Hoy están polarizadas las preferencias: kirchnerismo/no kirchnerismo. Pero no las fórmulas. El juego sigue dependiendo de tres variables principales: Daniel Scioli, Mauricio Macri y Sergio Massa.
Además, en la bola de cristal de los encuestadores, acaban de aparecer nuevas incógnitas. Son tres tendencias que agregan complejidad a la escena. La primera: Scioli no crece. La segunda: María Eugenia Vidal supera a Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires. La tercera: la imagen de Massa comenzó a mejorar después del 9 de agosto, cuando salió tercero.
Son tres rarezas. No sólo porque obligan a revisar prejuicios. También porque plantean situaciones problemáticas. Es decir: no se puede asegurar que esas tres insinuaciones del laboratorio electoral se verificarán en las urnas
El estancamiento de Scioli se inscribe en una telenovela de larga duración:
su relación con Cristina Kirchner. Se podría pensar que en el último mes el
líder de La Ñata no suma votos debido a una sucesión de calamidades. Y tal vez
sea cierto. Las inundaciones; el fallido viaje a Italia; la denuncia contra los
tuiteros; la polémica con Carlos Tevez para defender a Gildo Insfrán, y la
justificación del fraude tucumano tienen algo en común. Son encrucijadas en las
que Scioli quedó, para ponerlo en sus términos, del lado opuesto al de "la
gente". Se entiende que esté más malhumorado que de costumbre: el mejor
exponente de la demagogia qualunquista que ha dado la Argentina cayó en esa
trampa cuando más precisa del apoyo popular. En agosto faltó suerte, esa palanca
que para Maquiavelo era indispensable. ¿Terminó la mala racha? Scioli mira el
pronóstico de lluvias más que las encuestas. Pregunta por las declaraciones de
Alejandro Burzaco sobre los negociados de la AFA en los Estados Unidos. Intenta
controlar al fiscal Jorge Paolini, que investiga su llamativo enriquecimiento.
Qué sucedería si Macri y Massa enfocan su campaña en la
desprestigiada figura de Fernández?
Sería, sin embargo, incorrecto atribuir la meseta en la que está detenido Scioli a esos ocasionales infortunios. También opera un factor estructural: está atrapado en el cerco político de la Presidenta. Durante los últimos diez años, las encuestas cualitativas lo ubicaron como el habitante solitario de un cuadrante imposible: el cruce de kirchnerismo con macrismo. Scioli ofrecía la ambigüedad desconcertante de algunos animales mitológicos. Pero la necesidad de convertirse en el candidato oficialista lo obligó a perder matices. Los números registran ese proceso. Sobre todo si se consulta a quienes jamás elegirían a un candidato apoyado por la señora de Kirchner. En mayo del año pasado, el 53% de ese sector aceptaba votar a Scioli. En octubre, el porcentaje bajó a 47. En mayo de este año, a 44. Y en agosto se redujo a 26%. El 72% de ese conjunto no lo votaría jamás.
Para revertir esa tendencia muchos aliados, con Juan Manuel Urtubey a la cabeza, aconsejan a Scioli distanciarse de la Presidenta. Es una reacción irreflexiva. El propio Urtubey la ensayó en el año 2010 y debió volver al redil, avergonzado. No se pueden menospreciar los costos de enfrentar a alguien que, como Cristina Kirchner, se está retirando del poder con una popularidad superior al 45%. Ella tiene una enorme capacidad de retaliación y lo está demostrando. Hace dos jueves humilló a Scioli con una catilinaria en la Casa de Gobierno. Axel Kicillof, que en otro momento soñó con ser su ministro de Economía, le enrostró en público que "el candidato es el proyecto". Aníbal Fernández, en un aparte, le recordó: "Me quisiste matar, pero yo sobrevivo porque estoy atado a Cristina". Se refería a las denuncias del presidiario Martín Lanatta, que lo identificó con "la Morsa". Fue aquel fatídico jueves, un minuto antes del acto. Y Carlos Zannini se lanzó a monologar por C5N, el canal de su asesorado Cristóbal López.
Scioli se debate en una opción difícil. La repetición del catecismo oficialista ya dio todo lo que tenía para dar. Pero la tentación de seducir al electorado no kirchnerista puede enfrentarlo con quienes lo hicieron candidato y convertir su proselitismo en un campo de batalla. James Carville, el antiguo asesor de Bill Clinton, que es su Jaime Durán Barba, siempre le recuerda el riesgo: Al Gore perdió la presidencia de los Estados Unidos el día que comenzó a distanciarse de Clinton. Quiere decir que si Scioli no se distancia de la Presidenta, no es por miedo o por veneración. Está mirando la calculadora. Y, para espanto de Zannini, la calculadora es norteamericana.
