Los factores que más conspiran contra las carreras de los dos candidatos con más probabilidades de suceder a Cristina Kirchner provienen de sus frentes internos. Nada novedoso. En política, como en el tenis, el 85% de las derrotas se debe a errores del jugador más que a la genialidad del adversario.
En el caso de Macri, es llamativo que el ballottage porteño se le haya transformado en una pequeña crisis. Durante la campaña, el leitmotiv del jefe de gobierno y de Horacio Rodríguez Larreta fue que había que prepararse para una segunda vuelta, ya que siempre había ocurrido. Y el objetivo principal de Martín Lousteau fue provocar ese resultado, hasta convertirlo en un eslogan: "Con el ballottage ganamos todos". Esto es lo raro: el oficialismo porteño quedó desconcertado frente al único escenario previsto.
Hay un detalle que explica, siquiera en parte, esta paradoja. El consultor Jaime Durán Barba, el domingo pasado al mediodía, aseguró a Larreta que ganaría por el 54% de los votos, secundado por Mariano Recalde y no por Lousteau. El ecuatoriano levantaba apuestas sobre ese desenlace. Al final de la tarde las encuestas en boca de urna revelaron ser, mientras transcurren los comicios, instantáneas muy poco confiables. Pero Durán ya había inspirado un triunfalismo inconveniente. Cuando se conocieron los resultados la dirigencia de Pro ingresó en un clima de frustración que eclipsó el propio éxito. Larreta había sacado 45% y, en una demostración de que el desequilibrio de poder es una patología difundida más allá de la escala nacional, había aventajado a su segundo por 20 puntos. La sorpresa de Macri y su "círculo amarillo" ante el desenlace que, dos días antes, vaticinaban como inexorable ocultó que la de Lousteau no había sido una marcha triunfal: no logró convertirse en un antagonista nítido del macrismo, ya que mejoró en sólo tres puntos la cosecha de su fuerza en las primarias.
Es razonable que el ballottage sea fastidioso para Macri. El domingo él pensaba hacer un relanzamiento presidencial, para después abocarse al conurbano bonaerense. Además, quedó expuesto durante otros 15 días a las críticas de un aliado. Lo asombroso es que esté procesando ese malestar de un modo tan autodestructivo.
El primer déficit de Pro es argumental. Se puede aceptar que el desenlace de la próxima elección está cantado a favor de Larreta. Aunque, como recordó ayer el politólogo Andrés Malamud desde Lisboa, en las presidenciales portuguesas de 1986 Diogo Freitas ganó el primer turno por 46%, contra 25% de Mario Soares; pero perdió el segundo por 48% contra 51 de Soares. El ballottage no es la continuación de la primera vuelta. Es otra elección. De todos modos, que Lousteau se convierta en Soares resulta hoy impensable.
Eso no habilita a pedirle que renuncie a establecerse como la segunda figura de la ciudad el próximo 19. Además de ser improcedente desde el punto de vista institucional, esa exigencia es peligrosa para Macri. ¿Qué sucedería si Scioli obtuviera en octubre 43% de los votos y él 34? Alguien del Frente para la Victoria podría pedirle que reconociera el resultado inevitable, citando sus pretextos de estos días.
El razonamiento anterior se podría refutar con otra tesis, habitual en Pro por estas horas: el ballottage daña a Macri porque va a ser protagonizado por alguien que, como Lousteau, pertenece a su propia coalición. Aun cuando se dé esa afirmación por verdadera, es increíble que el oficialismo porteño la pronuncie. Decir que Lousteau perjudica a Macri es la mejor publicidad que puede esperar Lousteau para seducir a los votantes de Recalde. Uno de los errores que está cometiendo Pro es nacionalizar la segunda vuelta porteña. Acaso debería municipalizarla, a pesar del riesgo de favorecer un discurso que, al final, le jugará en contra: el miedo a que se pierda lo conquistado, el miedo al cambio.
Macri decidió lo contrario. Dijo que Lousteau no tiene espíritu de cuerpo. Es decir, lo castigó con el reproche que empleó contra Gabriela Michetti cuando la senadora decidió presentarse en las primarias. La recriminación ignora un problema: Lousteau no forma parte de "el equipo". Y el motivo es que Macri no lo quiso. El año pasado, el candidato de ECO pidió en varias oportunidades constituir una alianza y dirimir la disputa por la jefatura de gobierno en primarias. Pero Macri prefirió tenerlo como un rival declarado.
