo menos del 3% del total de sus importaciones.
Así el cuadro, a todas luces parece lógico esperar una mejora en los precios internacionales, antes de finalizado el año.
La cuestión es tener las espaldas suficientes para aguantar.