Tal vez porque siente nostalgia de Italia o por haber quedado impactada con el palacio de la FAO en Terme di Caracalla, en pleno centro de Roma, el próximo destino de Cristina Kirchner cuando abandone la Casa Rosada podría ser la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, conocida como FAO por sus siglas en inglés.
Un diplomático resumió ante Clarín las gestiones. Cristina habría encomendado
al embajador argentino ante el organismo, Claudio Rozencwaig, la búsqueda de un
proyecto de envergadura que ella misma dirigiría.
La novedad circuló el último martes en la embajada de Francia durante la
celebración por el 14 de Julio. Allí, algunos analistas, muy dados a
interpretar, razonaban que mientras el sucesor de Cristina se enfrente a los
problemas, a presiones que pueden ser insoportables y sin ninguna ventaja, por
la delicada situación de nuestros principales socios comerciales Brasil y China;
Cristina intentaría alejarse por un tiempo.
La FAO nació en paralelo al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial
en 1945 para dar respuesta a una Europa devastada por la guerra. Y aún no
produjo resultados concretos en un mundo donde una de cada siete personas padece
hambre. En sus decisiones actúa como un foro neutral en el que todas las
naciones se reúnen como iguales para negociar acuerdos y debatir políticas.
Tiene un presupuesto anual de US$ 2.000 millones y contabiliza 194 países
miembros. Desde 2012 la dirige el economista brasileño José Graziano da Silva,
de 64 años y autor del plan Hambre Cero de Lula. Su mandato expira en 2019.
El último junio, la FAO premió la lucha del país contra el hambre durante los últimos 25 años, un período que abarca a Alfonsín, Menem y Kirchner. Cuando Cristina viajó a recibirlo, dijo que apenas el 5% de los argentinos era pobre. Esta semana, la UCA la desmintió al señalar que uno de cada tres argentinos vive en la pobreza.