El manejo de malezas es cada vez más complejo y costoso, dada la constante
aparición de especies y biotipos tolerantes o resistentes a diferentes
herbicidas. En ciertos casos, surge la pregunta sobre si las características
extremas de la problemática habilita, como estrategia de manejo, practicar una
labranza que permita relajar la competencia que libran los cultivos con las
malezas por los recursos ambientales.
Uno de los mayores expertos en malezas del país es Luis Lanfranconi, de la
agencia Río Primero del INTA, en Córdoba. “La labranza sería la última de todas
las alternativas para el control de malezas, sobre todo en zonas en las cuales
costó mucho tiempo generar coberturas”, señala Lanfranconi, casi imperativo, a
Clarín Rural.
Y agrega: “la labranza es un factor de remediación y es posible hacerlo, pero no es la solución. Lo más importante es la anticipación y prevención a través del manejo”.
Las malezas son poblaciones con un comportamiento bioecológico particular, con lo cual “si el objetivo es enterrar la semilla paraque no rebrote, hay que llevarla hasta los 18 centímetros de profundidad e, igualmente así, surgiría todo ese viejo banco de semillas conocido de aquellos tiempos en los que se labraban los campos”, advierte el técnico.
Como contrapartida a las malas prácticas agrícolas, que llevaron al extremo de pensar en la remoción del suelo, Lanfranconi afirma que la realización de los monitoreos, junto con los tratamientos químicos oportunos y de calidad, son clave para el manejo de cualquier maleza difícil.
En conclusión, el técnico deja en claro que no está de acuerdo con la idea de hacer labranzas para combatir las resistencias.
Quien también se suma con su opinión a esta discusión es María Beatriz “Pilu” Giraudo, presidente de Aapresid, la asociación que nuclea justamente a los productores en siembra directa del país.
En este sentido, “Pilu” Giraudo es tajante. “La labranza es la peor decisión, con la que muchos productores se tientan. Sin embargo, devuelve un sinnúmero de problemáticas e implica retroceder varios años en los avances conservacionistas que hemos logrado”, manifestó a este diario.
Giraudo se refiere a la importancia de no desperdiciar los años en siembra directa, exclusivamente por la coyuntura que están provocando las malezas duras.
“Hay que poner el foco en el manejo preventivo, el monitoreo y la diversidad de cultivos, e inclinarse por la adopción de prácticas como los cultivos de cobertura, los cultivos de invierno y el uso de herbicidas pre y postemergentes”, sostiene. Y además dice que estas son algunas de las herramientas que hacen al “ABC” de la agronomía.
Giraudo destaca que la siembra directa logró adormecer a muchas malezas que requerían de la labranza para su germinación. Y agrega, que, teniendo en cuenta que se trata de un “sistema”, no es recomendable que retrocesa por una situación puntual.
Más allá de estas opiniones, el impacto de reintroducir un control mecánico en los lotes bajo siembra directa fue estudiada recientemente por dos especialistas de la Universidad Nacional del Noroeste, en Buenos Aires.
En un informe que se dio a conocer recientemente, Joaquín Andriolo y Pablo Kálnay se refieren a los “mitos y realidades sobre el laboreo mecánico”.
Los dos técnicos analizaron los pros y contras de volver a labrar los suelos por una alta infestación de rama negra. Y sus conclusiones estuvieron más a favor de la siembra directa que de la labranza.
Como parte de un trabajo de experimentación que desarrollaron, midieron los cambios en la comunidad de malezas luego de una remoción reciente del suelo para controlar la rama negra y lo que pasaba también después de hacer controles químicos en siembra directa.
Los resultados a los que llegaron los investigadores mostraron que la labranza en el corto plazo soluciona el problema de rama negra, pero que al largo plazo no reduce ni la presencia ni la densidad de la especie. Para tener en cuenta.