La Argentina, que padece de un largo proceso populista, ha experimentado varias crisis en los siglos XX y XXI como el Rodrigazo en 1975, el fin de la tablita cambiaria en enero de 1981, la del plan austral, la hiperinflación, la de 2001 y 2002 y esta que estamos viviendo ahora que hay llegado a su punto de máximo del populismo más desenfrenado. Sí, estamos en crisis porque aunque la gente no lo perciba hay una profunda crisis que todavía no se traduce en un fenomenal salto cambiario o corrida financiera, que es como normalmente se identifican las crisis económicas. Hay otro tipo de crisis que es más profundas porque afecta los cimientos económicos de un país, como puede ser la destrucción de ciertos valores.
Si se compara esta crisis con la de 1975 en que estaban totalmente desalineadas las variables económicas como el tipo de cambio y las tarifas de los servicios públicos, podría decirse que esta es más complicada porque en 1975, cuando Celestino Rodrigo corrigió las distorsiones que había dejado José Ber Gelbard, lo hizo en un contexto con mayor colchón social. En otras palabras, en 1975 había menos pobreza, indigencia y desocupación de la que tenemos hoy en día para poder afrontar el descalabro de precios relativos, que a mi entender hoy es mayor a la distorsión que dejó Gelbard con la trucha inflación cero de aquellos años.
Por otro lado, tal vez el déficit fiscal actual no sea el más alto de la
historia, pero el kircherismo deja un elevado déficit fiscal con gasto público
récord al igual que la presión impositiva. Los márgenes para corregir estos
problemas no son tan amplios.
El kircherismo deja un elevado déficit fiscal con gasto público récord al
igual que la presión impositiva. Los márgenes para corregir estos problemas no
son tan amplios.
Sin embargo, la crisis actual es mucho más profunda porque en estos 12 años se han destruido ciertos valores básicos que deben imperar en una sociedad para que la economía pueda funcionar. Dicho en otros términos, es la calidad institucional la que genera el contexto para atraer inversiones e inducir el crecimiento sostenido de un país, pero como esa calidad institucional se conforma de los valores que imperan en una sociedad, si se destruyen los valores se rompen los cimientos del crecimiento y el bienestar de la población.
Un país en el que se le ha hecho creer a una parte de la población que tiene derecho a vivir eternamente a costa del fruto del trabajo ajeno, es un país en el que se destruye la cultura del esfuerzo personal, el trabajo e, incluso, la misma dignidad de las personas que pasan a depender de un puntero político para poder comer. La Argentina se hizo grande con el trabajo de nuestros abuelos. El Estado les deba tierras, herramientas y semillas y ellos construyeron la Argentina y educaron a sus hijos sobre la base del trabajo. No se sentaron a esperar el subsidio del Estado. Simplemente trabajaron. Se esforzaron. Ahorraron. Fueron austeros en sus gastos.
En un país en el que se incentiva el resentimiento y el enfrentamiento entre
diferentes sectores de la sociedad, tampoco es posible construir una economía.
Si le hago creer a la gente que uno es pobre porque el otro es rico y, por lo
tanto, hay que quitarle el fruto de su trabajo a los que invierten, se espanta
las inversiones, no se crean puestos de trabajo y la pobreza, desocupación e
indigencia se expanden a lo largo del territorio. Eso es lo que se ha hecho en
estos 12 años, enfrentar a los argentinos entre sí mientras la corrupción más
descarada se vanagloria de su impunidad.
En un país en el que se incentiva el resentimiento y el enfrentamiento entre
diferentes sectores de la sociedad, tampoco es posible construir una economía.
Ningún país en que la corrupción es la norma para ganar dinero puede tener inversiones que hagan competitiva su economía. Las inversiones que hacen progresar a un país y a su población son las que buscan satisfacer las necesidades de los consumidores. Las que persiguen ganarse el favor del consumidor y no el favor del funcionario de turno para que otorgue algún privilegio, subsidio o protección para frenar la competencia. Si el tráfico de influencias es la norma para ganar dinero, olvidemos que pueda existir el empresario emprendedor, el innovador que impulsa profundas transformaciones que mejoran la calidad de vida de la gente. Sólo tendremos oportunistas que se acercarán al poder de turno para lucrar con el trabajo ajeno. Con alguna obra pública o las tragamonedas.
Un país en que es común usar al Estado para que, mediante el monopolio de la fuerza le quite a otro para darme a mí, es un país de saqueadores. Un país donde no impera el valor trabajo, el respeto por la propiedad y el trabajo ajeno, los valores que imperan son los del robo "legalizado", impera el saqueo económico que no es otra cosa que la destrucción de la riqueza.
Por eso considero que esta crisis es mucho más profunda que la de 2001.
Aquella fue solamente económica. Esta es de los valores que le dan sustento a
las instituciones de un país que son las que crean el ambiente para atraer
inversiones y crecer.
No nos engañemos, el problema no es sólo el déficit fiscal, sino los valores
que imperaron en la sociedad que toleró que el gasto público se disparara hasta
niveles récord sin que el Estado otorgara un mínimo de seguridad, salud,
educación.
No nos engañemos, el problema no es sólo el déficit fiscal, sino los valores que imperaron en la sociedad que toleró que el gasto público se disparara hasta niveles récord sin que el Estado otorgara un mínimo de seguridad, salud, educación.
Cualquiera que a partir de diciembre próximo quiera reconstruir la economía del país, tiene que partir de la base que no hay progreso económico sin calidad institucional y no hay calidad institucional sin valores como el respeto al otro, a su propiedad, al fruto de su trabajo, al esfuerzo por progresar. Para ponerlo de forma más sencilla y usando las palabras de nuestras sabias abuelas: volver a ser un país con personas decentes.
Recurriendo una vez más a la famosa frase de Ayn Rand en La Rebelión de Atlas que parece escrita para la Argentina actual: "Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegido contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada."
Por eso, insisto. Esta no es una crisis en la que estén en juego los dólares depositados en los bancos. Esta es una crisis en que se han perdido los valores con que se construye una sociedad de gente laboriosa y decente.