Para trabajar en sostenibilidad es importante saber qué pasa en el suelo. Por ejemplo, en un radio de casi 80 kilómetros alrededor de Rosario, los campos tienen más de 100 años de agricultura ininterrumpida. Ahí se puede ver que de un total de 7,5 millones de hectáreas, hay 5,5 millones destinadas a la actividad agrícola que, debido a la intensificación, han pasado de producir 5,5 millones de toneladas de granos a 22 millones en los últimos 40 años. En las últimas campañas, la mayoría ha sido soja.
“Estos son datos que hablan de la presión que se viene ejerciendo especialmente sobre el suelo y que se repite, por supuesto, en muchas otras zonas del país”, coincidieron Marcelo Palese, del Servicio Técnico de la división Nutrición y Protección de Cultivos de Nidera, y el asesor de establecimientos agropecuarios Gastón Huarte, presidente del Colegio de Ingenieros Agrónomos de la provincia de Santa Fe. Ambos lideraron uno de los talleres que formó parte del último Congreso de AAPRESID realizado la semana pasada en Rosario.
Palese presentó el modo en que están diseñadas las auditorías de suelo que forman parte de los MEP (Módulos de Ensayo Permanente) que lleva adelante Nidera en distintos puntos del país desde el año 1986. Son ensayos que analizan el impacto de la agricultura en distintas regiones y permiten desarrollar planes de manejo con medidas correctivas para suelos con más de un siglo de agricultura, como los de la zona aledaña a Rosario.
Las auditorías de suelo se realizan hasta 1,80 o 2 metros de profundidad. Son análisis estratificados que se pueden hacer cada 3 o 4 años y relevan condiciones del suelo, micro y macro nutrientes, PH y niveles de retención en los primeros centímetros y subsuperficialmente, entre otros aspectos. “El objetivo es tomar decisiones certeras sobre el comportamiento de los nutrientes del suelo”, explicó el especialista en nutrición de Nidera.
“Al analizar la performance de un nutriente clave en la rentabilidad como el fósforo nos damos cuenta que a veces no es carencia del elemento sino exceso de otros, desbalances que hacen que algunos nutrientes bloqueen a otros que son funcionales. Hay elementos dispersantes que generan alertas y demandan correcciones. El alerta se detecta en los primeros centímetros y obliga a buscar respuestas subsuperficialmente”, relató Palese a los asistentes. “Además, pueden surgir datos como la necesidad de analizar el aluminio, que habitualmente no se tiene en cuenta”, puntualizó.
El ejemplo concreto vino de la mano del Módulo Alcorta, del que el asesor Gastón Huarte viene participando desde el año 2009. “En estos suelos pudimos ver que en aquellos con un siglo de agricultura contamos con 13 partes por millón (ppm) de fósforo contra 180 ppm en las zonas no agrícolas”, dijo Huarte y presentó un estudio comparativo entre dos lotes, el primero con 100 años agrícolas y el segundo con 50. El primero, además de sus 13 ppm de fósforo, contó con 3,5% de materia orgánica y 0,8 ppm de zinc. El segundo mostró 30 ppm de fósforo, 3,91% de materia orgánica y 3,1 ppm de zinc.
“A nivel productivo vemos que en la medida en que se deja de aportar elementos como fósforo y nitrógeno caen los índices biológicos y, por supuesto, también los rendimientos”, dijo el asesor.
Los técnicos recalcaron que es importante contar con información de modo de utilizar estratégicamente los elementos disponibles para nutrir el suelo. “Debemos tener una visión de manejo de cuencas. Debemos saltar la tranquera para un correcto manejo de los suelos”, coincidieron.
Para Huarte, la fertilidad química también es un tema de gobierno, por lo que celebró el tratamiento legislativo de un proyecto que propone desgravar el uso de fertilizantes para agricultura. “Es importante que no nos pase con los suelos lo que pasó con el tema fitosanitarios. Hay elementos técnicos para trabajar con Buenas Prácticas”, dijo el asesor y aconsejó: “detrás de cada lote debiera haber un ingeniero agrónomo. Hay que protocolizar el trabajo en suelos y poder comparar los estudios y los resultados de lo que se hace”.