El espectáculo del poder y la política avergüenza. El gobierno de Cristina Fernández tapa con empeño todos los agujeros por donde podría ventilarse nueva corrupción de su tiempo. No sería sólo por los casos de Amado Boudou, Lázaro Báez y la irregular cadena hotelera de la familia presidencial. También por el escándalo del fútbol mundial que hizo estallar la Justicia de Estados Unidos en la FIFA, que enchastra a la AFA y amaga salpicar a funcionarios kirchneristas.
La campaña electoral parece quedar reducida en las últimas semanas, mientras tanto, a un mercado persa. La tienda mayor se levanta en Buenos Aires. Filas de intendentes que habían emigrado del FPV con discursos principistas, regresan ortodoxos. Otros, los menos, prefieren fondear en el PRO de Mauricio Macri. La meta sería la misma: continuar en sus cargos, controlar el territorio, manejar la caja y asegurarse un empleo. No interesa si para eso deben girar a la derecha, a la izquierda o colocarse boca abajo. Resulta imposible conciliar la épica presidencial de la recuperación de la política con ese ejercicio mendicante.
La vigencia de la impunidad no sería sólo producto de la obra del Gobierno. Es cierto que Cristina colonizó estamentos clave del Poder Judicial. Pero aquellos que conservaron su autonomía tampoco estarían dispuestos a arriesgar en una transición que muestra un epílogo incierto. Varios jueces que sustancian causas de corrupción sensibles para el poder presumían la llegada de un tiempo diferente, incluso si Daniel Scioli lograra consagrarse presidente. Ya no asomarían tan confiados. Las investigaciones parecieran detenidas en comparación con el avance que muchas de ellas habían registrado el año pasado. Tan ostensible resulta ese clima que un fiscal, conmovido por el cisma en la FIFA, comentó: “Quizá lo que no se haga aquí se haga en Washington”. Refería a las averiguaciones que está haciendo la SEC (Comisión de Valores de EE.UU.) a raíz del supuesto pago de coimas por la explotación del yacimiento de Cerro Dragón, en Chubut. En la mira figura el Ministerio de Planificación.
Los contrastes de las conductas kirchneristas son notables. Al Gobierno y sus acólitos judiciales no le alcanzaron las manos, por ejemplo, para investigar e intercambiar información en el exterior sobre las andanzas personales y financieras de Alberto Nisman. El fiscal muerto denunció a la Presidenta y a Héctor Timerman por encubrimiento terrorista. Suiza esperó en vano por Báez. Uruguay también. Ricardo Echegaray hizo una veloz presentación por evasión impositiva en contra de los tres dirigentes argentinos (Alejandro Burzaco; Hugo y Mariano Jinkis) denunciados por el escándalo en la FIFA. El titular de la AFIP pareció darse cuenta tarde de los enjuagues de esos empresarios del fútbol. Aunque podría haberles brindado un servicio. La denuncia constituiría un obstáculo legal para el pedido de extradición que por ellos hizo la Justicia estadounidense. Burzaco es un hombre cercano a uno de los tres presidenciables con chances.
Tal proximidad no sería extraña. El Fútbol Para Todos ha sido una formidable herramienta política del kirchnerismo que nadie supo confrontar. La utilización de fondos estatales para financiar el deporte más profesionalizado del planeta ($ 3.100 millones sólo entre 2009 y 2012) se tornaría inadmisible con estas primeras ráfagas de corrupción en la FIFA. La jueza María Servini de Cubría progresa como puede en una causa por manejo de aquellos fondos que involucra el ahora senador Juan Manuel Abal Medina, al gobernador de Chaco, Jorge Capitanich y al jefe de Gabinete y precandidato bonaerense, Aníbal Fernández.
Nadie podría exigirle a Scioli o a Florencio Randazzo alguna reflexión crítica sobre el dinero del Estado para el fútbol. Quizás porque genuinamente no la tengan. Chocaría en cambio la tibieza de otros candidatos. Macri fue resbaladizo con el tema. Nadie sabe cuál sería en ese campo el pensamiento de Sergio Massa. Aunque ambos están ligados estrechamente al fútbol. Quizá para el líder del PRO ese deporte se habría convertido en un búmerang o una pesadilla. Debió capear el bochorno en Boca, club que le sirvió de plataforma para su lanzamiento a la política. Lo habrían ayudado amigos en la Conmebol, ahora atemorizados con la explosión en la FIFA.
Tanta ajenidad opositora le habría proporcionado nuevas ínfulas a Cristina. Se nota en el renovado embate contra la Corte Suprema. La mujer recuperó con la larga Semana de Mayo la centralidad del escenario nacional. Ni siquiera parece preocupada por la huelga general que le aguarda en nueve días o los malestares sociales por las paritarias que nunca concluyen. En su agenda figuran, apenas, un par de cuestiones absorbentes: su cita en el Vaticano con Francisco y el diseño electoral del FPV.