El dato merece ser recordado no sólo porque señala un desacierto de Macri en la concepción de toda la jugada porteña, sino porque desnuda una dificultad en su constitución como líder: todavía no advirtió que aspira a representar a una coalición partidaria y electoral mucho más amplia que Pro.
Esta incapacidad para pensarse en este nuevo rol lo llevó a postular una fórmula Vidal-Ritondo para la provincia de Buenos Aires, equivocación que pudo evitar por las quejas que, a último momento, le planteó Ernesto Sanz. En el fondo de este problema está la aspiración a ofrecer una opción de "Pro puro", contradictoria con el armado de un frente. Esta limitación, que presenta ya algunos costos electorales, puede ser muy perjudicial si a Macri le toca presidir un gobierno de coalición. Dicho de otro modo: si piensa arbitrar las disidencias entre las distintas fracciones de un eventual oficialismo con las categorías con que aborda el desafío de Lousteau, Macri estará en problemas.
La alternativa a esta estrategia es sencilla. Lousteau la ha explicado varias veces en las últimas horas. El domingo Macri estaba en condiciones de invitar a Sanz y a Elisa Carrió a festejar la obtención del 70% de los votos porteños. Y podría haber prometido que él y sus aliados darían en los próximos 15 días una lección de cómo debatir con madurez e inteligencia el futuro de la ciudad. Lousteau debe celebrar que a Durán Barba no se le haya ocurrido, porque él hoy estaría en dificultades.
El Frente para la Victoria, liderado por Cristina Kirchner, tampoco ayuda a Scioli. El nuevo avance sobre los tribunales, consistente en conseguir una autoamnistía a través del reemplazo de jueces por abogados amigos, fue diseñado por Carlos Zannini, su virtual vicepresidente. La estrategia va consolidando a Scioli como el candidato de la impunidad. Un rol que tal vez no le moleste: todavía no pudo presentar su declaración jurada, a pesar de los pedidos de la Presidenta, y ya debe enfrentar una delicada denuncia por enriquecimiento ilícito en la fiscalía de Asuntos Complejos de La Plata.
Sin embargo, quien genera el riesgo más severo para Scioli es Axel Kicillof. El ministro está empeñado en enfrentar al candidato al peor contexto electoral: una crisis cambiaria. Para detectar cómo se está formando la tormenta, Oscar Parrilli y Juan Mena, los jerarcas de la ex SIDE, no deberían husmear las financieras de la City. Es mejor que espíen lo que sucede en el Banco Central: allí están preparando el "golpe de mercado".
Alejandro Vanoli, el presidente de la entidad, fijó el tipo de cambio oficial, mientras Kicillof le ordena aumentar la emisión monetaria, para financiar el Tesoro y estimular el consumo. Como el juego hace prever una devaluación, el público se refugia en el dólar. Sube el contado con liquidación, sube el blue, se amplía la brecha con el oficial, y, obedientes a esos signos, los exportadores retienen la liquidación de divisas.
Enfrentar el problema con la Gendarmería o con la ex SIDE sólo agrava la situación, porque genera la sensación de que los remedios de política económica se han agotado. Puesto en otros términos: la tormenta del dólar está en la tapa de los diarios más por las iniciativas del Gobierno para prevenirla que por la perversidad de los "poderes concentrados" para desestabilizar al oficialismo.
Esta dinámica es peligrosa para Scioli. En vez de llegar a octubre con los últimos placeres de una fiesta de consumo, podría tener que responder a una atmósfera de desasosiego. ¿El electorado querrá la continuidad, si se trata de prolongar esa situación? En ese escenario, por ahora hipotético, Scioli debería explicitar su receta para superar las arenas movedizas. ¿Alcanzará con que bloquee la puja por el Ministerio de Economía postulando a la anodina Silvina Batakis? ¿O hará falta sugerir otro nombre? En síntesis: Scioli estaría forzado a tomar distancia de su propio gobierno, con un riesgo evidente: que desde la Casa Rosada -o desde el segundo escalón de su fórmula- le contesten, y la campaña se le transforme en una torre de Babel.
Que Macri y Scioli estén bajo fuego amigo no es una casualidad. Es la consecuencia de que ambos son los candidatos inevitables de coaliciones que no lideran. En el caso de Macri, por falta de vocación. En el de Scioli, porque el Frente para la Victoria sólo obedecerá, al menos hasta octubre, a la Presidenta.