Pero durante la reunión se abrió la posibilidad de otro encuentro, en Nueva York, cuando ambos coincidan en septiembre para la Asamblea General de la ONU. El tema dominante del diálogo con Francisco fue la situación de Amércia Latina. Sobre todo de la crisis en Brasil, que ella había analizado con Lula el día anterior. En ese marco, ¿el Papa la invitó a acompañarlo a Cuba? Serían las postales de la despedida. De la conversación en el Vaticano surgen señales de un cambio de época.

Según relató ella a sus acompañantes, Jorge Bergoglio no quiso conversar sobre la Argentina. En cambio, habló mucho de América latina, que para él es la única región a salvo de esa tercera guerra mundial atípica que se libra en el planeta.

La señora de Kirchner también se explayó sobre la región. Reprodujo ante Francisco, con detalle, su larga conversación del día anterior con Lula da Silva. La preocupación central de Lula es tan comprensible como el hermetismo con que él la rodea: la crisis que sacude a Venezuela por la situación terminal de los presos políticos en huelga de hambre. Un escándalo que incomoda a los gobiernos aliados del chavismo que se dicen respetuosos de los derechos humanos. A propósito: una de las razones de la Presidenta para celebrar su paso por el Vaticano es que evitó la enojosa coincidencia con Nicolás Maduro, a quien Francisco pensaba pedir ayer la liberación de los opositores en cautiverio. Alegó una oportunísima perforación de tímpano y no apareció por Roma.

Como el Papa comentó que pasado mañana recibirá a Vladimir Putin, Cristina Kirchner tuvo otra oportunidad para expandirse. Contó con lujo de detalles su última visita a Moscú y su visión sobre el rol de Rusia en la región. La Presidenta insistió con un dato inverosímil: que en la charla con Bergoglio no se habló del país. ¿Será porque ella se está yendo? "Y si se habló, no se lo diría", aclaró enseguida. Un ardid similar al de sus posiciones financieras: "No tengo cuentas en el exterior... que me puedan descubrir".

Los kirchneristas festejaron en Roma. Contra lo que temían, la entrevista fue más larga que las que el Papa suele conceder. Duró una hora y 45 minutos. La Presidenta se ufanaba de su récord: Raúl Castro estuvo 58 minutos y los reyes de España, 55, le informaron sus cronometristas.

La reunión fue también más protocolar que las tres anteriores: no hubo almuerzo y se desarrolló en un salón destinado a atender a dignatarios extranjeros, no en Santa Marta, la residencia de Francisco. Tampoco tuvo el color partidario con que la señora de Kirchner había teñido su última visita, cuando regaló al anfitrión un retrato de Eva Perón y una camiseta de La Cámpora. Los acompañantes fueron menos -23- y sólo recibieron del Papa un apretón de manos en la bienvenida.

Esta sobriedad se explica a la luz de un doble contexto. El Papa se quejó de haber sido usado por la política argentina y llegó a prometer, en una entrevista con Elisabetta Piqué, en la nacion, que dejaría de recibir a los que sólo aspiraban a fotografiarse con él. Pero algunos expertos observan que Francisco también está haciendo un esfuerzo por desargentinizarse. Hasta interpretan que sus chistes de los últimos meses sobre la soberbia de los argentinos son parte de ese empeño, dirigido a la curia romana.

Contra este telón de fondo, es comprensible la negativa de Francisco a visitar la Argentina antes de que Cristina Kirchner deje la Casa Rosada. El Gobierno hizo gestiones ante la Santa Sede y ante la Conferencia Episcopal para que el Papa estuviera en Buenos Aires entre el 22 de noviembre, fecha de un eventual ballottage, y el 10 de diciembre. Sería una forma de "bendecir la transición". Pero no sólo no viajará en ese lapso. Tampoco estará en el Congreso Eucarístico que se celebrará en Tucumán en julio de 2016. Llegará más tarde, en un momento todavía impreciso del segundo semestre del año que viene, como parte de una gira que incluirá Uruguay y Chile.

El Papa también quiere tomar distancia de la campaña electoral. La Presidenta, al igual que Daniel Scioli, está entre los numerosos dirigentes que pensaron en ir a verlo el mes próximo a Asunción. Pero la Secretaría de Estado del Vaticano indicó que las invitaciones corren por cuenta de las autoridades locales. ¿La misma Secretaría pidió al gobierno paraguayo que evite un aluvión de candidatos argentinos? Es una versión que circula entre amigos del Papa. De todos modos, si hubiera un encuentro el mes que viene sería fugaz.

