Según el Barómetro de la Deuda Social que prepara la UCA, el 28,7% de los argentinos vivía en 20l4 por debajo de la línea de la pobreza; un porcentaje, por otra parte, que ha venido aumentando en los últimos tiempos. Los datos ponen en discusión pronósticos optimistas, porque no revelan la imagen de un país rico, sino más bien la imagen de un país que se cree rico sin serlo. Como si los argentinos no fuéramos capaces de decir la verdad frente al espejo.
Si fuéramos sinceros con nosotros mismos, ¿qué responderíamos? Un país que se cree peor de lo que es pugna por esforzarse. Un país que se cree mejor de lo que es se duerme en los laureles. ¿Cuál es nuestro caso? ¿Qué nos mueve? ¿La insatisfacción por lo logrado o la prematura autocomplacencia a mitad de camino?
Cuando Ortega y Gasset visitó la Argentina, lo que más le sorprendió fue el alto nivel de las exigencias que los propios argentinos se habían autoimpuesto. Es difícil saber si ese nivel de autoexigencia se mantiene, si somos un país que se espolea en busca de la excelencia. La ecuación de un país, la manera como sus habitantes se juzgan a sí mismos, depende en el fondo de la relación entre lo que ese país es y las esperanzas que concibe acerca de sus propias posibilidades. Los argentinos, ¿estamos "agrandados" o "achicados" acerca de nosotros mismos?
Las circunstancias nos brindan, al respecto, una imagen ambivalente. No tenemos enfrente, al parecer, desafíos inminentes. A diferencia de la historia los países europeos, nosotros tenemos amplios espacios. América latina es un mundo por definir. Le sobra espacio. Lo que sobra en nuestra región es la multiplicación de sus futuros.
Si Europa está, al parecer, abrumada por su rico pasado, a Latinoamérica la abruma, por el contrario, esta enceguecedora diversidad de lo que puede llegar a ser, las probables rutas de su destino. En este espacio común, ¿caben una o varias Latinoaméricas? Cuando los patriotas soñaban con la independencia americana, ¿incluían en ese sueño solamente a la Argentina en un futuro continental? ¿Cuánto abarcaba ese futuro? Cuando San Martín cabalgaba a través de los Andes, ¿hasta dónde apuntaban sus sueños?
En realidad, nuestro porvenir está formado por la nube perecedera de nuestras ilusiones. Hay que concluir sin embargo que figuras como la de San Martín sólo abrigaron sueños de independencia para los demás. Aquí cabe la sugerencia audaz de que, después de todo y pese a todo, hay progreso en la historia. Grandes generales como San Martín trajeron después de todo batallas y victorias, pero hubo un ingrediente que faltó en ellos y sobró en Napoleón: San Martín no buscó imperios.
Puede parecer autocomplaciente, pero es inevitable comparar aquí los sueños de San Martín con los de Napoleón. Mientras Napoleón soñaba con dominar, San Martín soñaba con liberar. Los dos cruzaron enormes montañas. Su destino, empero, fue desigual.
Napoleón reflejaba un anhelo viejo como la historia: el anhelo de conquistar. San Martín, a su vez, reflejó un anhelo revolucionario: el anhelo de liberar. Un historiador verá en este contraste el choque entre dos épocas: una, la del antiguo absolutismo; la otra, la del romanticismo liberal.
Quizá no hemos terminado de evaluar todavía el contraste entre estas dos concepciones del mundo y de la historia. Cuando Ricardo Rojas destacó en El Santo de la Espada la estatura moral de San Martín, también vino a proponer un doble ideal moral: vencer en guerra y liberar a los pueblos o mejor dicho vencer en guerra "para" liberar a los pueblos. Éste es el objetivo que le da a San Martín un lugar eminente en la galería de los guerreros de todos los tiempos.
Guerreros, por supuesto, ha habido muchos. Otros, ya no tantos, lucharon y vencieron por la libertad de los pueblos, y entre ellos figura San Martín. He aquí un caso en el que se unen las dos corrientes centrales de la exaltación democrática, el sable y la Biblia, en armoniosa fusión. Porque el encuentro de estos dos ideales nos permite recordar la larga aventura de la libertad, de la cual no han sido ajenas las glorias y las luchas del pasado. Luchas que, por más remotas que hoy nos parezcan, no fueron en vano.