Está descontado que armará todas las listas. Debe resolver su propio lugar que, casi con certeza, estará en Buenos Aires. ¿Esperará con naturalidad que Scioli y Randazzo terminen de dirimir su interna para orientar luego el rumbo final? Sería lo lógico aunque también lo más difícil. En la Casa Rosada están cotejando encuestas antes de una determinación sobre aquella interna. ¿Qué dicen esos números? Cosas variadas. Que el gobernador de Buenos Aires se impondría ahora mismo por 60% a 30%. Que el ministro de Interior y Transporte es un dirigente poco conocido en el interior. De allí sus viajes para celebrar con Juan Manuel Urtubey en Salta y Capitanich en Chaco.
Pero esos trabajos de opinión pública señalarían otros aspectos. Que colocado como candidato único del FPV Scioli orillaría hoy el 36% o 38% de los votos nacionales. Hecho un experimento similar con Randazzo tal guarismo descendería a 30%. Es decir, el gobernador acumularía un residual propio de entre 6 y 8 puntos. El resto de los votos peronistas o kirchneristas permanecerían igual. Esa ecuación no constituiría una grata novedad para Scioli.
El mandatario bonaerense lo sabría. De allí su kirchnerización de los últimos tiempos. Dependería ahora mucho de los votos de Cristina y bastante menos de los independientes que siempre se jactó aglutinar. Ha discutido con sus asesores económicos por los constantes elogios a Axel Kicillof. La Presidenta pretendería que continúe como ministro de Economía. Pero los planes del jefe de Hacienda tendrían escasa relación con algunas demandas de la realidad. Scioli intranquilizó a empresarios en su paso por la UIA.
Randazzo ha tenido favores públicos de la Presidenta. También el gobernador logró exhibirse junto a ella en el Tedeum de Luján. Pero llama la atención la soltura y optimismo con que se desplaza el ministro del Interior. También el tono que utiliza para referirse a su contrincante. No sería el de un desahuciado a priori. ¿Una estrategia destinada a potenciar la elección interna? Podría ser. ¿Un plan para desgastar a Scioli y trazarle límites? También.
Ningún enigma se develará hasta después de mediados de junio, cuando estén cerradas las alianzas y las candidaturas. Cristina se ocupará de oscilar hasta entonces como un péndulo. ¿Seguirá prescindente después? Dependería, a lo mejor, de la evolución de Randazzo. Si el ministro acortara de modo claro su distancia con el gobernador podría recibir un espaldarazo presidencial explícito. Scioli ya no podría hacer nada. Carecería de otros horizontes.
El mayor interrogante radica en saber si Cristina se expondría al riesgo de una jugada de ese calibre. ¿Y si Scioli terminara ganando? ¿De qué manera abandonaría el poder? ¿Qué garantías podría poseer con la Justicia y las causas de corrupción que la merodean? La Presidenta descubrirá esa carta secreta sólo si el terreno no se presenta minado. Pero la carta da vueltas en su cabeza.
Macri va tomografiando todas las escaramuzas que ocurren en el kirchnerismo. Está impresionado con la fortaleza de Cristina en su final. Aunque le reste importancia en público. Pero no emite señales por ahora sobre un cambio de estrategia. Ernesto Sanz, socio en esa coalición, tiene percepciones parecidas al jefe porteño. Y no escatima la posibilidad de algún replanteo. “ La alianza debe estar dispuesta a ampliarse”, comenta. No hay muchos secretos: el dilema seguiría siendo cómo darle volumen electoral a Buenos Aires. Macristas y radicales empiezan a mirar con temor el desgranamiento de Massa. La estampida de intendentes que no son joyas pero podrían ayudar con sus maquinarias al kirchnerismo. Con que la mitad de los votos que poseería ahora el líder renovador (alrededor de 20 puntos) derivaran al FPV, Scioli podría arrimarse a una victoria en primera vuelta. ¿Cómo hacer para que ese fenómeno no se consume?
Massa daría la impresión de que no sabe la receta para detener la sangría. Francisco De Narváez le ofreció declinar Buenos Aires para dejarle su lugar. Dos intendentes fieles le propusieron lo mismo. Lo rechazó. Está decidido a continuar con su candidatura a presidente. Aunque debe acordar todavía algunos pasos con José de la Sota. El diputado reclama participar de la interna con Massa, Sanz y Elisa Carrió. El gobernador cordobés prefiere mantener la identidad pro peronista de su espacio.
Llegar hasta agosto en las actuales condiciones se haría pesado para Massa. Debería dar algún golpe de timón. Ya ensayó con el relanzamiento de su candidatura. No tiene éxito con el reclamo a la alianza opositora. Su discurso anclado en la inseguridad impacta, sobre todo, en Buenos Aires. Pero no le garantiza una escalada en el plano nacional. Le quedaría un mes para reescribir esa historia.