La lejanía que Francisco puede ir tomando de la escena argentina es otro signo de un cambio de época. Su relación con el Gobierno tuvo dificultades para encontrar el justo medio. Sobre todo porque la Presidenta pasó del odio al amor con el mismo énfasis que aplica a casi todo. La primera vez que Cristina Kirchner se refirió a la elección habló de un "papa latinoamericano". Pero en poco tiempo se apropió de su figura hasta intentar transformarla en un emblema de su gobierno. Un ejemplo: el edificio de la Sindicatura General de la Nación, encargada de asegurar la transparencia de la administración, está adornado con una gigantografía de Francisco.

Esta conversión laica exhibe una doble limitación del kirchnerismo. Desnuda una flexibilidad oportunista que acaso anticipe realineamientos para cuando el poder cambie de manos. Y demuestra la enorme dificultad de Cristina Kirchner para mantener un vínculo cordial con aquello que no se le parece. Para poder querer al Papa tuvo que construirse un papa kirchnerista.

Líder religioso

Si se tratara sólo de un dirigente político, Bergoglio podría disfrutar de ese giro, que expresa la derrota de quienes lo hostigaban. Pero Francisco es un líder religioso. Su actitud benevolente ante el Gobierno merece ser interpretada como una pedagogía del perdón. Quienes lo tratan de cerca aseguran que siente cariño por la Presidenta: "Él la ha percibido con extraordinaria nitidez, ha visto sus virtudes y sus debilidades, y eso no debe extrañarnos porque Jorge es un viejo director espiritual", comentó un obispo ante este diario.

La dimensión política del trato se rige por otras prioridades. Bergoglio tuvo siempre una imagen apocalíptica sobre el futuro de un país partido en dos. Como papa se propuso contribuir a que el conflicto no degenerara en una crisis. Si apostó a la contención, la jugada salió bien. Incluso obtuvo algunos beneficios. Por ejemplo, doblegó al sector más laicista del oficialismo, que pretendía legislar la despenalización del aborto. En esa tarea cumplió un rol clave el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, por cuya candidatura bonaerense el Papa debe sentir una íntima predilección. Bergoglio también logró que Cristina Kirchner acallara a quienes, desde sus propias filas, le imputaron ambigüedades durante la dictadura militar.

Si, en cambio, Francisco soñó con que su gravitación cambiaría el clima público logrando que el Gobierno se abriera al diálogo, fracasó. El Papa es, acaso, el único argentino al que la Presidenta reconoce sin necesidad de exigirle pleitesía.

La afabilidad con el kirchnerismo hizo que Bergoglio pagara algunos costos. Todos lo que puede pagar alguien que goza de un prestigio incomparable. Pero, por ejemplo, Elisa Carrió declaró que "el error del Papa es enorme. En la visión universal es perfecto, está haciendo cosas extraordinarias, pero en la cuestión local falla absolutamente".

Carrió piensa que Francisco mira a la Argentina con las categorías de un viejo peronista. Coincide con quienes creen que simpatiza con Scioli porque -le atribuyen decir- "se deja pastorear". Son los que aseguran que Mauricio Macri le resulta indiferente y que Sergio Massa le suscita una incorregible antipatía. Habladurías. Él jamás se pronunciará sobre estos temas.

Sería un error, sin embargo, imaginar que el Papa está involucrado en el ajedrez electoral. Es más fácil ver su mano detrás de movimientos de mediano plazo de la Iglesia local. No debería pasar inadvertido que el fin de semana en que Bergoglio recibiría a Cristina Kirchner, la Conferencia Episcopal hizo que Francisco llegara a los argentinos por otra vía, editando la exhortación Evangelii Gaudium, que publicó anteayer LA NACION.

La convocatoria al entendimiento sindical, por ejemplo. O el seguimiento del diálogo empresarial, que esta mañana tendrá una manifestación en la presentación del documento del Foro de Convergencia sobre el rol del Estado. Dicho de otro modo: Francisco y la jerarquía católica tienen la vista puesta en la transición hacia el próximo gobierno.

Otra evidencia de que la circulación del poder es misteriosa. Hace dos años, Cristina Kirchner planificaba una nueva reelección mientras sus feligreses la declaraban "eterna". Y el arzobispo Bergoglio pedía una habitación en un hogar sacerdotal de Flores. Sic transit gloria mundi.