Mauricio Macri cerró, sin dudas, una buena semana para su perfil presidencial. Hilvanó la victoria aún parcial en las primarias de Santa Fe –el recuento definitivo de votos continúa– de su candidato Miguel del Sel, con la consagración de Horacio Rodríguez Larreta en el PRO como posible heredero en la jefatura porteña. Siete días redondos aunque también muy fraccionados, en comparación con lo que falta recorrer: hay por delante todavía 26 semanas para llegar al último domingo de octubre, primera fecha fijada en el cronograma de la elección presidencial. Una extensión enorme para un país imprevisible y una política de extrema labilidad.
Podría decirse que entre el domingo anterior y ayer existió un puente. A partir de aquella postal triunfal que Macri compartió junto a Del Sel y Carlos Reutemann se afianzó la impresión, que registraron la mayoría de las encuestas, de una clara ventaja de Rodríguez Larreta sobre Gabriela Michetti, la desafiante. Los cómputos provisorios, que demoraron de manera inexplicable, le daban casi diez puntos de diferencia al jefe de Gabinete de la Ciudad sobre la senadora. Y casi el 48% del total de los sufragios emitidos para el PRO.
Pese a los enojos iniciales que desató la rebelión interna de la senadora, Macri debería estarle ahora agradecido. Colocó al PRO en el centro de la escena porteña, que domina hace años, con la promesa de un competencia picante. Se fue en aprontes porque, a través del propio ingeniero, los contrincantes se cuidaron hasta el extremo de no dañar con algún desborde su figura. Tanto fue así que la única nota disonante corrió por cuenta del asesor ecuatoriano, Jaime Durán Barba. El francotirador se llamó a silencio después de la severa reprimenda de su jefe.
La fiesta de anoche del PRO, para celebrar la victoria, tuvo que ver con aquel pacto de concordia. Apenas concluida la votación aparecieron juntos en público los jefes de campaña, Fernando de Andreis y Federico Pinedo. Luego Michetti le agradeció “con el corazón” a Rodríguez Larreta. Este le devolvió los halagos con generosidad casi melosa. Los funcionarios bailaron y cantaron en una tarima. Con besos y abrazos entre todos, para dar quizá por clausuradas las tensiones –sólo eso en la campaña– que genera cualquier competencia.
El equilibrio se terminó logrando con el aporte de los dos bandos. Macri había tenido un acierto cuando habilitó la interna del PRO en lugar de tentarse con un posible dedazo. Buscó diferenciarse así de las prácticas más comunes. Pero pareció arriesgar demasiado al pronunciarse en favor de Rodríguez Larreta. Michetti arrancó la campaña haciendo diferencia con la necesidad de modificar las políticas sociales, de salud y educación de la Ciudad. Aunque fue declinando de a poco esas banderas. Insinuó además una crítica al problema del juego pero nunca se prestó a profundizar en el conflicto.
Las mujeres, aunque no muchas, han sido siempre herramientas políticas importantes para el jefe porteño. Michetti resultó por mucho tiempo la cara blanda de un PRO integrado en su primera plana por dirigentes de poco ángel. Elisa Carrió ahora permitió al ingeniero ampliar las comarcas de un partido que parecía demasiado circunscripto al plano gerencial. Facilitó hacer flamear la bandera verde para un acuerdo con un sector del radicalismo liderado por Ernesto Sanz, que logró sellar alianzas en el interior del país donde el PRO carece de estructura. Michetti y Carrió juntas, por otra parte, serían una buena pantalla protectora contra los puntos oscuros que se le endilgan al macrismo en la gestión. No fue una casualidad que en la derrota Carrió dispensara a Michetti y a Hernán Lombardi tantas alabanzas. Aunque nunca se conoce, en ese aspecto, hasta donde llegaría la tolerancia de la diputada.
Santa Fe y Capital le han permitido a Macri consolidar su imagen y hasta esbozar una capacidad de conducción, en situaciones políticas complejas, sobre la cual existían muchas dudas. Su mensaje incluso suena menos titubeante, como se vio al cierre de la fiesta en Costa Salguero. Esa consolidación no sería una inquietud para el kirchnerismo y Daniel Scioli. Figura en la estrategia del gobernador de Buenos Aires la posibilidad de polarizar con Macri. Todo lo contrario para Sergio Massa: el diputado del Frente Renovador, después de aquella victoria en las legislativas de 2013, pugna por no quedar afuera de un eventual balotaje.
Massa estuvo ausente en Capital. Su candidato Guillermo Nielsen, ungido a las apuradas y con pocos recursos, no alcanzó el piso para participar en la votación decisiva. Pero después de los últimos sacudones –incluido Santa Fe– decidió resetear sus planes. Un aspecto de ese reseteo fue su acuerdo con José Manuel de la Sota. Al cual nadie sabe si se incorporará el puntano Adolfo Rodríguez Saa. Otro, el acto que hará en Vélez el viernes que viene. Lo repetirá, con la anuencia del gobernador cordobés, el domingo 10, en el estadio Chateaux Carreras de aquella provincia. La intención sería recuperar parte del terreno perdido y rivalizar con Macri. Córdoba se presentaría como un campo de batalla propicio: Massa convino el respaldo a Juan Schiaretti, el delfín de De la Sota; Macri cerró allí con la UCR y lleva de postulante a Oscar Aguad.
La quinta elección realizada desde que comenzó este larguísimo proceso permitiría sacar varias conclusiones. Una de ellas es la declinación objetiva del kirchnerismo. Sólo pudo imponerse en las primarias de Salta, con Juan Manuel Urtubey. Aunque el mandatario se declaró con presteza de identidad peronista. La derrota en Mendoza era previsible, por la convergencia entre los radicales, Macri y Massa. La caída en Santa Fe también, a raíz de que el PJ está en aquella provincia desguazado, desde que los K lo condujeron.
En Neuquén anoche el FPV quedó muy lejos del triunfante MPN, que consagró gobernador a Omar Gutiérrez, discípulo de Jorge Sapag. Quizás haya sido esa elección en la provincia patagónica la única nube del domingo claro de Macri: su candidato, en unión con la UCR, quedó tercero y relegado.
Aquella percepción declinante, sin embargo, pareció ser desconocida por el kirchnerismo. Desató una celebración, con Scioli presente, por el tercer y cuarto puesto obtenido en Capital. La interna del ECO, entre el ex ministro Martín Lousteau y Graciela Ocaña, superó en votos individuales y en conjunto al FPV. Pero en el búnker K se vieron militantes alborozados, ministros que se abrazaron y hasta aquellos que viven clandestinamente, como Amado Boudou. El discurso de Mariano Recalde estuvo a tono. Pareció de ficción. Salvo cuando aseguró que el kirchnerismo no reconoce otros líderes que no sean Cristina.
La candidatura de Recalde fue una decisión de Máximo Kirchner que avaló su madre. El titular de Aerolíneas Argentinas como oferta electoral para una ciudad que necesita, entre tantas cosas, buenos subtes. Una ironía que, en plena campaña, supo desgranar el legislador Juan Cabandié.
Recalde parecería una figura de poca popularidad. Incluso en ámbitos cerrados. Hace pocos días padeció en la empresa que dirige. La lista del gremio de pilotos que respaldaba recibió una paliza en la elección. No pudo ungir un solo delegado de los tres puestos en juego. Nadie supo informar si aquel día, como anoche, también estallaron los festejos.