Quien debe decidir qué implantar en esta campaña se halla, ciertamente, en una encrucijada.
No hay dudas de que en los últimos años la producción de soja ha logrado una rentabilidad superior a los demás granos. No es ajeno a ello las arbitrarias restricciones comerciales sobre el trigo y el maíz, cereales tan necesarios para la sustentabilidad agronómica.
Suponiendo que los precios internacionales se mantengan en niveles similares a los actuales, a nivel local – a partir de diciembre- vale tomar el escenario más probable aquel donde la relación actual de precios de cada uno de los principales granos habrá de variar. En buen romance: los precios de cada uno de ellos se comportarán de forma diferente.
La afirmación surge de nuestra convicción de que el nuevo gobierno, sea cual fuere, deberá afrontar un cuadro económico-financiero muy complejo y, para ello, tendrá que alentar la producción de granos.
En tal caso, deberíamos apostar a una drástica (o directamente eliminación) de los derechos de exportación que gravan la actividad triguera.
¿Por qué? Por un lado, la razón se basa en el contundente hecho de que el trigo aporta, en concepto de derechos de exportación, menos de 600 millones de dólares al año. Ello equivaldría a menos del 0,1% total de la recaudación nacional.
Por otro lado, la incidencia de este gravamen, como instrumento de reducción del precio de la harina, es muy menor. No ejerce mayor presión a favor de la canasta familiar.
Para colmo de males, la exportación sufre restricciones con nefastas consecuencias sobre la rentabilidad del productor algo que, por otra parte, también registra la actividad maicera.
El caso del maíz es distinto al del trigo por su fuerte repercusión en los siguientes eslabones productivos de la cadena, como ser la producción de carne de pollo, de cerdo e incluso (y cada vez más) roja. No debemos olvidar el fuerte lobby que ejercen los de la industria aviar.
En suma, pretendemos prever que la probabilidad de una fuerte reducción en los derechos de exportación es mayor en el trigo que en el maíz.
Obviamente, todo va a depender de la magnitud de la devaluación de nuestra moneda que, seguramente, habrá de darse ya que el rezago del tipo de cambio es manifiesto. Puede afirmarse que el valor del dólar en términos reales es semejante a los últimos días de la convertibilidad.
La producción que tiene menor probabilidad de reducción de impuestos es, seguramente, la de la soja.
Es que existe una suerte de “institucionalización” del derecho de exportación sobre ésta y, además, su aporte al fisco es muy fuerte; al menos por este año y el que sigue.
En el plano internacional –abandonando el análisis doméstico- la demanda mundial sigue relativamente fuerte, sobre todo la de soja.
El problema de los precios, vale recordarlo, no es la demanda sino del exceso de oferta derivado de condiciones climáticas excepcionales. No resulta descartable un escenario de inclemencias climáticas en el norte para el futuro más o menos inmediato.
Los temores de una acentuada contracción de la capacidad importadora de China se están diluyendo. Para mejor, este país continúa con su política de reducción gradual de la tasa de interés, algo que impacta favorablemente en la demanda, fundamentalmente de soja.
En suma, diciembre podría ser una suerte de bisagra en la tendencia que acongoja a la producción agrícola. Veremos…