La segunda novedad es que Vidal supera a Aníbal Fernández por un margen de 2 a 5 puntos, según la encuesta. Cuando se consulta sobre la elección de gobernador de Buenos Aires surge, nítida, la pésima imagen de Fernández. Pero ¿qué incidencia tiene la disputa por la gobernación en la elección presidencial? Poca. Entre otras razones, porque Scioli le ha quitado relevancia al cargo. Por eso en los comandos de campaña de Vidal y de Felipe Solá no confían en un masivo corte de boleta. Más allá de que algunos intendentes peronistas negocian repartir la papeleta de esos dos opositores para no ser arrastrados por el desprestigio de su propio candidato.
El verdadero interrogante es otro: ¿qué sucedería si Macri y Massa enfocaran su campaña en la desprestigiada figura de Fernández? ¿Conseguirían que Scioli cayera algunos puntos? Macri explora ese camino. Apuesta a que Vidal empuje su candidatura, sobre todo en el sur del conurbano.
Fernández confía en que Cristina Kirchner, desencantada de su candidato a presidente, se concentre en juntar votos para él. Pero juega con una inquietante desventaja. Muchos sacerdotes del conurbano, frustrados por la malograda carrera de Julián Domínguez, aconsejarán votar a otro candidato. La figura del jefe de Gabinete les inspira reservas que no se agotan en su pretensión de despenalizar el consumo de drogas. Scioli las habría conocido si el viernes 14, en Roma, hubiera logrado ver al Papa, como había soñado. También se habría enterado de que Francisco no visitará el país el año próximo, gobierne quien gobierne. Corolario: es posible que Scioli haya descubierto el costo de desentenderse de las candidaturas bonaerenses, librando a su suerte a figuras como Florencio Randazzo o Diego Bossio.
La provincia de Buenos Aires es riesgosa para el oficialismo por la tercera información inesperada que arrojan los sondeos. Massa no cae. Y, en términos de imagen, crece. ¿Se trasladará esa mejoría a los votos? Es posible que si este progreso se hubiera registrado un mes antes de las primarias, Massa habría sido para Macri una gran preocupación. Pero el candidato de Cambiemos corre con ventaja: el 9 de agosto salió segundo y esa posición hace que despierte más expectativa.
Massa se viene salvando del derrumbe porque el electorado parece premiar su perseverancia. Además, desde la comodidad de quien tiene menos para perder, lleva adelante una campaña mejor delineada que las de sus dos rivales. Se dirige a un público preciso, sectores medios bajos y bajos, con consignas que no temen la incorrección política: a los corruptos, cárcel; a los delincuentes, bala; a los vagos, quita de subsidios.
Es posible que la persistencia de Massa explique la cristalización del voto de Scioli. Ayudándose a sí mismo, el ex intendente de Tigre ayuda a Macri. Sencillo: impide que Scioli conquiste los votos peronistas que le faltan para ganar en primera vuelta sacando más de 10 puntos de ventaja sobre el segundo. Dicho de otro modo, la supervivencia de Massa garantiza el ballottage.
Entre Macri y Massa hay una comunicación cotidiana. No se limita al trabajo de Graciela Camaño y Patricia Bullrich para coordinar la fiscalización. También se celebran acuerdos en muchas intendencias bonaerenses, donde algunos candidatos de UNA dependen de que Cambiemos no compita, y viceversa. Esos pactos incluyen el financiamiento. Además, hay un entendimiento tácito: Macri rastrilla Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, la Capital Federal y el interior de la provincia de Buenos Aires, donde se concentra la clase media no peronista. Massa se dirige al voto peronista del conurbano y del norte del país. Piensa en octubre. Pero también en la batalla que se desatará dentro del PJ si Macri se convierte en presidente. Entre ambos bloquean la expansión de Scioli.
A pesar de este idilio, ¿Massa ha dejado de ser un peligro para Macri? El jefe de gobierno porteño cree que no. Está estudiando las ventajas y los perjuicios del estilo de campaña que hace Massa: definiciones contundentes, propuestas específicas. En la ciudad de Buenos Aires Pro ya conoció el riesgo de enfrentar a alguien que adopta esa estrategia: Martín Lousteau. Si volviera el tiempo atrás, tal vez Horacio Rodríguez Larreta haría una campaña con más densidad de contenidos. Para Macri sería indispensable. Ahora tiene que llegar a un electorado para el que no alcanza su apellido. Es más, en muchos casos, quizás sobre.