Es evidente que los alimentos resuelven auténticas necesidades humanas, pero es cierto también que se plantean constantes dudas acerca de su pureza e inocuidad, puesto que el buen estado de la ingesta debe ser protegido en las distintas etapas que atraviesa su producción, transporte, conservación y preparación hasta llegar a la mesa de consumo. Ese tránsito nunca deja de ser riesgoso y, con fundada razón, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dedicado el Día Mundial de la Salud, celebrado el 7 del mes actual, a alertarnos sobre el valor del control de los alimentos.
Se trata de un cuidado indispensable, que se debe extremar especialmente con los más chicos. Al respecto basta señalar que el 40% de las víctimas de alimentos contaminados son menores de cinco años, lo que justifica plenamente consagrar una fecha a la toma de conciencia de un problema de dimensiones globales.
Suele ocurrir que las conductas de mayor esmero en cuanto a la higiene y preservación de la comida se despiertan luego del conocimiento de algún episodio de personas afectadas por algún tipo de intoxicación. Entonces, crece la preocupación por lo que se ingiere y por los males que puede causar. Lo importante es avanzar en el conocimiento de los riesgos y mantener un comportamiento de control lógico y permanente que preserve la salud. En verdad, falta a menudo la información actualizada para obrar con eficacia.
Se puede destacar la importancia de llevar cuidadosas estadísticas en relación con las enfermedades que se transmiten por vía alimentaria. Esa metodología ha permitido establecer, por ejemplo en los Estados Unidos, que una de cada seis personas padece, en un año, algún problema derivado de la ingestión de algunos alimentos, lo cual equivale a decir que son 48 millones los que se ven así afectados en ese país.
Un caso tristemente memorable se produjo en Alemania, en 2011, al producirse un agudo brote del Síndrome Urémico Hemolítico (SUH) y diarreas, enfermedad provocada por una bacteria. El costo en la recuperación de los enfermos ascendió a 236 millones de dólares y las pérdidas para productores e industriales alcanzaron los 1300 millones de esa moneda.
En nuestro país, el Instituto Nacional de Alimentos ha realizado campañas de información y prevención de enfermedades de origen alimentario, en las que se han incluido las claves recomendadas por dos organismos: la OMS y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Con fines análogos de carácter educativo y preventivo, puede mencionarse un modelo de experiencia adoptado por el Conicet para dar origen a la Red de Seguridad Alimentaria Argentina, que se debe a la inteligencia y el esfuerzo de investigadores y docentes del Instituto de Genética Veterinaria. Otro ejemplo meritorio lo ha dado la Agencia Santafecina de Seguridad de los Alimentos.
Tal como se advierte, la problemática aludida en el país requiere una atención continua, puesto que se plantea y renueva con frecuencia. Debe reconocerse el mérito de las realizaciones y logros alcanzados, pero las cuestiones que se presentan son de naturaleza diversa en distintos lugares de nuestro territorio. Por lo tanto, hay mucho por hacer, investigar y solucionar. La salud de la población, que está en juego, justifica ampliamente el esfuerzo en tal sentido.